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Por Eduardo Fabregat Todo el asunto tiene un innegable sabor argentino. Este país encontró buena parte de su identidad en la potente fuerza inmigratoria llegada fundamentalmente de España e Italia, pero fue el segundo país el que más elementos prestó para la conformación del argentino .-o más bien el porteño� medio: gritón, apasionado y calentón, exagerado, futbolero, fiacoso, exhibicionista, amante de la puesta en escena de tintas recargadas y, sobre todo, ventajero, dispuesto a aprovechar cualquier situación que le permita imponerse sobre alguien, sacar algo por nada y, de ser posible, burlarse solapadamente de su víctima. Ese retrato, a años luz del bonachón oficial de la pampa, es el que desfila de manera implacable en los 117 minutos y veinte sketches filmados en 1963 bajo el título de Los Monstruos. La revolución que insinuaba la década del �60 es el trasfondo sobre el que tres nombres fundamentales del cine italiano construyeron una obra que, aun en su añejo blanco y negro y sonido monoaural, no pierde una molécula de su poder corrosivo. El director Dino Risi imaginó una estructura que sólo varios años después se definiría como zapping: sketches que en más de un caso duran apenas unos segundos, instantáneas de un carácter humano que no cede ante los avances de la raza, sino que aprende rápidamente a torcerlos para ponerlos al servicio de sus instintos. Los instrumentos son dos capocómicos a sus anchas, expertos en el arte de travestirse y cambiar de piel tanto como sus personajes. En I mostri, Vittorio Gassman y Ugo Tognazzi ejecutan esos múltiples dobleces .-el actor que se caracteriza de un personaje que a la vez se caracteriza para ventajear a su amigo, su mujer, su prójimo� con la precisión y la gracia de un ballet que, sin embargo, se encarniza con el grotesco. Sin piedad, ese trío de oro que estaba poniendo una piedra fundamental en la comedia roja, verde y blanca dispara un dardo venenoso detrás de otro. Y las tanísimas canciones que entonan Rita Pavoni, Sergio Endrigo o Edgardo Vianello, más que endulzar el clima, le ponen otro toque de ferocidad.En Los Monstruos nada es inocente. En El opio de los pueblos �uno de varios palazos a la aún flamante televisión�, la abstracción de Tognazzi mirando la tele mientras su mujer le pone los cuernos en el dormitorio, mientras el amante sirve ruidosamente un whisky a sus espaldas, llega a inducir a la sospecha de si ese fanático del catodismo no está ejecutando otro tipo de retorcimiento: el de un tipo que se deja engañar sólo para que lo dejen en paz, un monstruo en las sombras. Esa visión, algo paranoica, tiene directa relación con el tenor escogido por Risi para retratar a sus criaturas, que puede llegar al salvajismo extremo del juicio en el que el acusado de asesinato sale indemne, y el testigo Fioravanti Pilade es destrozado por ese abogado del exceso que compone Gassman. O en la acidez de El día del honorable, con un diputado que bien podría haber militado en los diez años del menemismo. O en el lapidario minuto y medio en que Tognazzi, viendo en el cine un fusilamiento nazi, le comenta a su mujer �¿Ves? Así me gustaría que quedara la pared, con esas tejas�. O el trágico pobretón con diez hijos que muestra su otra cara entre los tifosi de la Roma...Los Monstruos, hoy, sigue siendo una formidable radiografía de las taras de la sociedad moderna. Y la película de Risi permite un diagnóstico poco halagüeño, rotundo: el abismo de diferencias entre el inefable tablero de un Fiat 600 y la era Internet no encuentra correspondencia en el comportamiento humano, donde hasta lo políticamente correcto se convirtió en caricatura y las salvajadas de Gassman & Tognazzi se repiten en cualquier esquina. Un espíritu salvaje, por otra parte, no exento de amargura. Ese final de boxeadores vencidos, en una playa desolada que acentúa la melancolía, es una puñalada que viene a recordar que, a lavuelta de cualquier esquina, la derrota siempre va a estar esperando. Y no habrá labia que valga.
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