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The
Guardian Por
Ian Black y John Hooper
El arquetipo es Gianfranco
Fini, atento líder de la Alianza Nacional italiana, y descendiente
legítimo de los camisas negras de Mussolini. Pero logró cambiarle el
packaging a su partido, y venderlo como "post fascista", una
etiqueta que ahora todos aceptan. Otros, son Christoph Blocher del Partido
Popular Suizo; Bruno Megret, del Movimiento Republicano Nacional de
Francia, cuyas maneras benévolas y sonrientes esconden que una vez fue el
principal teórico racista del ultrarracista Frente Nacional de Jean-Marie
Le Pen; y Pia Kjarsgaard, jefa del partido Popular Danés, que
recientemente propuso deportar a la familia entera de cada inmigrante
convicto de un delito. En Bélgica, está Filip Dewinter, cuyo partido
Blok Vlaams combina xenofobia con separatismo.
Los líderes de la nueva
derecha dura insisten en que están preparados para respetar las reglas de
la democracia. Pocos son abiertamente antisemitas, y todos evitan que los
asocien públicamente con los grupos marginales de skinheads y hooligans,
aunque cuenten con ellos para los votos. Ninguno aspira a reconstruir los
estados corporativistas moldeados por Hitler y Mussolini. En realidad,
varios declaran haber abrazado las ideas neoliberales del conservadurismo
de la década de 1980. Las diferencias entre ellos son considerables, en
particular en su adhesión o rechazo a la Unión Europea. Pero lo que
tienen en común --y que los une a otros como Umberto Bossi de la
secesionista Liga del Norte de Italia--, es la profunda antipatía por la
creciente variedad étnica de Europa.
Hasta el ascenso del Partido de
la Libertad, la búsqueda de respetabilidad de la extrema derecha podía
verse con algún optimismo. Cuanto más fría la retórica y cuando más
tiempo la extrema derecha jugaba de acuerdo con las reglas de la
democracia, más poder adquiría. Y cuanto más poder tenía, mayor era el
incentivo para ser moderado y respetar las reglas.
En España, Manuel Fraga fue
capaz de transformar la Alianza Popular en un importante partido
conservador cuyo sucesor, el gobernante Partido Popular, presenta
credenciales democráticas que nadie cuestiona. En Italia, Fini cosechó
algún éxito al tomar la misma dirección. En 1994, su Alianza Nacional
llegó brevemente al poder en una coalición presidida por el magnate de
los medios Silvio Berlusconi. El Partido Popular Danés crece rápidamente.
Su campaña para las elecciones generales del año pasado tenía como base
dos negativas: a los inmigrantes y a la moneda europea única. Así ganó
el 7,4 por ciento de los votos y 13 bancas en el Parlamento. Su carácter
(aparentemente) inofensivo le ganó el apoyo de quienes normalmente
hubieran votado a los conservadores y aun a los social- demócratas: una
encuesta reciente mostró que el 30 por ciento de los miembros de uno de
los mayores sindicatos de Dinamarca eran simpatizantes del DPP.
La pregunta que Joerg Haider
planteó a la extrema derecha es si este largo y a veces penoso proceso de
reinvención es realmente necesario. Porque él logró más éxito que
cualquier otro líder de extrema derecha en Europa. Su particularidad es
que lo hizo siendo abiertamente el más extremista, y los demás partidos
europeos se preguntan si ésa no será la clave. El único otro partido
que logró éxitos en una escala similar es el Partido Popular suizo de
Christoph Blocher. Y usó la misma clave. Es actualmente la segunda fuerza
política del país, con un 22,5 por ciento de los votos. Traducción:
Celita Doyhambéhère. |