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El último disco de Joâo Gilberto o
la perfección del corazón vagabundo

Nueve años después. O una vida más tarde. Despojado de manierismos, más sabio y más asceta, el gran intérprete está de vuelta.

Joâo Gilberto no grababa en estudio desde hace nueve años.
El productor de su retorno al disco se llama Caetano Veloso.


Por Diego Fischerman

t.gif (862 bytes) Conviene abreviar. No tiene sentido prolongar el suspenso, Joâo voz e violâo es el mejor disco de la carrera de uno de los artistas populares más importantes de la historia. Es decir: Joâo Gilberto siempre fue genial, siempre fue único y, también, extraño. Es excéntrico, tiene más manías que Glenn Gould (lo que es mucho decir), nunca cantó y tocó más que unas pocas canciones �siempre las mismas� y cultiva, desde hace unos cuarenta y un años, algo así como la versión zen de lo zen. O la versión musical del silencio. O la canción entendida como rito iniciático, como ceremonia de entrada a un mundo con reglas propias, en donde la distancia entre lo suave y lo fuerte es infinitesimal y, a la vez, divisible en millones de matices casi imperceptibles. Pero sucede que con Joâo Gilberto, precisamente, la palabra �casi� es la más importante. Su música, por ejemplo, es casi silenciosa. Y, sin embargo, hay pocas más diferentes entre sí que el silencio y su voz y su guitarra hamacando (cada una con ritmo diferente, desde ya) �Coraçào Vagabundo�.
En ese obsesivo rondar la perfección, no obstante, hubo un momento en que Joâo Gilberto llegó a parecerse un poco a su propia caricatura. �Tocaba la guitarra de una manera y cantaba de otra, con lo cual creaba una tercera cosa que era profunda�, lo describía Tom Jobim. Y en ese buscar que la voz y la guitarra jugaran a desplazarse, a desencontrarse para encontrar una tercera cosa diferente, Gilberto se hizo, por momentos, manierista. Como señala el Dr. Carlos Angelini, uno de los máximos especialistas en el estilo del brasileño, �ese deslizarse del canto sobre la guitarra es su esencia, pero se hace exagerado en su versión de �Retrato em Branco e Preto� grabada en el Festival de Montreaux de 1985, por ejemplo, o en �Eu e meu Coraçâo�, de su disco con Clare Fischer de 1991. Es como si en esos momentos se regodeara en sí mismo, se detuviera en la contemplación narcisista y, como corresponde, se ahogara�. En el último disco, en cambio, aparece una suerte de despojamiento, de culto de la esencialidad mucho más radical. El canto es liso y la �batida� de la mano derecha llega a un grado de sencillez apabullante, hasta el punto de moverse, durante largas secuencias, con una pulsación para cada acorde, en una especie de coral de desnudez desoladora.
�Coraçao Vagabundo�, casi susurrado, hamacado en direcciones opuestas por voz y guitarra, pero sin asomo de exageración ni manierismo, es uno de los puntos más altos de un álbum sin fallas. El autor de esa canción es la misma persona que produjo el disco, Caetano Veloso. El fue quien convenció al esquivo Gilberto de grabar nuevamente y de hacerlo en Los Angeles y bajo la tutela de Moogie Canázio, el ingeniero de sonido con el que Veloso registró sus dios últimos cds. También Veloso fue el responsable de que Gilberto repitiera apenas dos de sus canciones fetiche (�Desafinado� y �Chega de Saudade�). El resto fue en parte sugerido por Caetano (�Nâo Vou pra Casa�) o aportado por el propio Gilberto, quien sorprendentemente se apareció con dos canciones de Veloso (�Coraçâo Vagabundo� y la más reciente �Desde que o Samba E Samba�) y una de Gilberto Gil (�Eu Vim Da Bahia�, difícil de resistir sin que el cuerpo se mueva solo). �Gilberto aceptó el 50 por ciento de mis propuestas�, comenta su productor. �En realidad fue él su propio productor y el que llevó adelante el proyecto�, agrega con cierta modestia. La leyenda, de todas maneras, no abandona sus mañas. El disco es corto, cortísimo. Apenas diez canciones y Gilberto omite las repeticiones, como si hubiera querido irse rápido. Todo es concentrado. Pura síntesis. Y así debe ser.

 

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