Por Cristian Alarcón
Al tercer día de juicio comienzan a vaciarse de sentido las adjetivaciones para los crímenes de Sierra Chica. Sobre todo cuando con los relatos de los rehenes ante el tribunal se va comprendiendo que la masacre ocurrida en la cárcel durante el motín de marzo del �96 es un poco más compleja que la barbarie de 24 presos descontrolados. Ayer, tres de los agentes del Servicio Penitenciario provincial que fueron usados como escudos humanos por los amotinados durante los ocho días de la toma contaron cómo las balas policiales del grupo GEO los hirieron en medio de un tiroteo irracional desde la puerta de la cárcel. Quizás haya sido la culpa por aquellas balas las que hicieron que la noche del mismo lunes un preso que había logrado refugiarse tras un cordón policial en la entrada de la cárcel haya sido entregado a sus perseguidores bajo la amenaza de que si no serían �boleta� los rehenes. Arrodillado, con una faca en el cuello, el testigo vio cómo el cordón de policías iba desapareciendo tras la puerta de la guardia de ingreso dejando al perseguido a merced de sus asesinos y finalmente escuchó su muerte: �Se le tiró encima una jauría. Sentí como ruido de tablas que se quebraban y medio de costado vi cómo entraban y salían las puñaladas. Entraban y salían�.
Es complejo comprenderlo y contarlo: mejor atenerse a la crónica de los hechos. Ayer los testigos volvieron a situarse en el peor de los ocho días que pasaron en manos de los apóstoles de la muerte. Fue el lunes 1º, que comenzó con el ruido de unos tiros en el Pabellón 8, el primer signo de la cacería que terminaría con 8 muertos. Ayer lo contó el rehén Jorge Omar Aveldaño, uno de los tres rehenes que oficiaba de escudo en la oficina de control de la cárcel, frente al acceso, donde hacía guardia una parva de GEOs. Dijo que vio cómo el capo de la banda enemiga de los apóstoles, Agapito Lencinas, corría desde el Pabellón ocho con una mano agarrándose el cuello donde ya lo habían tajeado. Tras él reconoció al líder del motín, Marcelo Brandán Juárez, que disparaba con una pistola. Lencinas cayó en la mitad del camino hacia la salida. Fue cuando las tropas del grupo especial de la Bonaerense �el mismo que después actuaría en la masacre de Ramallo� comenzaron con un fuego cerrado que no respetó identidades a la hora de dar en un blanco. Aveldaño fue herido en un brazo por uno de esos tiros.
Balas oficiales
En el mismo momento, sus compañeros Juan Francisco Piorno y Juan Domingo Oviedo recibían también las balas oficiales. Piorno provocó escozor ayer en la sala cuando contó cómo recibió una bala en la pierna y luego otra en un brazo donde la lesión resultó enorme: �Perfectamente me acuerdo que tratando de parar la sangre me meto el pulgar y el índice en la herida�. (ver aparte). Oviedo relató cómo lo hirieron en el pie �con tiros que venían desde afuera hacia adentro�. Por ellos, el Servicio Penitenciario Bonaerense �manejado en aquel entonces como ahora por su director Esteban Massante� y la entonces subsecretaria de Justicia, María del Carmen Falbo, la funcionaria que representaba al poder político en el lugar de los hechos, debieron acceder a un intercambio de rehenes poco beneficioso: por cada herido entraron dos guardias.
Mientras los tiros de los GEOs seguían, aun con los guardias en el suelo, los apóstoles �liderados por Brandán Juárez, Jorge Pedraza y Víctor Esquivel� enloquecieron más en medio de su recién iniciada cacería. Inmediatamente subieron a todos los rehenes a la terraza del hospital, a casi diez metros de altura: insultando y sosteniendo de los pelos a la jueza María de las Mercedes Malere, insultando y apuntando al cuello con facas al resto. Ayer, el guardia cautivo Daniel Echeverría contó cómo fueron esos �entre diez y quince minutos� en que estuvieron a punto de ser arrojados al vacío, bajo la amenaza permanente de las balas que por más reclamos, heridos y gritos, no cesaban. �No podía entender cómo mis propios compañeros nos estaban tirando a nosotros�, contó el guardia. Echeverría podía sentir �las balas que estaban tirando, que me repicaban en los pies�.
Lo custodiaba el interno �citado como testigo al juicio oral� Belizán Sarmiento, una suerte de intermediario entre los capos del motín y los negociadores Massante y Falbo. �Le tengo que agradecer, porque si no fuera por él yo me tiraba. El me tenía agarrado simulando que era un arma con un codo de caño de luz. Yo le decía, antes que me maten mis compañeros, me mato yo, pero él me agarró fuerte del cinturón. La doctora Malere gritaba y rogaba que no dispararan más tiros. Abajo todo era un desbande, empezamos a ver que había compañeros heridos�, le contó ayer un hombre tenso y �decepcionado� al tribunal. Como al resto de sus compañeros, jamás el SPB le brindó ayuda psicológica tras el motín y su mujer se enteró de que él era rehén al cuarto día, el martes, cuando miraba televisión, desesperada (ver aparte).
Ya de regreso en la sala de Sanidad donde los �guardaban�, Echeverría se juntó con los rehenes heridos. A Piorno, la bala policial le había atravesado una arteria en el brazo, se desangraba. A Oviedo, además del tiro en el pie, los internos le habían dado un facazo en la espalda. De afuera llegó una camilla. Fueron canjeados. Por la tarde, la cacería se hizo general.
La entrega
Ya de noche, a Echeverría le tocó su turno como escudo humano. Eran más de las nueve. Tal como había pasado a la mañana con Lencinas, ahora un hombre corría como un animal aterrorizado hacia la puerta de la guardia de ingreso, donde permanecía desde el tiroteo el cordón formado por los GEOs. Era José Cepeda Pérez, parte de la banda de Agapito, seguido por los huífaros, corriéndolo con gritos tribales.
�El interno alcanzó a refugiarse atrás del cordón. Pero no alcanzó a cruzar el portón porque un cabo lo apostó a diez metros de ahí.� El rehén escuchó entonces cómo los apóstoles les gritaban: �¡Si no lo devuelven, los rehenes son boleta!�. Y vio, sin que mediaran palabras, cómo los uniformados, hombres que tardarían en hacerse famosos por Ramallo, lo dejaban solo, mientras ellos se �escudaban entre ellos� y se esfumaban en la guardia. �Cuando lo entregaron fue una carnicería. El gritaba �¡No me maten, no me maten!�. Nunca más me voy a olvidar de eso.� Después del macabro festín, regalo de los tiradores, los apóstoles dijeron esa frase que corrió por todo el penal el resto de los días: �Lo que se hizo con éste que sirva para todos�. Y se lo llevaron a la rastra. Se supone que terminó en el horno de la panadería del penal.
Claves
En el juicio por el motín más cruento de la historia, tres guardias del Servicio Penitenciario dijeron que fueron heridos por las balas de sus propios compañeros u otros grupos operativos.
Un guardia dijo que la jueza Malere gritaba y rogaba, mientras era amenazada con ser tirada al vacío desde una terraza, para que los uniformados cesaran el fuego.
El control de la situación estaba a cargo del todavía ahora director del SPB, Esteban Massante, y la ex subsecretaria de Justicia María del Carmen Falbo.
Uno de los rehenes contó cómo el grupo GEO, ante las amenazas de los apóstoles, les �entregó� a un preso que había conseguido refugiarse tras ellos.
Ese preso fue inmediatamente apuñalado con facas, por presos que el testigo describió como �una jauría�.
Los guardias dijeron que el SPB jamás se ocupó de las secuelas psíquicas de sus agentes tomados como rehenes durante el motín. |
LOS QUE FUERON HERIDOS POR QUIENES DEBIAN SALVARLOS
Las balas son del oficial
Otra imagen de entonces: ya superado el motín, el GEO se dedicó a sacar a todos los apóstoles.
La policía intentó reprimir porque creyó que los líderes de la toma disparaban contra los rehenes. |
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Por C.A.
Ayer, cuando la impresión que causaban los testimonios no dejaba de crecer con el paso de las horas, volvió, esta vez traída desde el pasado, la imagen de Villa Ramallo. Nuevamente los rehenes de una situación violenta habían quedado a merced de las balas que deberían salvarlos. Para colmo de males, en Sierra Chica, aquel ataque que terminó con tres heridos entre los rehenes, lo único que logró fue empeorar el conflicto y acrecentar la lista de rehenes, que llegó a 17 cuando debieron entregar a dos hombres sanos por cada herido. El relato del guardia Juan Francisco Piorno, que hasta el lunes 1º de marzo del �96 se había rotado cada tres horas con sus compañeros para ser un escudo humano de los amotinados, alcanzó al tribunal la exacta dimensión del caos. �Ya tenía una bala en la pierna que me preocupaba, cuando sentí el balazo en el brazo izquierdo -contó�. Era muy intenso el fuego. Salía mucha sangre. Trataba de evitarlo con la mano, pero saltaba como un chorro y me caía en el pecho.�
La mañana del lunes hacía pocos minutos que Piorno había asumido su lugar como escudo en la guardia central del penal. �Estaba mirando hacia la guardia en la entrada cuando escuchamos tiros, venía un interno corriendo y un grupo disparando hacia el portón de entrada�, relató. Era Agapito Lencinas, el capo de una banda que había dado un primer OK al intento de fuga que generó luego el motín, pero que a esa altura era una amenaza para los apóstoles porque ya no estaba de acuerdo con continuar con la toma. �Lo que veo �detalló� es a este interno tambaleándose, y atrás a un montón de presos con facas. Uno de ellos le tiraba, y las balas daban en el portón de entrada. Fue el momento en que entra un grupo penitenciario a repeler la situación.�
En medio del descontrol, Piorno intentó salir de la trayectoria de esas balas. Alcanzó a ver cómo Lencinas se agarraba el cuello tratando él también de tapar la hemorragia que ya le habían iniciado con facas y cómo cayó de un disparo en la espalda, para después ser acuchillado sobre las heridas. �En eso, el grupo interior retrocede �detalló� y soy herido en la pierna, tratando de desplazarme. Entonces caigo y el interno Chiquito Acevedo me levanta.� Fue cuando recibió el segundo balazo, en el brazo izquierdo. La herida fue muy grande, tanto que Piorno la graficó ayer recordando que pudo �meter el pulgar y el índice en la herida�. �Me entró la desesperación, trataba de taparla, pero la sangre, si me disculpan la expresión, salía como en las películas. Pensé en mi familia, en que no puede ser que esté acá.� Lo demás fueron flashes. Primero el cielo, luego en Sanidad, como en una guerra con un interno que trataba de tabicarlo mientras el médico Suart era obligado a atender a un preso herido. �Después gritos, ruidos que parecían de las películas, como en el Bronx.�
El fin del Grupo Especial de Operaciones
Sierra Chica no fue antecedente de Ramallo sino la muestra de un modo irracional activado para matar. El Grupo Especial de Operaciones (GEO) de la policía bonaerense volvió a accionar en setiembre del año pasado. Allí, veinte horas de negociación terminaron hechas trizas en veinte segundos. Eran las 4.12 del 17: tres delincuentes que habían tomado el Banco Nación del lugar intentaron escapar en auto bajo el paraguas de tres rehenes. El GEO largó una lluvia de balacera que terminó matando a dos rehenes y a un delincuente, en lo que se definió como la masacre de Ramallo.
Aquella vez, la excusa del GEO fue la intención de evitar una fuga de ladrones. Durante la mañana, tres hombres que habían entrado a la sucursal Ramallo del Nación para robar el tesoro mantuvieron durante más de veinte horas a seis personas como rehenes. Entre ellos, Carlos Chávez, gerente del Banco y su mujer Flora Lacave y el contador Carlos Santillán. El auto de Chávez fue usado en el intento de huida que terminó con la muerte del gerente, el contador y Sergio Miguel Benedetti, el líder de la banda. La cabina del auto tenía 35 impactos de bala. Ninguna dio en las ruedas, blanco aconsejado cuando hay vidas en peligro.
El gobernador Eduardo Duhalde calificó el operativo como �masacre� y disolvió al GEO. El juez que intervino, Carlos Villafuerte Ruzo, buscó excusarse de responsabilidades: �No tengo responsabilidad sobre la decisión de tirar�, había dicho. En enero la Cámara Federal de Apelaciones de Rosario estableció que el juez no tuvo responsabilidad en las muertes.
�¡Date vuelta vos, pedazo de tarado!�
El preso entró a la sala con dos guardias que pronto parecieron insuficientes a la pequeña platea. Le sacaron las esposas y se sentó, no sin antes dar vuelta la silla giratoria de los testigos para darles la espalda a las cámaras del sistema digital que transmite el juicio hacia el interior del penal, donde lo siguen los apóstoles. Refunfuñó entonces, como un cincuentón cascarrabias, mirando a los defensores.
�Dese vuelta, señor �le pidió el presidente del Tribunal, Adolfo Rocha Campos, de pelo blanco como el preso, pero con unas décadas más.
�¡Date vuelta vos, si querés! �gritó un alteradísimo Eduardo Lapellegrina Caselli, y ya no se detuvo.
�Donde yo vivo (la cárcel de Caseros) tengo 1200 presos arriba, ¡pedazo de tarado! �le mandó al juez ante la incredulidad de los presentes.
�El testigo es de la Fiscalía y de la defensa, llámenlo a la orden �intervino Rocha Campos, pasando la pelota bajo las normas del nuevo Código Procesal de la provincia. Pero el preso lo tapó con más improperios.
�¡Si querés ser famoso, yo te hago famoso acá! �dijo�. ¡Ahora mismo! ¡¿O te pensás que soy un bobo o un perejil como esos doce tarados?!
Ya la platea no daba más. Se acercaron un poco los guardias. Y sólo las moscas volaron en una sala de audiencias congelada como en ese ya viejo video de los Rolling Stones en el que Mick Jagger camina entre estatuas humanas. �Si querés circo, pedíselo a (Juan Martínez) Gómez que era el jefe del penal�, terminó, antes de que el juez lo hiciera retirar de la sala. Luego se supo que el hombre paga cuatro robos calificados y que lleva preso un poco menos que sus 53 años. Fue la única situación, que por más violenta, resultó finalmente graciosa durante el crudo día de ayer en el juicio del miedo.
LOS REHENES QUEDARON SIN ATENCION
Guardias defraudados
Por C.A.
�Dígame, Oviedo, ¿está loco? ¿Caminó por las paredes? �preguntó el psiquiatra del Servicio Penitenciario Bonaerense al rehén que había pasado ocho días herido en el penal de Sierra Chica.
�No �le contestó el guardia, respetando las jerarquías.
�Entonces siga trabajando �lo mandó el médico, en un arranque de optimismo profesional.
Así lo contó anoche el testigo, aún oficial del SPB, Juan Domingo Oviedo. Su testimonio, el último de una jornada agotadora, fue del mismo tono que el de los cuatro rehenes que ayer declararon ante el tribunal oral que juzga los crímenes cometidos durante los ocho días del motín en Sierra Chica. Todos ellos se mostraron �defraudados� por la fuerza, por la indefensión que padecieron durante y después del motín, ya que �nunca� se les facilitó �ni la mínima atención psicológica por los traumas� que en la mayoría de ellos perviven.
La fiscal Silvia Etcheverry, en cada testimonial de los rehenes �cuando ya fueron contadas las escenas de pánico que vivieron�, vuelve a hacerles la misma pregunta. �¿Usted tiene secuelas?� Entonces, los hombres, más jóvenes o más viejos, más rudos o más suaves, le hablan pausados y como con vergüenza de las pesadillas nocturnas, de cómo cambió su carácter, de �cómo padecen las familias�. Y al final, con matices, aflora el resentimiento que guardan contra la fuerza donde aún trabajan. �Yo quisiera hacer un tratamiento, pero no tengo plata. Y si queremos un médico, tenemos que pagarlo nosotros�, dijo a la mañana el rehén Jorge Aveldaño. El y Daniel Echeverría hicieron el mismo pedido a los jueces antes de retirarse de la sala: �Es para nuestro compañero Jorge Daniel Moreyra, que hace dos meses se quiso suicidar, y no queremos perderlo por algo que no merecemos�.
Moreyra es el �rubiecito� enjuto que declaró el martes y contó cómo estuvieron a punto de tirarlo de la terraza cuando las balas oficiales no paraban. El lunes, el jefe del penal, Juan Martínez Gómez, también había hablado sobre su salud mental y la necesidad de un tratamiento que piensa �según dijo� comenzar por propia iniciativa y con su propio dinero, tal como han hecho varios oficiales. �Supongo que todos estamos en lo mismo�, dijo Echeverría, al contar que las �juntas médicas� del SPB a las que los sometieron fueron del tenor: �¿Caminó usted por las paredes?�.
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