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El
País Por
Bosco Esteruelas
"La llegada del nuevo gobierno ha tenido como efecto inmediato
poner más acento en los
derechos humanos, como ha mostrado nuestra actitud en los casos Pinochet y
Austria", afirma Koen Vervaeke, portavoz del viceprimer ministro y
titular de Asuntos Exteriores, Louis Michel. Este liberal francófono ha
sido el más lanzado en las críticas oficiales por la presencia de la
extrema derecha en el gobierno austríaco. Los flamencos le acusan de ir
demasiado lejos, "porque se trata de aislar a los líderes y no al
pueblo", según el ministro presidente de Flandes, Patrick Dewael.
Integrado por liberales,
socialistas y ecologistas (éstos participan por primera vez en el
ejecutivo), el actual gobierno, presidido por el liberal flamenco Guy
Verhofstadt, surgió después de las elecciones del pasado junio que
representaron una hecatombe para los democristianos del ex primer ministro
Jean-Luc Dehaene como consecuencia del impacto negativo que en la población
tuvieron los escándalos de corrupción, paidofilia y contaminación de
alimentos. Los democristianos fueron los más castigados por la caída de
la credibilidad de la clase política y resultaron apartados del poder por
primera vez desde los años cincuenta.
Bélgica fue el primer país de
la UE en criticar sin ambages la llegada de la extrema derecha austríaca
al poder: "Es demasiado simplista decir que hay que mantener a toda
costa a Austria en Europa. Podemos vivir muy bien sin ellos. No la
necesitamos", confesaba la semana pasada el viceprimer ministro
Michel apenas 72 horas después de que los 14 gobiernos comunitarios
anunciaran que impondrían a Viena sanciones bilaterales.
Tanto los analistas como el propio gobierno admiten que detrás de
esta conducta más progresista se esconde la voluntad de poner freno al
auge del Vlaams Blok, el separatista partido flamenco de ultraderecha que
con su programa contra la inmigración y a favor del endurecimiento de la
lucha contra el crimen está creciendo imparablemente en la región de
Flandes. El Vlaams Blok
piensa que si Haider pudo, también podrán ellos.
El activismo desplegado por Bélgica
contra Augusto Pinochet y contra la extrema derecha austríaca le ha
venido de perlas al nuevo gobierno para intentar lavar la imagen de un país
desacreditado por cuatro años de desgracias y escándalos. El "caso
Dutroux", el pederasta que conmocionó Bélgica en el verano de 1996,
presunto asesino de cuatro niñas y un compinche, llevó al país a
encabezar la crónica negra de la prensa mundial. Desde entonces, este
pequeño reino no ha dejado de sorprender con nuevos desastres (desde la
contaminación alimentaria con dioxinas o el "caso Coca-Cola") o
con el recuerdo de otros algo más viejos.
El éxito de ayer en su pedido
de revisar la decisión preliminar de liberar a Pinochet permite al nuevo
gobierno que encabeza el liberal flamenco Guy Verhofstadt airear la nueva
imagen de un país que quiere salir de la crónica negra. Una necesidad
casi imperiosa para afrontar el desgaste mediático que dentro de unos
meses supondrá la apertura del juicio contra Marc Dutroux, el hombre que
acabó provocando que cientos de miles de belgas se echaran a la calle
para exigir que todo cambie.
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