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Por Cecilia Hopkins Bajo la dirección de Rubén Szuchmacher y en Babilonia, Martes eróticos combina con éxito gastronomía y espectáculo. Distribuidos en mesas frente al escenario, los espectadores y los dos actores oficiantes (Ingrid Pelicori y Horacio Peña) cenan en tres etapas: la entrada es el llamado �preámbulo�, el plato principal, el momento del �apogeo� y el postre, el �reposo�. Entre cada una de las especialidades de la cocina erótica que el menú ofrece transcurre el espectáculo, el cual consiste en una selección de textos de tema amatorio que tiene en cuenta diversas épocas y procedencias. Así, con el último bocado luego de cada una de las tres tandas los actores reubican sus sillas para dirigirse a su auditorio. La lectura de los actores se desarrolla entre guiños y miradas cómplices, con elocuencia y naturalidad, esto es, eludiendo todo subrayado excesivo.El programa está integrado por cuarenta textos, entre ellos poemas que son dichos de principio a fin y fragmentos de cuentos, novelas y hasta de insólitos manuales sobre costumbres amorosas. Hay textos animados por un erotismo urgente, como el que rezuma �Oración�, de Juan Gelman, o �Soneto a tus vísceras�, de Baldomero Fernández Moreno. Los hay delicados como es el caso de �Mano entregada�, de Vicente Aleixandre, con ritmo e inspiración como �12�, de Oliverio Girondo (�se mastican, se gustan, se babean�) o textos clásicos del género en cuestión, como las anónimas Memorias de una princesa rusa y El marido complaciente, del Marqués de Sade. Humorísticos los hay, como el fragmento de Amatista, de Alicia Steinberg, que relata las actividades de un terceto de amantes que comienzan su faena bien de mañana, texto que luego se abre a cómicas lucubraciones filológicas. De la completa selección, no es éste el único escrito que canta a los amores poco ortodoxos: los hay de corte lésbico (como Penumbra, de Pierre Louys y Devorarse, de Anaïs Nin) o bien descontrolados, como el �Poema XII�, de Paul Verlaine, que retrata un sinfín de masturbaciones colectivas, o el brutal texto de El ganador, de Osvaldo Lamborghini.
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