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Otra oscura cabalgata de un jinete llamado Burton

Johnny Depp es Ichabod Crane, un médico forense que por cuestionar demasiado es �castigado� con un caso en Sleepy Hollow.


Por Martín Pérez


t.gif (862 bytes) Según la descripción que se puede leer de la pluma de Washington Irwing en la versión original de La leyenda de Sleepy Hollow, Ichabod Crane era un hombre �sumamente flaco, con hombros estrechos, brazos y piernas largos, manos que le sobresalían una milla de las mangas, pies que podrían haber servido de palas y todo el armazón corporal de lo más desvencijado�. Suerte de espantapájaros con vida propia, el Crane original bien puede encajar en el casting de cualquier otro de los films de Tim Burton, de Beetlejuice en adelante. Pero justo cuando se trata de la adaptación made in Burton de dicho cuento, el Crane en cuestión no se parece al de Irving sino que es un joven buen mozo, trajeado y dubitativo, de mirada frágil y mechón de pelo cubriéndole los ojos. Es que el Crane de Burton es Johnny Depp, el mejor alter ego del buen Tim. Y nada mejor que su viva imagen para protagonizar un trabajo por encargo que rezuma burtonismo por sus cuatro costados. Sucede que, después de la punzante ironía de Marte Ataca, con La leyenda del jinete sin cabeza el Tim Burton más oscuro y sensible está de regreso. Y eso merece el mejor de los héroes. Presentado con una escena nocturna de río y cadáveres que bien podría servir para abrir algún film sobre Jack el Destripador, el héroe de La leyenda... es un freak cientificista a la vera del fin de siglo. Claro que se trata del fin del siglo dieciocho, por lo que Crane �un maestro de escuela en el original� es en la versión Burton un médico forense que discute tanto los métodos criminalísticos de la Nueva York del año 1799 que sus superiores deciden enviarlo al pueblo de Sleepy Hollow. Allí aparecen cadáveres sin cabeza a los que la ciencia de Crane deberá darles sentido. Seudopueblo fantasma al que se accede por un camino flanqueado de un lado por un cementerio y del otro por mansas ovejas, la leyenda del lugar llegará a sus oídos apenas pisa el lugar. �Los asesinatos no necesitan de fantasmas que se elevan de sus tumbas�, dirá Crane, al tiempo que su mano temblorosa no es capaz de sostener la taza de té con que lo honraron sus anfitriones. Decidido a contar a su manera una historia ajena, Burton despliega en La leyenda... su mejor arsenal de ironías y obsesiones, junto a un despliegue artístico de esos que dejan la boca abierta y el ojo pidiendo más y más. De la misma manera en que su héroe juega con una cartulina que tiene dibujada una jaula y un pájaro de cada lado, pero que al hacerla girar se alcanza a ver la inexistente imagen de un pájaro enjaulado, la magia de Burton construye un pueblo tan gótico como la ciudad ídem de su mejor Batman. �Una de mis ideas originales a la hora de hacer el film fue enfrentar a un protagonista que vive en su cabeza con otro sin cabeza�, confesó Burton a la hora de señalar el punto de partida de su adaptación. Su Crane, por lo tanto, se desmaya para enfrentar sus propios temores a la hora en que debería hacerse el héroe, y su Jinete sin Cabeza aterroriza aún más cuando tiene la cabeza puesta, como suele suceder con los personajes de Christopher Walken. Como buen Lerú Burtoniano, La leyenda... es más un regurgitar de viejas obsesiones antes que un mundo completamente a estrenar. Camino de regreso para el autor a su mejor perfil, su vocación onírica tiene aquí piedra libre para crear un mundo propio, e incluso dejarlo de lado para perderse entre los fantasmas de los sueños de Crane. La realidad, mientras tanto, lo espera con brujerías tan reales como la peligrosa belleza de Katrina Van Tassel (interpretada por Christina Ricci), o la letra pequeña de una trama que más de una vez será declamada antes que narrada. Porque los lazos de sangre y las artimañas funcionan mucho mejor declamadas en voz alta por un detective en trance o la maldad a punto de salirse con la suya, parece decir Burton, mientras que ver a un árbol parir su propio fantasma no es cosa de todos los días. Y eso es lo que sucede en La leyenda..., un film que pivotea sobre sí mismo, siempre mostrando su mejor cara. O la más inapropiada, por cuanto es gótico sin aterrorizar, es gore sin exagerar e irónico pretendiendo conmover. Son esas contradicciones, precisamente, las que le permiten a Burton dedicarle el tiempo que le dedica a la vida interior de su héroe, un miedoso capaz de advertir a sus secuaces �cuidado con la cabeza� al bajar los escalones escapando del jinete sin ídem. Con un neoyorquino miedoso y de negro, una peligrosa joven rebelde y de blanco y un niño huérfano como héroes, Burton volvió a poner al pájaro en su jaula, repasó su credo y convocó los fantasmas de siempre, cuando el pájaro está de un lado y la jaula del otro. Y es necesario que se haga girar la cartulina, y que alguien quiera mirar, para que esa imagen imposible se haga realidad. 

 

 

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