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Por Luciano Monteagudo desde Berlín �La inauguración de esta edición del Festival de Berlín, la número 50, la primera del nuevo siglo, significa muchísimo para mí. Y es particularmente conmovedor que sea aquí, en Potsdamer Platz, porque cuando cayó el Muro todos buscábamos este lugar y sólo había un desierto. Y porque cuando filmé Las alas del deseo mis ángeles vivían en la Staatsbibliothek, que está apenas a unos metros...�. Las palabras de Wim Wenders parecían sinceras en la tarde de ayer, cuando enfrentó a una atestada conferencia de prensa luego del estreno mundial de su nuevo film, The Million Dollar Hotel, realizado a partir de una idea de su amigo Bono, el líder del grupo de rock irlandés U2. El film fue el primero que se exhibió en el flamante Berlinale Palast �que todavía huele a pintura fresca� y se convirtió en el punto de partida de la competencia oficial, por la que durante los próximos diez días pasarán otros veinte títulos, todos en el marco de esta rutilante ciudad dentro de la ciudad que es ahora Potsdamer Platz y que se da en llamar, de manera un tanto pomposa, �el nuevo Berlín�.Si hay algo, en todo caso, que no parece sincero es el propio film de Wenders. Hace tiempo que el director de El amigo americano y París, Texas no es lo que alguna vez fue: uno de los mejores cineastas de su generación. Pero ante The Million Dollar Hotel cabe preguntarse qué fue del realizador de films fundamentales como El movimiento falso, Alicia en las ciudades, En el transcurso del tiempo... Y no se trata simplemente de que todo tiempo pasado fue mejor, o de la infinita capacidad de engaño de la memoria. Cualquier revisión de estos títulos �e incluso de El estado de las cosas, Nick�s Movie o Tokyo-Ga, que siguen siendo tres magníficas reflexiones sobre el cine� vuelve a probar que allí había un director no sólo con un mundo propio sino también con una manera de expresar la sensibilidad de una época, un cineasta que con esas películas aún hoy, a más de dos décadas, es capaz de seguir conmoviendo.No puede decirse lo mismo de este Million dollar hotel donde Wenders parece recurrir a todos aquellos rasgos que hicieron de su cine un cuerpo de obra inconfundible, pero que ahora recicla como meras marcas exteriores, signos sin vida. Aquí están, una vez más, sus clásicos personajes en tránsito, desplazados de la realidad que les es ajena, buscando alguna forma de identidad. Aquí están también sus melancólicas visiones urbanas, sus televisores encendidos inútilmente, sus constantes citas a las canciones de Los Beatles. Hasta está la modelo Milla Jovovich, ocupando el mismo, misterioso lugar que alguna vez fue de Nasstasja Kinski. Pero lo que ya no puede encontrarse en The Million Dollar Hotel -título posterior a Buena vista social club, el documental sobre la vieja trova cubana que se está por conocer en Buenos Aires y que redimió a Wenders de sus últimas caídas� es la verdad, la transparencia que nutría cada una de sus primeras películas.El argumento imaginado por Bono �quien junto a U2 colaboró con Wenders en las bandas de sonido de sus films menos interesantes: Hasta el fin del mundo, Tan lejos, tan cerca y El fin de la violencia� reúne a un grupo de marginados y perdedores en un viejo hotel en decadencia del centro de Los Angeles. Uno de los inquilinos de esa comunidad excéntrica se ha suicidado y luego de su muerte se descubre que era el hijo de un poderoso magnate de la prensa. Para la investigación llega al Million Dollar Hotel un agente especial del FBI, interpretado por Mel Gibson de una manera tan solemne y perpleja como si hubiera entrado al set equivocado de Arma mortal. Lo que sigue es una serie de encuentros y desencuentros de los improbables personajes de ese hotel, narrados a partir del punto de vista de la criatura más sensible del grupo �el eterno �idiota� del pueblo� que cuenta toda la película en un flashback que precede a su propio suicidio, después de arrojarse con una sonrisa desde la terraza. Ya llegará el momento en que alguien interprete esta caída como el suicidio artístico de Wenders. Por ahora no parece difícil descargar las puerilidades del guión sobre las espaldas de Bono, que acaparó la mayoría de los flashes y las preguntas en la conferencia de prensa. El líder de U2 admitió que su proyecto data de siete u ocho años atrás, que el hotel existe y que, aunque no se animó a decírselo desde un comienzo, siempre pensó en Wenders como el director ideal, �porque ambos tenemos esta obsesión en común por Estados Unidos�. Bono recordó de qué manera París, Texas influyó en las canciones y en la concepción general de The Joshua Tree, uno de los mejores discos de U2, y cómo sintió desde un comienzo que necesitaba esa misma mirada: �La de alguien que pudiera ver a Los Angeles desde afuera, de una manera distinta, no como quien filma un comercial de jeans�. Esa mirada Wenders la filtró a través de la imaginería de la pintura de Edward Hopper �al que Wenders siempre admiró y de quien tomó toda la concepción de la luz del film� pero se dejó llevar mansamente por la sensiblería de una historia de un humanismo ingenuo, forzado, falaz.
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