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OPINION
Austria, política interna
Por Martín Granovsky

El sábado Página/12 anticipó que la decisión más probable del Gobierno sobre Juan Carlos Kreckler sería su fin como embajador en Viena. Y así fue. Kreckler se quedará en Buenos Aires, en parte como castigo a Joerg Haider y en parte como castigo al mismo Kreckler.
Naturalmente, Austria no se conmoverá por la ausencia temporaria de un representante argentino. Le preocupan mucho más la Unión Europa, los Estados Unidos e Israel. Pero no importa: para la Argentina, el caso Haider no es un tema de relaciones con Austria sino de política interna. Este país refugió a criminales nazis, sufrió una de las peores dictaduras del mundo, revisa permanentemente su pasado, padeció dos atentados y necesita una vacunación periódica contra la xenofobia. Y lo precisa para asegurar la calidad de su democracia, no por motivos de buena conciencia.
Por eso es comprensible la percepción que se llevaron ayer por la mañana, tras hablar con el canciller y su equipo, los dirigentes de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos: que la cuestión austríaca sacude más a los argentinos que a sus socios de América latina. Por la Cancillería estuvieron con Adalberto Rodríguez Giavarini, Enrique Candiotti, Leandro Despouy, José María Otegui y Horacio Solari. Por la APDH, Simón Lázara, José Miguez Bonino, Adolfo Gass, Susana Pérez Gallart y Sergio Di Gioia.
�Los países del Mercosur no estaban demasiado dispuestos a jugar fuerte en la cuestión austríaca�, reveló preocupado uno de esos dirigentes. �Y el resto de los latinoamericanos tampoco. De todos modos, el Mercosur emitió su comunicado prometiendo no olvidar la cuestión Haider y quedó en discutir el punto la semana que viene en Algarve, Portugal, durante la cumbre de cancilleres mercosureños y de la Unión Europa.
En asuntos como éste, a la Argentina se le planteará un escenario complicado:
  Fernando de la Rúa y Adalberto Rodríguez Giavarini se proponen consultar o comunicar cada movida política, cada viaje, cada reunión, con Fernando Henrique Cardoso y Luiz Felipe Lampreia.
  Brasil está cómodo con el diálogo fluido pero no suele impulsar iniciativas que se inscriben en el nuevo derecho internacional de los derechos humanos y reinterpretan el viejo principio de no intervención.
¿Cómo mantener un perfil coherente sin herir al socio mayor? ¿De qué manera politizar la relación con Brasil y a la vez no despolitizar la proyección argentina en temas que, sin necesidad de hacer morisquetas para llamar la atención, son propios y expresan un consenso interno de la Argentina?
Hay una respuesta posible: con más consulta, más diálogo y más respeto a las diferencias, pero también con más acuerdos de fondo entre Brasil y la Argentina y con la demorada institucionalización del Mercosur.

 

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