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"Este no es un típico gobierno radical." La frase, palabra más palabra menos, brota de los labios de funcionarios de "este" gobierno, radicales por añadidura. La descripción no es una autocrítica sino una alabanza: el Gobierno se percibe ejerciendo el poder, imponiendo la agenda, proponiendo combates que consigue ganar. En estos días volvió a ser el dueño de la iniciativa achicando la SIDE, haciendo avanzar la reforma laboral y aun compartiendo cámara con el "más radical" de los gobernadores peronistas, Carlos Ruckauf.
La medida más notable fue, seguramente, el fenomenal recorte
decidido por el jefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE)
Fernando de Santibañes. La reducción de alrededor de un tercio de la
planta permanente se hizo en nombre del credo liberal que predica el
actual Señor Cinco. Tal como
sucedió en el gobierno anterior con las Fuerzas Armadas, en la SIDE el
eficientismo liberal obró un resultado virtuoso: desarmar un poder oscuro
del Estado, inepto para combatir enemigos exteriores y proclive a
perseguir a "enemigos" interiores no del perdurable Estado
argentino, sino del contingente gobierno de turno.
Se redondea así su decisión de prescindir del personal
contratado, achicando una SIDE que albergaba a numerosos represores de la
dictadura. "Es mejor tenerlos adentro, para que no hagan
quilombo", explicaba, mundano, Hugo Anzorreguy, quien aplicó su
doctrina manteniendo carapintadas, cuadros decadentes de la remota
izquierda peronista de los `70 y militares retirados sin provecho.
Curiosamente, De Santibañes siempre prodiga elogios a su predecesor,
explicando que hizo lo más que pudo, dentro de un gobierno menemista: no
macarteó ni persiguió opositores. Fuentes cercanas a De Santibañes
susurran que Anzorreguy fue un bastión contra el yabranismo, que
infiltraba al Gobierno, y postulan que evitó la existencia de un
infierno: la mafia (esto es, Yabrán) con los recursos del aparato
estatal.
Ese argumento, que embellece inmerecidamente a la SIDE de ayer,
remeda como una gota de agua a otra los elogios que Enrique Nosiglia suele
dedicar a Anzorreguy. Y no es el único motivo que induce a muchos
observadores y cronistas avezados a inferir que Coti tiene enorme
influencia en la gestión De Santibañes. Hay otros: ambos son amigos
desde la infancia (sus padres ya lo eran), poseen quintas de fin de semana
contiguas y Nosiglia tiene en esa área --de la que el señor Cinco
ignoraba todo hasta hace un par de meses-- un enorme saber acumulado y una
envidiable agenda. Si se les pregunta, tanto el locuaz De Santibañes como
el parco Nosiglia niegan enfáticamente. "Soy un hombre adulto,
exitoso en las tareas que emprendí, no necesito padrinos", explica
el ex financista. "Estoy harto de que me quieran transformar en un
monje negro. Yo trabajo en el partido (radical) y ése es mi lugar",
rezonga el ex ministro de Interior. La verdad cabal sólo la conocen ellos
dos. Quizá la relación transite cualquier zona del gris. Hay un tema
pendiente que tal vez dé una pista: la designación en la SIDE de un
militar con antecedentes de represor ilegal: el general Ernesto Bossi,
hombre de diálogo permanente con Nosiglia, quien lo considera necesario
para doblegar posibles vendettas de la "mano de obra" despedida
por De Santibañes. Habrá que ver si el Señor Cinco comparte esa idea,
tributaria de la curiosa tendencia de considerar válido combatir el
canibalismo aliándose con los antropófagos.
Como fuera, la medida tiende a disminuir el poder de un organismo
ligado a lo más ominoso del último cuarto de siglo, colocando al
Gobierno en el sitio que más le gusta y reditúa: los antípodas del
menemismo. Pero que también lo diferencia de una virtual administración
duhaldista que jamás hubiera hecho algo similar, en parte porque
"Hugo" (y muchos de sus ex supernumerarios) eran "del
palo" y también porque la Bonaerense y Eduardo Duhalde, que durante
largo rato tuvieron intereses comunes, tenían mucho que temer si ex espías
despechados desarchivaban carpetas y prendían el ventilador. Paz con el PJ
El oficialismo computa como otro logro el despacho conjunto para la
ley de Reforma Laboral con los diputados del PJ. El acuerdo involucró no
sólo a los "dipupolíticos" sino (dato especialmente celebrado
por las huestes del ministro de Trabajo Alberto Flamarique) también a
varios muy vinculados al sector sindical como Oraldo Britos, Alberto
Atanasoff y Graciela Camaño. En las tiendas de Flamarique no se considera
un riesgo ni un costo la existencia de dos proyectos de minoría. Y hasta
dispensan de bronca especial --aunque no de algunas chicanas-- a la
diputada frepasista Alicia
Castro, firmante del proyecto alternativo con membrete de la Alianza. Algo
más de encono y, por ende, de operaciones y llamadas telefónicas
prodigaron y prodigarán a quienes, como Enrique Martínez, se muestren
dispuestos a no votar el proyecto oficial en el recinto. Pero confían en
que sobrarán los dedos de una mano para contarlos.
La interna no le quita el sueño a la conducción aliancista, que
ve también que en el PJ predomina el dialoguismo. Carlos Ruckauf sigue
ganando imagen con esa táctica que el jueves le permitió coproducir con
De la Rúa una foto tomada en La Plata que ambos creen beneficia a los
dos. Según las encuestas,
ambos tienen buenas razones para creerlo (ver, sin ir más lejos, las páginas
2 y 3). Los muchachos en la Plaza Los
principales dirigentes del PJ realmente existente optan por la paz. Los
sindicalistas, en cambio, se pintan la cara para una batalla a la que el
Gobierno los empujó, acelerando los tiempos. La reforma laboral fue para
la CGT, el MTA y la CTA un terremoto que puso en crisis tácticas y
rutinas engendradas durante el menemismo. La CGT, o dicho con más cercanía,
el sector de los "gordos", tiene hace rato acotado su margen de
maniobra, por el desprestigio de su primera línea. Fue menemista hasta
ayer, claro, pero antes que eso no puede ser puntal de oposición a
gobierno legítimo alguno.
En sus antípodas, la CTA es estructuralmente opositora, limitada
en su accionar por el relativamente escaso peso que tienen sus sindicatos
más conspicuos a la hora de plantear medidas de fuerza. Los estatales
pueden pesar en ciertas provincias, pero son menos perceptibles en los
grandes centros urbanos. Contra el menemismo, en una pelea frontal y sin
intermediaciones, la CTA no era hegemónica pero sí tenía un espacio
claro. Con la Alianza en el Gobierno y el combativo Hugo Moyano
reemplazando al anodino e impresentable Rodolfo Daer, le surgen dos
problemas simétricos. Uno, que algunos sectores combativos aliados pueden
sentirse tentados a volver al redil de la CGT. Otro, que las incipientes
diferencias internas entre el sector más dialoguista encabezado por Marta
Maffei y el más duro liderado por Víctor de Gennaro tienden a
acentuarse.
El MTA consigue prevalecer en el río revuelto por la Alianza,
capitalizando un par de ventajas relativas. La primera es que su tronco
son sindicatos de actividades de transporte cuyos afiliados no nadan en la
opulencia pero no son los más castigados por los cambios de época. La
segunda es el poder --vedado a los estatales de CTA o a los de otros
servicios o industriales de la CGT-- de "parar el país", que así
se llama en jerga política al arte de dejarlo sin transporte urbano de
pasajeros. Confiando en que su compadre Palacios logre ese portento, Hugo
Moyano se apresta a debutar, encabezando una CGT desacreditada, con un
cese de actividades y movilización contra un gobierno flamante y pleno de
prestigio. No es poco riesgo para quien tiene un capitalito ganado como
luchador. Pero Moyano, uno de los dirigentes que más cita en diálogos
coloquiales a Juan Perón, está seguro de que el riesgo de diluirse puede
ser esquivado, "si se sabe conducir". Esto es, al frente de un
conjunto complejo, manejar las contradicciones, avanzar. Es una lógica
controvertible, pero es la pura lógica del MTA, el sector más parecido
al clásico vandorismo peronista, apto para todo terreno y no sólo para
confrontar (como buena parte de la CTA) o para ser comensal del poder
(como los gordos). "Nosotros pegamos y negociamos",
autodescriben los hombres de Moyano. "Ellos pegan para
negociar", replican desde la CTA y proponen que la diferencia entre
la conjunción y la preposición es un abismo político y hasta ético,
pero reconocen que el recambio de Daer por Moyano los complica. "Son
oportunistas", musitan los gordos, pero llaman a Moyano para tener un
dirigente potable a la cabeza. Remember Mucci "Este
no es un típico gobierno radical --le dice un funcionario radical de
primera línea a Página/12--, pero debe cuidarse de caer en un
error muy radical: el de creer que dictar una ley es haberla aplicado, el
de pensar que haber hecho los planos (que es hasta donde llegamos) es ya
tener la casa". Radical o no, ¿no corre el riesgo de repetir lo de
la ley Mucci? ¿Para qué abrirse un frente que estaba quieto al principio
de la gestión? pregunta Página/12. "No se engañe --aconseja
el funcionario que también lo fue de Alfonsín-- con Mucci cometimos dos
errores, que en verdad fueron uno solo. Aglutinar al peronismo y perder.
Ahora el PJ no está unido, los gremialistas quedan aislados. Es un
acierto plantear la batalla ahora. ¿Sabe por qué? Porque la vamos a
ganar. Por ahora, estamos bien porque ganamos en todos los frentes."
"¿Y van bien?", indaga Página/12 parafraseando a
Neustadt.
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