Era sencilla, hecha de arcilla, con sus manitas juntas enredadas en un rosario, un manto cubriéndola y el blanco como único color de vestimenta. Una compañera de ATE Presidencia se la había hecho llegar a través de su madre. La noticia de la enfermedad y el cariño por Germán generaban esas cosas. En uno de los tantos estantes de la oficina 1322 del edificio anexo de la Cámara de Diputados, rodeada de proyectos de ley, recortes de diarios, carpetas y otros elementos que se puedan acomodar en un listón de madera, la estatuilla encontró su altar.El olvido y el abandono la tiñeron de polvillo, ignorada sobrevivió al continuo mover de las jornadas, rompiendo su monotonía sólo ante los visitantes desconcertados por su presencia, ya que Germán, y la mayoría de los ocupantes del rectángulo del piso trece, eran ateos.Tiempo después, alejados del despacho y de las explicaciones que merecía la figura de arcilla, siguieron las operaciones, los tratamientos, el miedo a la deshidratación y el ejemplo de un hombre capaz de seguir militando por la causa social en cuanto la enfermedad se distraía, ganando con lucidez tiempo al destino.El 13 de julio del �93, cuando la muerte sorprendió a Germán, cerré sus ojos en una habitación del Hospital Italiano y Turco se tomó su descanso.Sobre la cómoda, debajo de la ventana de nuestra habitación, medio dormitorio y mitad minihospital improvisado: ése fue el nuevo lugar que ocuparía la virgencita. No por devoción. Más bien por ansias de retener todo lo que había sido parte del lugar donde él combinaba su visión de la política y la vocación de entrega por las necesidades de los trabajadores. La acomodamos entre adornos, gasas, alguno que otro libro y unos mates que Germán coleccionaba. Menos de un mes después, con los chicos nos acostábamos en la misma pieza para mitigar la ausencia. Por fin el sueño pudo con la angustia y en medio de una noche de tormenta nos quedamos dormidos. No sé cuánto tiempo habrá transcurrido. Lo cierto es que ningún dato modifica la escena de la tormenta entrando por la ventana y dejando caer la estatuilla que, ya rota en el piso, mostraba en la base una leyenda en la que nunca nadie había reparado: �Rosa Mística, venerada el trece de julio�.Esa no fue una casualidad, y hoy que Germán cumpliría 45 años me acuerdo de su motor y su fuerza de impulso: la mística. Esa misma mística que hacía de un militante sindical, un hombre comprometido con el compañero, con el que no tiene nombre, demostrando en el día a día que se debe vivir como se habla y esforzándose para tener un país mejor. Un país donde la solidaridad sea la moneda corriente y la voracidad de los grupos económicos esté limitada por el compromiso social con los que menos tienen y que el Estado, su soñado Estado, esté teñido con el color del pueblo.Porque en tiempos en los que la profesionalización de la política hace estragos, dividiendo dirigentes de militantes y a éstos del pueblo, transformando a referentes sociales en operadores políticos, unas palabras de Germán hubiesen despejado las dudas necesarias para llegar a las respuestas más adecuadas. Esas palabras las habrían encontrado dejando de lado el cálculo matemático, anteponiendo la mística robada a los actores sociales que formamos parte del futuro que deseamos construir, sin simplificaciones, de cara a quienes representamos y respondiendo a los problemas de manera que no recaigan en los más desprotegidos.Esa virgencita en la que nadie reparó, que empezó a tomar sentido a partir de aquella noche, era sencilla, pagana y mística como Germán; una reafirmación del mensaje que siempre predicó y que hoy, en su cumpleaños, me trae palabras del dirigente, compañero, amigo, padre y esposo Germán Abdala: �Es preferible intentar un camino autónomo, independiente y propio. Al principio a lo mejor es tan doloroso como el otro, pero el final del camino será nuestro: estaremos construyendo nuestra nueva sociedad�.* Diputada.
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