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OPINION
Por Mario Wainfeld


La SIDE, los sindicatos y el arte de no parecer radical

El recorte de la SIDE o un modo virtuoso del ajuste. Las alegrías de Flamarique. Un terremoto en las centrales sindicales. La lógica de Moyano. Los límites de la CGT y la CTA. El arte de ganar batallas.
Fernando de la Rúa posa junto a Carlos Ruckauf, el más radical de los peronistas. 
Y ambos acumulan.
 

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"Este no es un típico gobierno radical." La frase, palabra más palabra menos, brota de los labios de funcionarios de "este" gobierno, radicales por añadidura. La descripción no es una autocrítica sino una alabanza: el Gobierno se percibe ejerciendo el poder, imponiendo la agenda, proponiendo combates que consigue ganar. En estos días volvió a ser el dueño de la iniciativa achicando la SIDE, haciendo avanzar la reforma laboral y aun compartiendo cámara con el "más radical" de los gobernadores peronistas, Carlos Ruckauf.

  La medida más notable fue, seguramente, el fenomenal recorte decidido por el jefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) Fernando de Santibañes. La reducción de alrededor de un tercio de la planta permanente se hizo en nombre del credo liberal que predica el actual Señor Cinco.  Tal como sucedió en el gobierno anterior con las Fuerzas Armadas, en la SIDE el eficientismo liberal obró un resultado virtuoso: desarmar un poder oscuro del Estado, inepto para combatir enemigos exteriores y proclive a perseguir a "enemigos" interiores no del perdurable Estado argentino, sino del contingente gobierno de turno.

  Se redondea así su decisión de prescindir del personal contratado, achicando una SIDE que albergaba a numerosos represores de la dictadura. "Es mejor tenerlos adentro, para que no hagan quilombo", explicaba, mundano, Hugo Anzorreguy, quien aplicó su doctrina manteniendo carapintadas, cuadros decadentes de la remota izquierda peronista de los `70 y militares retirados sin provecho. Curiosamente, De Santibañes siempre prodiga elogios a su predecesor, explicando que hizo lo más que pudo, dentro de un gobierno menemista: no macarteó ni persiguió opositores. Fuentes cercanas a De Santibañes susurran que Anzorreguy fue un bastión contra el yabranismo, que infiltraba al Gobierno, y postulan que evitó la existencia de un infierno: la mafia (esto es, Yabrán) con los recursos del aparato estatal.

  Ese argumento, que embellece inmerecidamente a la SIDE de ayer, remeda como una gota de agua a otra los elogios que Enrique Nosiglia suele dedicar a Anzorreguy. Y no es el único motivo que induce a muchos observadores y cronistas avezados a inferir que Coti tiene enorme influencia en la gestión De Santibañes. Hay otros: ambos son amigos desde la infancia (sus padres ya lo eran), poseen quintas de fin de semana contiguas y Nosiglia tiene en esa área --de la que el señor Cinco ignoraba todo hasta hace un par de meses-- un enorme saber acumulado y una envidiable agenda. Si se les pregunta, tanto el locuaz De Santibañes como el parco Nosiglia niegan enfáticamente. "Soy un hombre adulto, exitoso en las tareas que emprendí, no necesito padrinos", explica el ex financista. "Estoy harto de que me quieran transformar en un monje negro. Yo trabajo en el partido (radical) y ése es mi lugar", rezonga el ex ministro de Interior. La verdad cabal sólo la conocen ellos dos. Quizá la relación transite cualquier zona del gris. Hay un tema pendiente que tal vez dé una pista: la designación en la SIDE de un militar con antecedentes de represor ilegal: el general Ernesto Bossi, hombre de diálogo permanente con Nosiglia, quien lo considera necesario para doblegar posibles vendettas de la "mano de obra" despedida por De Santibañes. Habrá que ver si el Señor Cinco comparte esa idea, tributaria de la curiosa tendencia de considerar válido combatir el canibalismo aliándose con los antropófagos.

  Como fuera, la medida tiende a disminuir el poder de un organismo ligado a lo más ominoso del último cuarto de siglo, colocando al Gobierno en el sitio que más le gusta y reditúa: los antípodas del menemismo. Pero que también lo diferencia de una virtual administración duhaldista que jamás hubiera hecho algo similar, en parte porque "Hugo" (y muchos de sus ex supernumerarios) eran "del palo" y también porque la Bonaerense y Eduardo Duhalde, que durante largo rato tuvieron intereses comunes, tenían mucho que temer si ex espías despechados desarchivaban carpetas y prendían el ventilador.

 

Paz con el PJ      

  El oficialismo computa como otro logro el despacho conjunto para la ley de Reforma Laboral con los diputados del PJ. El acuerdo involucró no sólo a los "dipupolíticos" sino (dato especialmente celebrado por las huestes del ministro de Trabajo Alberto Flamarique) también a varios muy vinculados al sector sindical como Oraldo Britos, Alberto Atanasoff y Graciela Camaño. En las tiendas de Flamarique no se considera un riesgo ni un costo la existencia de dos proyectos de minoría. Y hasta dispensan de bronca especial --aunque no de algunas chicanas-- a la diputada frepasista  Alicia Castro, firmante del proyecto alternativo con membrete de la Alianza. Algo más de encono y, por ende, de operaciones y llamadas telefónicas prodigaron y prodigarán a quienes, como Enrique Martínez, se muestren dispuestos a no votar el proyecto oficial en el recinto. Pero confían en que sobrarán los dedos de una mano para contarlos.

  La interna no le quita el sueño a la conducción aliancista, que ve también que en el PJ predomina el dialoguismo. Carlos Ruckauf sigue ganando imagen con esa táctica que el jueves le permitió coproducir con De la Rúa una foto tomada en La Plata que ambos creen beneficia a los dos.  Según las encuestas, ambos tienen buenas razones para creerlo (ver, sin ir más lejos, las páginas 2 y 3).

 

Los muchachos en la Plaza

Los principales dirigentes del PJ realmente existente optan por la paz. Los sindicalistas, en cambio, se pintan la cara para una batalla a la que el Gobierno los empujó, acelerando los tiempos. La reforma laboral fue para la CGT, el MTA y la CTA un terremoto que puso en crisis tácticas y rutinas engendradas durante el menemismo. La CGT, o dicho con más cercanía, el sector de los "gordos", tiene hace rato acotado su margen de maniobra, por el desprestigio de su primera línea. Fue menemista hasta ayer, claro, pero antes que eso no puede ser puntal de oposición a gobierno legítimo alguno.

  En sus antípodas, la CTA es estructuralmente opositora, limitada en su accionar por el relativamente escaso peso que tienen sus sindicatos más conspicuos a la hora de plantear medidas de fuerza. Los estatales pueden pesar en ciertas provincias, pero son menos perceptibles en los grandes centros urbanos. Contra el menemismo, en una pelea frontal y sin intermediaciones, la CTA no era hegemónica pero sí tenía un espacio claro. Con la Alianza en el Gobierno y el combativo Hugo Moyano reemplazando al anodino e impresentable Rodolfo Daer, le surgen dos problemas simétricos. Uno, que algunos sectores combativos aliados pueden sentirse tentados a volver al redil de la CGT. Otro, que las incipientes diferencias internas entre el sector más dialoguista encabezado por Marta Maffei y el más duro liderado por Víctor de Gennaro tienden a acentuarse.

  El MTA consigue prevalecer en el río revuelto por la Alianza, capitalizando un par de ventajas relativas. La primera es que su tronco son sindicatos de actividades de transporte cuyos afiliados no nadan en la opulencia pero no son los más castigados por los cambios de época. La segunda es el poder --vedado a los estatales de CTA o a los de otros servicios o industriales de la CGT-- de "parar el país", que así se llama en jerga política al arte de dejarlo sin transporte urbano de pasajeros. Confiando en que su compadre Palacios logre ese portento, Hugo Moyano se apresta a debutar, encabezando una CGT desacreditada, con un cese de actividades y movilización contra un gobierno flamante y pleno de prestigio. No es poco riesgo para quien tiene un capitalito ganado como luchador. Pero Moyano, uno de los dirigentes que más cita en diálogos coloquiales a Juan Perón, está seguro de que el riesgo de diluirse puede ser esquivado, "si se sabe conducir". Esto es, al frente de un conjunto complejo, manejar las contradicciones, avanzar. Es una lógica controvertible, pero es la pura lógica del MTA, el sector más parecido al clásico vandorismo peronista, apto para todo terreno y no sólo para confrontar (como buena parte de la CTA) o para ser comensal del poder (como los gordos). "Nosotros pegamos y  negociamos", autodescriben los hombres de Moyano. "Ellos pegan para negociar", replican desde la CTA y proponen que la diferencia entre la conjunción y la preposición es un abismo político y hasta ético, pero reconocen que el recambio de Daer por Moyano los complica. "Son oportunistas", musitan los gordos, pero llaman a Moyano para tener un dirigente potable a la cabeza.

 

Remember Mucci

"Este no es un típico gobierno radical --le dice un funcionario radical de primera línea a Página/12--, pero debe cuidarse de caer en un error muy radical: el de creer que dictar una ley es haberla aplicado, el de pensar que haber hecho los planos (que es hasta donde llegamos) es ya tener la casa". Radical o no, ¿no corre el riesgo de repetir lo de la ley Mucci? ¿Para qué abrirse un frente que estaba quieto al principio de la gestión? pregunta Página/12. "No se engañe --aconseja el funcionario que también lo fue de Alfonsín-- con Mucci cometimos dos errores, que en verdad fueron uno solo. Aglutinar al peronismo y perder. Ahora el PJ no está unido, los gremialistas quedan aislados. Es un acierto plantear la batalla ahora. ¿Sabe por qué? Porque la vamos a ganar. Por ahora, estamos bien porque ganamos en todos los frentes."

  "¿Y van bien?", indaga Página/12 parafraseando a Neustadt.

  "Estamos bien pero no sabemos adónde diablos vamos", ríe el funcionario. En verdad, no dice "diablos", usa una expresión más vulgar o coloquial. Y confiesa estar preocupado por el rumbo futuro, por no tener una estrategia de crecimiento. Y ha de estarlo, por qué no. Pero no luce abrumado, ríe con ganas, porque hay buena onda en los despachos de un gobierno que --aunque off the record a veces se confiese carente de estrategias-- parece tomarle el gustito a eso de no parecer radical.

 

 

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