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Por Luciano Monteagudo
desde Berlín Para un festival como Berlín, nacido hace medio siglo entre los escombros, el tema de la guerra nunca le fue ajeno. Sin ir más lejos, el año pasado La delgada línea roja, de Terrence Malick, sobre un episodio crucial de la Segunda Guerra Mundial, se llevó el Oso de Oro, el premio mayor de la muestra. Y ahora en la segunda jornada de su edición número 50, el festival convirtió la gran pantalla del Berlinale Palast en un nuevo campo de batalla. No es difícil ver qué llevó a los programadores a poner, una al lado de la otra, Tres reyes, del estadounidense David O. Russell (fuera de competencia), y Aro celestial, del serbio Ljubisa Samardzic. La primera se ocupa de la operación "tormenta del desierto", con la que a comienzos de 1991 las fuerzas armadas estadounidenses pretendieron castigar a Saddam Hussein (cuando en realidad lo único que consiguieron fue arrasar con la población civil). Y la segunda toma un episodio aún candente, las consecuencias de los bombardeos de la OTAN sobre la población de Belgrado, apenas unos meses atrás. Ambas ofertas no podrían ser más diferentes entre sí. La producción de Estados Unidos está protagonizada por George Clooney y cuenta con todos los recursos que la Warner Bros. fue capaz de poner al servicio de un film definitivamente atípico para Hollywood, por la manera brutal con que expone el cinismo de la intervención militar estadounidense. La película serbia, realizada al margen del aparato oficial de Slobodan Milosevic, tiene en cambio una rusticidad que responde a las condiciones en que se realizó, revela los trazos de su rabia y de su urgencia. Su director, Ljubisa Samardzic (a su vez uno de los actores más populares de Yugoslavia), perdió a su propio hijo en esos bombardeos. Si hay algo que no se puede dejar de decir de Tres reyes (que se exhibe pasado mañana en Buenos Aires, en el marco de la 2ª Semana de la Crítica) es que es un film desconcertante, perturbador. La acción transcurre en marzo de 1991, cuando las fuerzas estadounidenses acantonadas en la frontera con Irak reciben la noticia del fin de la guerra, una guerra por otra parte de la que no saben ni han visto prácticamente nada. Tres sargentos y un soldado (como los tres mosqueteros, éstos también son cuatro) se enteran, sin embargo, de que el oro que Saddam Hussein robó de Kuwait no estaría lejos, escondido en un búnker cercano, y deciden entrar en acción por su propia cuenta, vigilados apenas por una obstinada cronista de una cadena de televisión. Es así como se lanzan a recorrer el desierto en un jeep como quien va de paseo, escuchando a los Beach Boys mientras van disparando sus armas al viento. Lo que comienza como una trivial remake de M.A.S.H. cambia súbitamente de tono y se transforma de pronto en una extraña cruza de Apocalypse Now con La pandilla salvaje. Cuando estos cuatro magníficos encuentran, para su propia sorpresa, los lingotes de oro de Saddam, el humo acre deja paso a una locura generalizada y a una violencia frenética: los yanquis se enfrentan a la guardia personal de Hussein y se ven obligados por las circunstancias a ayudar a los rebeldes al régimen, que pretenden cruzar la frontera y llegar a salvo a Irán. No los mueve ningún espíritu patriótico. Apenas la ambición, el deseo de aventura y quizá, como en The wild bunch, de Sam Peckinpah (una película a la que Tres reyes parece remitir más de una vez) cierta noción elemental de lealtad. Lo que impresiona de este tercer largometraje de David O. Russell (después de Spanking the monkey y Flirting with disaster) no es solamente su permanente cambio de registro, sino también la manera en que están filmadas algunas escenas de violencia, como si el director hubiera querido expresar (y hasta explicar) qué pasa con las balas cuando entran en el cuerpo. "Creo que la mayoría de los estadounidenses, en sus entrañas, saben que esa guerra no fue como se la mostraron", explicó Russell en la conferencia de prensa que siguió a la proyección del film, y en la que estuvo acompañado por sus tres reyes: Clooney, Ice Cube y Mark Wahlberg. "Suceden cosas terribles en una guerra. Y esta guerra nos fue presentada como algo antiséptico, hecho por chips de computadoras, cuando en realidad era todo lo contrario. El cine, a su vez, ha ido desensibilizando al público sobre lo que significa un impacto de bala. Acá hemos filmado pocos disparos, pero todos cuentan." Para Aro celestial lo que importa son los bombardeos de la OTAN sobre la población civil de Belgrado, el estado de indefensión de la gente, su abatimiento ante una realidad dantesca. Aquí tampoco pesa el patriotismo, sino la necesidad de sobrevivir día a día y eventualmente poder dejar el país, un país en el que los personajes del film no ven ningún futuro. La película de Samardzic tiene una retórica un poco rancia, de cierto cine europeo del este de los años '70, pero no deja de dar cuenta de la brecha generacional que separa a padres e hijos. Unos todavía se aferran al pasado y otros ni siquiera tienen presente.
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