Por Cristian Alarcón
Comenzó
ayer a resquebrajarse el pacto de silencio impuesto por el terror entre
los presos testigos de la masacre. Casi al final del día, un interno
habló entre el temblor del pánico y la seguridad del que ha decidido
soltar de una vez, con esas cortas frases tumberas, lo que sabe: dijo
haber visto de cerca cómo fueron asesinados a facazos cinco de las
víctimas del motín y dio detalles de lo macabro. Hasta ayer era
impensable para los fiscales lograr que un reo se sentara ante el tribunal
para contar con detalles esas visiones de la muerte. Sin embargo, una
resolución largamente tramitada ante la Procuración General de la
Suprema Corte de Justicia de la provincia los convierte en �testigos
protegidos� alojados bajo �un régimen especial en distintas
comisarías�, además de implementar medidas de seguridad para sus
familias. Así fue que por primera vez se escuchó el testimonio de
alguien que pudo ver los cuerpos de los presos ajusticiados, �apilados
uno arriba del otro� en el pabellón 12, mientras la población de
Sierra Chica, sin barreras, pasaba por el lugar, miraba y hacía
comentarios �como si fuera una vidriera�.
Por la mañana, el pánico inherente a los presos todavía presos había
quedado más claro aún con la declaración del entonces director de
Seguridad del Servicio Penitenciario, Guillermo McLoughlin, quien
describió el sistema de venganzas que funciona en el interior de las
cárceles bonaerenses. �Esto no termina en los 24 que usted tiene acá
�dijo el funcionario�. Estos tienen sus amistades y sus redes. Al que
declare, algo le va a pasar. Para salvarlo, como digo yo: �hay que
llevárselo a casa��.
�¿Eso que dice sobre los internos se hace extensivo al personal del SP?
�quiso saber la fiscal Silvia Etcheverry�.
�Sí �contestó McLoughlin, sin dejar dudas sobre el alcance de las
amenazas�. Porque no están todos los (responsables) que tendrían que
estar adentro. Mi seguridad no es la misma hasta hoy que a partir de
mañana. Se pueden correr más riesgos en la calle que en una unidad.
McLoughlin ratificó la hipótesis de la Fiscalía sobre la masacre: hubo
una matanza de una banda de presos liderada por Agapito Lencinas y esos
cuerpos pasaron luego por el descuartizamiento y el horno del penal. El
penitenciario contó que a Lencinas lo conocía �de todas las unidades
en las que estuvo� y por eso sabía que era un preso �respetado�.
Era famosa su habilidad con la faca y cuando tuvo peleas, �que las tuvo
muchas�, siempre las ganó. Según McLoughlin �y los testigos que
hasta ahora han descrito a Lencinas�, el preso tenía el poder
suficiente para frenar el motín. Por eso es que se intentó hacer
contacto con �el Agapo�. �El día antes (de la masacre) él me vio
cuando caminaba con sus hombres. Esa noche dije �esto se arregla pronto��.
Los cálculos de McLoughlin se desvanecieron cuando a la mañana siguiente
él mismo vio cómo Lencinas caía en el patio bajo la furia de los
apóstoles.
Para ese momento, el preso que declaró ayer, Marcelo Ortellano Di Aloy,
ya había hecho una incursión por el caos que se vivía en el penal
consiguiendo un carrito lleno de verdura con la que sació el hambre de
sábado y domingo. Era menor de edad y por eso se alojaba en una celda del
pabellón 9 junto a otros menores, refugiados, presos septuagenarios y ex
policías. Hasta su celda llegaron �dos encapuchados� que buscaban un
custodio para los rehenes y lo llevaron hasta una sala donde lloraba el
guardia Daniel Echeverría. �Estaba mal porque le habían puesto un
canal en el que aparecía su esposa. Le di el control remoto para calmar
su dolor �contó el preso�. En ese ínterin vino González Pérez, se
llevó al rehén y me dejó otro. Antes de irse me dijo que si me alejaba
o se me escapaba iba a ir a parar al horno o a la �silla eléctrica�
que se le dice, o sea que me iban a violar.�
Después Ortellano se hizo �el piola� y dejó a un tierno más tierno
que él como custodio. Su relato, anárquico pero contundente, se detuvo
en las escenas que dice haber visto el lunes, cuando Lencinas y varios de
sus hombres fueron �cazados� por los apóstoles. El preso aseguró que
primero vio a Lencinas reunido con (Jorge) Pedraza, �El Paraguayo�
Miguel Ruiz Dávalos, (Víctor) Esquivel y (Marcelo) Brandán Juárez en
el pabellón 8. El capo sacaba lo que parecía un arma de su cintura.
Sobrevinieron los tiros y Lencinas corrió intentando salvarse. Pero en el
camino a la puerta de guardia, Juan Murgia Cantero, �le pone una
puñalada en el pecho�. Ortellano asegura que inmediatamente, desde la
puerta del pabellón, a unos cinco metros, vio a Ruiz Dávalos apuñalar
al Indio Niz (Daniel Niz Escobar) y �a otro que le dio una a Nippur
(Esteban Polieschuk Palomo)�, rodeado por los mismos cabecillas. La
fiscal quiso saber cuántos internos más vieron esas escenas y Ortellano
aclaró que muchos: �Eso era tipo una peatonal�, dijo.
El preso que rompió el pacto de silencio y tras cuyo testimonio inaugural
se espera por lo menos el de cinco reos más, volvió a contar cómo los
hombres del grupo GEO entregaron al preso José Cepeda Pérez a los
apóstoles, tras lo cual lo acuchillaron, lo arrastraron y le cruzaron el
cuello de lado a lado con un faca. Más tarde, fue la visita guiada al
horror, en el pabellón 12. �Estaban apilados los cuerpos de Agapo,
Nippur, el Indio Niz y uno que le decían el Chino. Estaban vestidos con
camisetas de fútbol y equipo de gimnasia, llenos de sangre.�
�¿Cómo tuvo acceso al pabellón 12? �preguntó Etcheverry, creyendo
que en aquello hubo el mínimo misterio�.
�Iba cualquiera a mirar ahí los cuerpos. Comentaban, decían algo, y se
iban. Como una vidriera era.
El testimonio de la
jueza
�La voy a hacer poner loca a la jueza�,
dijo cuando entró sacado a la sala de Sanidad el apóstol Miguel Ruiz
Dávalos, conocido como � El Paraguayo�, cuando el motín estaba
ya en su etapa sangrienta. Acto seguido descargaría su rabia contra
la jueza María de las Mercedes Malere, rehén de lujo de los presos
amotinados en Sierra Chica, gritándole sin parar que por su culpa él
estaba condenado a tantos años de encierro, hasta que otro preso
intervino en favor de Malere. La escena contada esta semana por el
guardia y rehén Héctor Cortez es una de las pocas que se conoce
sobre el cautiverio de la jueza, que hoy declarará en el juicio oral
por la masacre. Según los rehenes que han declarado ante el tribunal,
la jueza permaneció encerrada en una habitación aislada del resto de
los cautivos, desde el segundo día de toma. Y durante ese tiempo fue
custodiada por el mismo interno: Lucio Bricka Puebla, el hombre al que
aquel día de los insultos ella le pidió ayuda: �Lucho defendeme,
Lucho defendeme�, dicen que gritó. Aunque también pasaba mucho
tiempo acompañada por el máximo jefe del motín, el silencioso Jorge
Pedraza. |
LA ODISEA DE LOS 60 PRESOS
GAYS
Cuatro días sin beber
Por C.A.
Cuando un motín estalla en una cárcel, los débiles, los que no están
protegidos por el capo de alguna banda, los buchones, los viejos, corren lo
que pueden dentro del encierro y buscan protegerse de los arrebatos de
violencia y los pases de cuentas que se sucederán seguro. De entre ellos,
los presos gays son los que más expuestos quedan al abuso.
Por eso en Sierra Chica cuando la masacre ya era vox populi intramuros, unos
sesenta presos homosexuales, de los cien que viven aislados del millar de
internos en el pabellón 10, corrieron a refugiarse a la capilla del penal.
Desde adentro, aterrados por el fantasma de los hornos y el canibalismo,
tapiaron con maderas las ventanas y las puertas. Cuando terminó el motín,
la comisión que recorrió la cárcel encabezada por el entonces ministro de
Gobierno bonaerense, Rubén Citara, quitó los postigos y encontró allí a
sesenta hombres que hacía cuatro días �que no podían comer ni beber�.
Así lo contó ayer el entonces director de Seguridad del Servicio
Penitenciario Bonaerense (SPB), Guillermo McLoughlin, quien estuvo en Sierra
Chica desde el sábado 30, con el inicio del motín, hasta el domingo 8 de
abril, cuando terminada la rebelión, las autoridades hicieron un recorrido
por el penal.
�Unos 60 internos del pabellón 10 que se habían autoencerrado en la
capilla y estuvieron ahí sin poder comer ni beber�, dijo el oficial del
SPB. El mismo McLoughlin fue quien contó cómo fueron usados los presos
más nuevos, entre ellos muchos homosexuales, para custodiar rehenes y para
cavar, por mandato de los apóstoles, el túnel con el que intentaron
escapar durante esa semana.
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