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PRIMER TESTIMONIO DIRECTO DEL ASESINATO DE CINCO RECLUSOS
El preso que logró vencer el miedo

El pacto de silencio entre los presos del motín de Sierra Chica se quebró: ayer, uno de ellos dio por primera vez detalles de la masacre interna. De ahora en más, los presos que declaren serán testigos protegidos y trasladados a comisarías.

Jorge Pedraza, una de las caras menos conocidas, fue acusado de ser uno de los ideólogos de la masacre.
El preso de ayer contó que muchos otros compañeros la presenciaron: �Eso era tipo una peatonal�.


Por Cristian Alarcón

t.gif (862 bytes) Comenzó ayer a resquebrajarse el pacto de silencio impuesto por el terror entre los presos testigos de la masacre. Casi al final del día, un interno habló entre el temblor del pánico y la seguridad del que ha decidido soltar de una vez, con esas cortas frases tumberas, lo que sabe: dijo haber visto de cerca cómo fueron asesinados a facazos cinco de las víctimas del motín y dio detalles de lo macabro. Hasta ayer era impensable para los fiscales lograr que un reo se sentara ante el tribunal para contar con detalles esas visiones de la muerte. Sin embargo, una resolución largamente tramitada ante la Procuración General de la Suprema Corte de Justicia de la provincia los convierte en �testigos protegidos� alojados bajo �un régimen especial en distintas comisarías�, además de implementar medidas de seguridad para sus familias. Así fue que por primera vez se escuchó el testimonio de alguien que pudo ver los cuerpos de los presos ajusticiados, �apilados uno arriba del otro� en el pabellón 12, mientras la población de Sierra Chica, sin barreras, pasaba por el lugar, miraba y hacía comentarios �como si fuera una vidriera�.
Por la mañana, el pánico inherente a los presos todavía presos había quedado más claro aún con la declaración del entonces director de Seguridad del Servicio Penitenciario, Guillermo McLoughlin, quien describió el sistema de venganzas que funciona en el interior de las cárceles bonaerenses. �Esto no termina en los 24 que usted tiene acá �dijo el funcionario�. Estos tienen sus amistades y sus redes. Al que declare, algo le va a pasar. Para salvarlo, como digo yo: �hay que llevárselo a casa��.
�¿Eso que dice sobre los internos se hace extensivo al personal del SP? �quiso saber la fiscal Silvia Etcheverry�.
�Sí �contestó McLoughlin, sin dejar dudas sobre el alcance de las amenazas�. Porque no están todos los (responsables) que tendrían que estar adentro. Mi seguridad no es la misma hasta hoy que a partir de mañana. Se pueden correr más riesgos en la calle que en una unidad.
McLoughlin ratificó la hipótesis de la Fiscalía sobre la masacre: hubo una matanza de una banda de presos liderada por Agapito Lencinas y esos cuerpos pasaron luego por el descuartizamiento y el horno del penal. El penitenciario contó que a Lencinas lo conocía �de todas las unidades en las que estuvo� y por eso sabía que era un preso �respetado�. Era famosa su habilidad con la faca y cuando tuvo peleas, �que las tuvo muchas�, siempre las ganó. Según McLoughlin �y los testigos que hasta ahora han descrito a Lencinas�, el preso tenía el poder suficiente para frenar el motín. Por eso es que se intentó hacer contacto con �el Agapo�. �El día antes (de la masacre) él me vio cuando caminaba con sus hombres. Esa noche dije �esto se arregla pronto��. Los cálculos de McLoughlin se desvanecieron cuando a la mañana siguiente él mismo vio cómo Lencinas caía en el patio bajo la furia de los apóstoles.
Para ese momento, el preso que declaró ayer, Marcelo Ortellano Di Aloy, ya había hecho una incursión por el caos que se vivía en el penal consiguiendo un carrito lleno de verdura con la que sació el hambre de sábado y domingo. Era menor de edad y por eso se alojaba en una celda del pabellón 9 junto a otros menores, refugiados, presos septuagenarios y ex policías. Hasta su celda llegaron �dos encapuchados� que buscaban un custodio para los rehenes y lo llevaron hasta una sala donde lloraba el guardia Daniel Echeverría. �Estaba mal porque le habían puesto un canal en el que aparecía su esposa. Le di el control remoto para calmar su dolor �contó el preso�. En ese ínterin vino González Pérez, se llevó al rehén y me dejó otro. Antes de irse me dijo que si me alejaba o se me escapaba iba a ir a parar al horno o a la �silla eléctrica� que se le dice, o sea que me iban a violar.�
Después Ortellano se hizo �el piola� y dejó a un tierno más tierno que él como custodio. Su relato, anárquico pero contundente, se detuvo en las escenas que dice haber visto el lunes, cuando Lencinas y varios de sus hombres fueron �cazados� por los apóstoles. El preso aseguró que primero vio a Lencinas reunido con (Jorge) Pedraza, �El Paraguayo� Miguel Ruiz Dávalos, (Víctor) Esquivel y (Marcelo) Brandán Juárez en el pabellón 8. El capo sacaba lo que parecía un arma de su cintura. Sobrevinieron los tiros y Lencinas corrió intentando salvarse. Pero en el camino a la puerta de guardia, Juan Murgia Cantero, �le pone una puñalada en el pecho�. Ortellano asegura que inmediatamente, desde la puerta del pabellón, a unos cinco metros, vio a Ruiz Dávalos apuñalar al Indio Niz (Daniel Niz Escobar) y �a otro que le dio una a Nippur (Esteban Polieschuk Palomo)�, rodeado por los mismos cabecillas. La fiscal quiso saber cuántos internos más vieron esas escenas y Ortellano aclaró que muchos: �Eso era tipo una peatonal�, dijo.
El preso que rompió el pacto de silencio y tras cuyo testimonio inaugural se espera por lo menos el de cinco reos más, volvió a contar cómo los hombres del grupo GEO entregaron al preso José Cepeda Pérez a los apóstoles, tras lo cual lo acuchillaron, lo arrastraron y le cruzaron el cuello de lado a lado con un faca. Más tarde, fue la visita guiada al horror, en el pabellón 12. �Estaban apilados los cuerpos de Agapo, Nippur, el Indio Niz y uno que le decían el Chino. Estaban vestidos con camisetas de fútbol y equipo de gimnasia, llenos de sangre.�
�¿Cómo tuvo acceso al pabellón 12? �preguntó Etcheverry, creyendo que en aquello hubo el mínimo misterio�.
�Iba cualquiera a mirar ahí los cuerpos. Comentaban, decían algo, y se iban. Como una vidriera era.

 

 

El testimonio de la jueza

�La voy a hacer poner loca a la jueza�, dijo cuando entró sacado a la sala de Sanidad el apóstol Miguel Ruiz Dávalos, conocido como � El Paraguayo�, cuando el motín estaba ya en su etapa sangrienta. Acto seguido descargaría su rabia contra la jueza María de las Mercedes Malere, rehén de lujo de los presos amotinados en Sierra Chica, gritándole sin parar que por su culpa él estaba condenado a tantos años de encierro, hasta que otro preso intervino en favor de Malere. La escena contada esta semana por el guardia y rehén Héctor Cortez es una de las pocas que se conoce sobre el cautiverio de la jueza, que hoy declarará en el juicio oral por la masacre. Según los rehenes que han declarado ante el tribunal, la jueza permaneció encerrada en una habitación aislada del resto de los cautivos, desde el segundo día de toma. Y durante ese tiempo fue custodiada por el mismo interno: Lucio Bricka Puebla, el hombre al que aquel día de los insultos ella le pidió ayuda: �Lucho defendeme, Lucho defendeme�, dicen que gritó. Aunque también pasaba mucho tiempo acompañada por el máximo jefe del motín, el silencioso Jorge Pedraza.

 

LA ODISEA DE LOS 60 PRESOS GAYS
Cuatro días sin beber

Por C.A.

Cuando un motín estalla en una cárcel, los débiles, los que no están protegidos por el capo de alguna banda, los buchones, los viejos, corren lo que pueden dentro del encierro y buscan protegerse de los arrebatos de violencia y los pases de cuentas que se sucederán seguro. De entre ellos, los presos gays son los que más expuestos quedan al abuso.
Por eso en Sierra Chica cuando la masacre ya era vox populi intramuros, unos sesenta presos homosexuales, de los cien que viven aislados del millar de internos en el pabellón 10, corrieron a refugiarse a la capilla del penal. Desde adentro, aterrados por el fantasma de los hornos y el canibalismo, tapiaron con maderas las ventanas y las puertas. Cuando terminó el motín, la comisión que recorrió la cárcel encabezada por el entonces ministro de Gobierno bonaerense, Rubén Citara, quitó los postigos y encontró allí a sesenta hombres que hacía cuatro días �que no podían comer ni beber�.
Así lo contó ayer el entonces director de Seguridad del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), Guillermo McLoughlin, quien estuvo en Sierra Chica desde el sábado 30, con el inicio del motín, hasta el domingo 8 de abril, cuando terminada la rebelión, las autoridades hicieron un recorrido por el penal.
�Unos 60 internos del pabellón 10 que se habían autoencerrado en la capilla y estuvieron ahí sin poder comer ni beber�, dijo el oficial del SPB. El mismo McLoughlin fue quien contó cómo fueron usados los presos más nuevos, entre ellos muchos homosexuales, para custodiar rehenes y para cavar, por mandato de los apóstoles, el túnel con el que intentaron escapar durante esa semana.

 

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