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The
Guardian Por
Kate Connolly
Gerard Mortier dijo
esta semana que va a abandonar su posición como director del Festival de
Salzburgo un año antes de lo planeado. Mortier argumentó que su contrato
le permitía clausurar el vínculo antes de lo previsto "si las
circunstancias necesarias para llevar a cabo mi obra artística dejan de
existir. Ahora el Partido de la Libertad está en el gobierno, y ésta es
la situación a la que me enfrento". También esta semana el pianista
Andras Schiff, nacido en Hungría pero con ciudadanía austríaca, canceló
un concierto con obras de Bach en la embajada austríaca en Washington, y
emitió la siguiente declaración: "En mi condición de ciudadano
austríaco y judío europeo, me encuentro profundamente triste por los
acontecimientos políticos en Austria". El director Zubin Mehta, de
fuertes vínculos con la Filarmónica de Viena, dijo que dejará Austria
de inmediato "si Haider pone en acción su política
antiextranjeros".
Los músicos no están
solos a la hora de expresar sus preocupaciones. Elfriede Jelinek, la
dramaturga más prominente del país --por ejemplo--, prohibió la
representación de sus obras en teatros austríacos mientras Haider
permanezca en el poder. La cuestión se centra tanto en la práctica artística
como con los principios políticos. Los detalles del programa cultural del
gobierno aún no han sido revelados, pero el nuevo ministro de Cultura
Frank Morak ha anunciado que habrá grandes recortes presupuestarios.
"La principal preocupación es que no haya nada en el programa que
vaya a ser destinado a apoyar el arte contemporáneo", dice Franz
Endler, crítico de música del diario Kurier.
Instituciones como la
Filarmónica de Viena, la Opera del Estado y los Niños Cantores no están
bajo amenaza, porque su financiamiento está asegurado por ley. Son las
instituciones de vanguardia las que están más preocupadas. Algunos han
expresado su temor de que Austria se vaya a convertir en una tierra
dominada por Mozart, canciones en falsete de las montañas tirolesas y
bandas de bronces.
Aunque muchos artistas
han condenado la intención del gobierno de alentar la Volkskultur en
lugar del arte contemporáneo, se están polarizando sobre cómo
responder. Durante su tour por Austria la semana pasada con la Sinfónica
de Londres, Pierre Boulez criticó a los artistas que quieren dejar el país.
"Uno puede protestar y expresar una opinión, pero no abandonar el país.
Si va a haber censura, será necesario tomar medidas concretas",
sostuvo. Boulez, junto con Riccardo Muti, dice que seguirá dirigiendo en
Austria.
Sir Simon Rattle,
quien tiene fuertes vínculos con el Festival de Salzburgo, parece
preparado para cumplir sus planes de dirigir la Novena de Beethoven en
Mauthausen, sede de un ex campo de concentración, el 7 de mayo. Si lo
hace, puede convertirse en un acto simbólico de oposición a Haider y sus
elogios al nazismo.
El rol tradicional de
Viena como el hogar de la música clásica vuelve inevitable este incómodo
matrimonio del arte y la política, y el dilema que enfrentan los músicos
es un recordatorio de las agonías que siguieron al Anschluss --la anexión
de Austria por Alemania-- en marzo de 1938. Cuando Austria fue absorbida
por el Reich de Hitler, las instituciones culturales fueron nazificadas de
inmediato, y los judíos resultaron purgados de la vida musical. Las
reacciones de las grandes figuras musicales difirieron fuertemente. Arturo
Toscanini, figura clave en reestablecer la importancia del Festival de
Salzburgo, renunció en protesta contra la persecución a músicos judíos.
Ya había sido un duro oponente al fascismo en su Italia nativa.
Bruno Walter también
había sido una figura clave en Salzburgo, director de primera fila con la
Filarmónica de Viena y asesor artístico de la Opera del Estado. Walter
abandonó Austria después del Anschluss, fue a París, recibió la
nacionalidad francesa, ayudó a Toscanini a establecer una especie de
Festival de Salzburgo en el exilio en Lucerna, y terminó asilándose en
EE.UU.
Por contraste, Wilhelm
Furtwangler, que había dirigido muchos conciertos
con la Filarmónica de Viena antes del Anschluss, se convirtió en
director principal de la orquesta durante el período nazi. Como ocurrió
con Herbert von Karajan, Richard Strauss y otros, fue objeto de
controversia después de la guerra sobre la profundidad de su complicidad
y pasaron muchos años antes de que fuera recibido de vuelta en el
exterior.
El nuevo poder político
de Haider puede parecer un sueño inquieto comparado con la pesadilla de
Hitler, pero su ascenso ha hecho renacer los fantasmas del pasado musical
de Viena. "El estado de ánimo se parece en muchos sentidos al de los
'30 y los '40, cuando miles de músicos y artistas debieron irse, dice el
escritor Richard Brem. Retirarse o resistir: no es una opción agradable.
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