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Los tanques de Hollywood apuntan sus cañones hacia la Berlinale

Blaustein y Andrés Lablunda, uno de los testimonios de "Botín de guerra".

La llegada de Leonardo DiCaprio convirtió el festival en un aquelarre cholulo. David Blaustein presentó ayer "Botín de guerra".


Por Luciano Monteagudo 
Desde Berlín

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El canciller federal alemán Gerhard Schröder dejó ayer de lado todas sus burocráticas tareas habituales para ir a recibir a Jeanne Moreau y tener el privilegio de compartir un almuerzo con una de las pocas, auténticas divas que le quedan al cine de arte europeo. Al fin y al cabo, Madame Moreau --debe haber razonado con toda razón Herr Schröder, empeñado en exhibir una imagen más sensible hacia la cultura que su predecesor, Helmut Köhl-- bien puede ser considerada una razón de Estado.  Así al menos lo entendió la Berlinale, que en su edición número 50 decidió homenajearla con el Oso de Oro por su trayectoria. y con una retrospectiva en la que no falta ninguno de los grandes clásicos que hizo con directores de la talla de François Truffaut (Jules et Jim), Michelangelo Antonioni (La noche), Luis Buñuel (Diario de una camarera), Orson Welles (Una historia inmortal), Marguerite Duras (Nathalie Granger) y Louis Malle (Ascensor para el cadalso), por citar apenas algunos títulos.

  En la revisión también está incluida, por cortesía, Hasta el fin del mundo, en la que tuvo una participación especial, de la mano de Wim Wenders. Pero por aquí ya nadie quiere escuchar ni hablar del director de Las alas del deseo, después de la decepción que provocó The Million Dollar Hotel, la película que hizo con argumento de Bono y que el miércoles inauguró la nueva Berlinale en Potsdamer Platz. De hecho, el festival --o al menos el costado del festival que cubren los grandes medios de comunicación-- ya no quiere escuchar hablar de nada que no sea la llegada de Leonardo DiCaprio, al punto que casi no les prestaron atención a George Clooney y Matt Damon, por citar un par de estrellas del nuevo Hollywood que están en la ciudad. El primero llegó con el equipo de la sátira bélica Tres reyes y el segundo está aquí para presentar mañana El talentoso señor Ripley, la versión que Anthony Minghella hizo de la novela de Patricia Highsmith. Pero ahora todo gira histéricamente en torno al protagonista de Titanic, que hoy subirá al escenario del Palast para apoyar la participación en competencia de La playa, que hizo bajo la dirección de Danny Boyle, el realizador de Trainspotting.

  Lo que vale la pena preguntarse es qué sentido tiene que una película como La playa participe del concurso oficial de Berlín. No se trata de que sea una mala película. No lo es, por cierto, pese a que la adaptación de la novela de Alex Garland --una suerte de Señor de las moscas año '90-- haya sido pasteurizada, sobre todo en sus tramos finales, para adaptarse a las buenas maneras de Hollywood. El festival debería dedicarles más espacio y esfuerzo a films que necesitan de su difusión y no precisamente aquellos que la tienen de sobra. La excusa es la de siempre: se supone que algo de la luz que emana de los grandes productos de Hollywood puede llegar a iluminar los films más oscuros, pero la realidad es que permanecen en una sombra cada vez más negra.

  La paradoja de la competencia de este año es que, al menos hasta ahora, cuando el festival está apenas comenzado, los productos de Hollywood (que lo aprovechan como plataforma de lanzamiento en Europa) resultan más interesantes que lo que Moritz de Hadeln --el eterno director de la sección oficial-- supo traer de Japón o de Hong Kong, por citar Los chicos del coro, de Akira Ogata, y Cuentos de las islas, de Stanley Kwan. En un momento en que el cine asiático está en su apogeo, resulta por lo menos extraño encontrarse con dos films tan poco estimulantes. Pero el criterio de selección de De Hadeln siempre fue materia de serios cuestionamientos en Berlín, por su tendencia a elegir un cine anquilosado en el tiempo. La ventaja de un festival con las dimensiones de la Berlinale es que siempre están las secciones paralelas, particularmente el Panorama y el Foro del Cine Joven. Como dice Didier Peron, el crítico de Libération: "Si uno quiere pescado fresco, hay que buscar por allí".

  En estas dos secciones siempre cabe la posibilidad de la sorpresa. No hay que buscar nombres ya reconocidos, sino en todo caso probar suerte, ir a tientas a través de la programación hasta dar con un director o una película que más tarde dará que hablar. Estas dos secciones son también las que le abren una puerta al cine argentino, que este año es el único representante de América latina en Berlín, si se exceptúa la participación aislada de Perú, con una adaptación de Pantaleón y las visitadoras de Francisco Lombardo, sobre novela de Vargas Llosa. El Forum exhibirá la semana que viene Los libros y la noche, de Tristán Bauer, sobre el mundo de Borges, y Saluzzi, ensayo para bandoneón y tres hermanos, largo documental del debutante Daniel Rosenfeld (26 años). Y en el Panorama ya tuvieron ayer sus primeras pruebas de fuego el corto de ficción Lejanía, de Leonora Kievsky, y el documental Botín de guerra, de David Blaustein, sobre la lucha de Abuelas de Plaza de Mayo por conseguir la restitución de sus nietos apropiados durante la dictadura. Los cuatro films todavía son inéditos en el país y para ellos Berlín también puede llegar a ser --más allá del inicio de un circuito por otros festivales-- un buen punto de partida para llegar a Buenos Aires.

 

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