Austria se caracteriza por ciertas pervivencias. Su emperador Francisco José, cuyo inflexible ultimátum a Serbia por el atentado de Sarajevo desató la primera guerra mundial, falleció en 1916. Pero su retrato pende todavía en las paredes de muchos cafés de Viena. En espectáculos musicales que vi en la televisión vienesa abundan personajes que portan el vistoso uniforme de húsar húngaro. Hace añares que el imperio austro-húngaro perimió, pero pervive su nostalgia uniformada. Joerg Haider muestra que la ideología nazi pervive en no pocas cabezas del país, exactamente el millón que lo votó.
Esa ideología tiene largas raíces en la historia nacional. Después de la guerra del �14, desmembrado el imperio, el tratado de paz de París que los vencedores impusieron en 1919 redujo a Austria al estado de pequeña república cuya población se sentía más alemana que austríaca. La tentación pangermanista mordió a una parte de la juventud, por ejemplo, a los padres de Haider, nazis tempranos, incluso desde antes del golpe de Estado que sus camaradas intentaron el 25 de julio de 1934 en Viena: ocuparon la cancillería, asesinaron al primer ministro Dollfuss �que en materia de fascismo era entendido, aunque no lo suficiente� pero el alzamiento fracasó y también el que estos nazis intentaron en Estiria simultáneamente. Los cabecillas de la revuelta fueron fusilados, pero sus pretensiones, no. El 12 de marzo de 1938, Hitler en persona, al frente de sus tropas, invadió Austria y al día siguiente se proclamó el Anschluss, palabra alemana que puede significar unión o anexión. Para los miles de austríacos que aclamaron la entrada de los nazis, habrá sido lo primero. Para muchos destinados a ser víctimas, en especial judíos, seguramente lo último.Austria dio figuras prominentes al movimiento, Hitler por empezar. Pero también Ernst Kaltenbrunner, quien reemplazó a Reinhardt Heydrich -protector de Bohemia y Moravia, jefe de la Oficina Central de Seguridad del Tercer Reich, segundo de Himler en las SS� cuando la resistencia checoslovaca puso fin a sus días de aberrante crueldad en mayo de 1942. La represalia nazi no se hizo esperar: el pueblo de Lídice fue arrasado hasta los cimientos. Todos sus hombres -.200� fueron fusilados y el resto de sus 450 habitantes desapareció en campos de concentración (las mujeres) o en Alemania (los niños). También era austríaco Franz Stangl, el siniestro comandante de los campos de muerte de Sobibor y Treblinka. Para Haider, sin embargo, los SS compatriotas son hombres �dignos y de gran carácter�. No explica qué clase de carácter.
Haider, acosado por el repudio europeo, pidió perdón por lo que dice, pero no por lo que piensa. Piensa que �la política laboral� -.así la llamó- de Hitler era excelente. Se trata, claro, del trabajo esclavo del Sklavenarbeiter en los campos de concentración. El estallido de la segunda guerra mundial creó una enorme demanda de mano de obra en Alemania y se estima que, a fines de septiembre de 1944, el Tercer Reich tenía trabajando en los campos a unos 2 millones de prisioneros de guerra .rusos y ucranianos sobre todo� y a unos 7,5 millones de civiles .hombres, mujeres y niños� de diferentes nacionalidades, desde polacos hasta luxemburgueses, desde griegos hasta argelinos. No muchos sobrevivieron. Tal vez fascina al hoy terrateniente Haider el hecho de que la mano de obra fuera
gratis.
Terminada la guerra, Austria recuperó su estatuto de república, su soberanía y casi todas sus viejas fronteras. En 1946 y 1947 dictó leyes de desnazificación, pero en 1949 se permite la participación electoral de la neonazi Unión de Independientes hoy llamada Partido de la Libertad, el de Haider. En las elecciones de ese año ganó 16 escaños legislativos, mantuvo su presencia parlamentaria en todos los comicios posteriores y en el último creció hasta el millón de votantes. El dirigente socialdemócrataViktor Klima se apresuró a decir que ese millón .-y más� no está formado por nazis. El dirigente ecologista Van der Bellen se mostró franco: declaró que temía las consecuencias negativas para las inversiones motivadas por la presencia neonazi en el gobierno del país. Klima dijo que no estaba defendiendo a Haider sino a Austria. Frei dice que no defiende a Pinochet, sino a Chile. Menem solía decir que no defendía a Videla, sino el principio de territorialidad. ¿Los autoritarismos están escritos en las entrañas de este tipo de democracia y la contaminan inevitablemente? Es una pregunta que George Steiner todavía no se ha podido
contestar.
Hay políticos de partidos democráticos austríacos que aún pretenden que Austria fue la primera víctima del nazismo. Es un argumento algo cercano al de los revisionistas alemanes que afirman que, en realidad, la primera víctima fue el pueblo alemán mismo, �ocupado� por los nazis. Por fortuna, notorios intelectuales y académicos austríacos han comenzado en estos últimos años a proclamar la necesidad de desmontar los mitos negadores del pasado en que se basa la autoimagen del país fabricada desde el final de la segunda gran guerra, la necesidad de reconocer la responsabilidad austríaca en el imperio del nazismo, de admitir que el Anschluss fue más aclamado que resistido, de aclarar la sombra que cubrió a Austria cuando Waldheim, nazi identificado, fue elegido presidente. El historiador vienés Gernot Heiss señala el artificio de la identidad austríaca construida en la posguerra. Lo fascina -.dice� el descubrimiento de cómo �desde las ruinas� se fue eslabonando �una cadena� constante e incesante de una identidad que ignora -.o finge hacerlo� los agujeros de su historia y todos sus períodos oscuros. Que ignora entre otras cosas �o finge hacerlo� el notable aporte judío al esplendor de la cultura austríaca de finales del siglo
XIX.
En 1996, recién entonces, se asistió en Viena a un espectáculo memorable: la subasta de bienes y tesoros artísticos confiscados por los nazis a sus víctimas judías. Los fondos recaudados se destinaron a los sobrevivientes de la Shoa. Es posible que el éxito de Haider no sólo no termine con la salud de memoria que se abre paso en la sociedad austríaca y que tal vez contribuyó, como reacción, al fortalecimiento neonazi: es más bien probable todo lo contrario. La verdad tarda y llega.
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