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Según vecinos y parientes,
Bubi era un gran tipo. Alto, deportivo, simpático, estaba considerado un
hijo ejemplar y un padre modelo. Sucede que el noble barón Ludolf Hermann
von Alvensleben ("Bubi" para los amigos) fue sin embargo
teniente general de las temibles SS y lugarteniente directo de Himmler. En
su rango de "Oberführer" sirvió al Tercer Reich en Polonia y,
según confirma el film dirigido por el realizador polaco Stanislaw Mucha,
fue el responsable de la muerte de por lo menos 30.000 de sus
compatriotas. Entre las muchas historias de Bubi que va descubriendo este
documental fascinante, hay un dato que no es menor y al que la película
le dedica todo su tramo final: Von Alvensleben pudo escapar de los juicios
de Nuremberg y terminó feliz sus días en Argentina, en la provincia de Córdoba,
donde aún hoy todos lo recuerdan como un hombre correcto, decente, amante
de las buenas maneras y el orden.
Las primeras imágenes del film
muestran a Bubi (en fotografías y viejos noticieros de la época) siempre
ubicado bien cerca de Hitler. Y no resulta difícil identificarlo: medía
dos metros y su altura lo hace sobresalir incluso en los masivos actos
oficiales en que los nazis se lucían como nibelungos. A partir de allí,
el documental se lanza a reconstruir la vida de Bubi como si se tratara de
un rompecabezas de múltiples piezas, de un mosaico no siempre fácil de
armar debido al manto de silencio con que su familia protegió el
apellido. El primer motor del film fue, sin embargo, uno de los nietos de
Bubi, Hubertus von Alvensleben, formado también en la más rancia tradición
nobiliaria, que quiso saber qué tenía de caballero ese carnicero que fue
su abuelo.
Contra todas las negativas y
obstáculos que le impuso el clan familiar, Hubertus se dedicó a esa
investigación, para la cual decidió aprender polaco. Quiso el azar que
su profesor particular[FrontPage Image Map Component] fuera el documentalista
Stanislaw Mucha (30 años), que a cambio de sus clases le pidió
autorización para hacer junto a él este film que ahora acaba de estrenar
la Berlinale, en una de sus secciones paralelas a la competencia oficial.
Entre los dos, se dedicaron a entrevistar a todos aquellos que conocieron
a Bubi y que fueran capaces de prestar testimonio sobre él. Según explicó
al finalizar la proyección el propio Mucha, si en el film no son muchos
quienes atestiguan contra Bubi, es precisamente porque casi ninguna de sus
víctimas pudo sobrevivir. En cambio, lo que consigue la película es
exponer --con horror, con perplejidad-- de qué manera un nazi prominente
y probado genocida hoy puede ser recordado como una excelente persona,
tanto en Alemania como en Argentina. El
tramo rodado en Córdoba es particularmente elocuente. Aunque no hay datos
precisos de la fecha de su llegada al país, el film consigue registrar
que el 27 de noviembre de 1952 el gobierno de Juan Domingo Perón le
concede la ciudadanía bajo el nombre de Carlos Lücke. Las fotos de la época
registran a un hombre altísimo, con un bigotito muy criollo (a la manera
del que usaba Camporita) y a quien le gustaba jugar al fútbol, de
arquero, por supuesto. Los vecinos de Santa Rosa de Calamuchita lo
recuerdan bien, con afecto y admiración. "Imponía respeto",
dice el parroquiano de un bar, con la típica tonada cordobesa. "Era
inspector de pesca y estaba siempre armado." Otro, con toda
ingenuidad, expone una ironía atroz: "Como pescaba mucho, les vendía
pescado ahumado a los judíos". Nadie, sin embargo, reconoce haber sabido del pasado nazi de Bubi. De eso no se habla. El único que lo menciona es un cordobés de familia alemana, que en su lengua materna recuerda ante la cámara que durante el entierro de Carlos Lücke, el 1º de abril de 1970, "se hizo el saludo nazi". Y levanta tímidamente el brazo derecho, para que no queden dudas de lo que está diciendo.
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