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OPINION
Dr. Jekyll y Mr. Haider
Por M. Vázquez Montalbán

Los españoles presumíamos de no ser racistas y desde esta inmotivada seguridad ética nos lanzamos a condenar el error austríaco de aupar al poder al señor Haider y a recordar la habilidad austríaca de hacer pasar a Mozart por austríaco y a Hitler por alemán. Y de pronto la xenofobia ha estallado en El Ejido, un pueblo de Almería, dentro de la España cubierta de plástico saludada como la España del milagro agrícola. La causa inmediata del estallido fue un delito cometido por un inmigrante magrebí y otra vez hay que recordar que los delitos cometidos por inmigrantes no tienen comparación cuantitativa con los que cometen nuestros paisanos, y en cambio no nos dedicamos a quemarles los coches, destruir sus casas, pegarles palizas o tratar de linchar a las autoridades consideradas cómplices del peligro extranjero, como ha ocurrido en El Ejido. Siguen siendo mucho más peligrosos los españoles para los españoles o los italianos para los italianos o los austríacos para los austríacos que los inmigrantes, pero ahí está otra vez el fantasma del peligro exterior, del invasor que se mete en nuestro territorio y nos crea inseguridad con su diferencia y con su fea, hiriente pobreza. ¿Cómo se ha atrevido a meterse en el territorio que habíamos marcado con nuestros orines?En Austria un partido xenófobo llega al gobierno democráticamente y en toda Europa aparecen síntomas del que va a ser uno de los problemas más graves de las próximas décadas: la intolerancia hacia el extranjero. Lógicamente los estallidos xenófobos se producirán en los sectores populares, porque son los que conviven con la inmigración y los que proyectan sus furias abstractas y concretas con el extraño. Los españoles no somos racistas, dice el tópico. Pero históricamente esta afirmación no va a misa, aunque a veces ha ido bajo palio. Ahí están los gitanos marginados, los indígenas americanos exterminados, los judíos y moriscos expulsados, el tráfico de esclavos continuado por españoles cuando ya estaba prohibido internacionalmente, la ferocidad de nuestras represiones ideológicas, desde la persecución de los erasmistas a la de los republicanos tras la guerra civil.Y ahí está el moro. Antes bajábamos a Africa para que nuestros militares les cortaran la cabeza o las orejas para exhibirlas como trofeos de guerra. Luego Franco los trajo a España para hacer una guerra civil por procedimientos coloniales, aunque también hubo algunos marroquíes en las Brigadas Internacionales en defensa de la República. Ahora vienen aquí como trabajadores en busca de una oportunidad y todos sus delincuentes, que los hay, no consiguen quitar el puesto a nuestros delincuentes paisanos. En cuanto a delincuentes no tenemos nada que aprender, ni en lo que respecta a delincuentes por arriba, ni en lo que se refiere a delincuentes por abajo. Y si no se trata de delincuentes, sino de psicópatas. El mismo día en que estallaba el pogrom de El Ejido, un jubilado valenciano se llevaba por delante a cuatro paisanos y su acción fue asumida como una excepción que confirma la regla de lo pacíficos que son los jubilados.¿Por qué el delito de un inmigrante no confirma la regla del comportamiento normal de la inmensa mayoría de los inmigrantes? Hay algo zoológico en la respuesta. Y contemplando las caras y los gestos de los que en El Ejido trataban de romperle la cara y la espalda al subdelegado del gobierno o romper las cámaras de televisión, es decir, el ojo de la sociedad, veíamos el rostro de un fascismo posible. Tampoco en fascismos nadie tiene que enseñarnos nada, porque tuvimos un largo período de práctica. Y en cuanto al fascismo posmoderno xenófobo, no hace falta mirar la paja en el ojo austríaco. Aquí estamos preparados para ser racistas a nivel europeo, incluso a nivel norteamericano. Nadie se libra de la nueva esquizofrenia. La que opone al bondadoso doctor Jekyll con el amenazador Mr. Haider.

 

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