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Un viaje al fondo del sufrimiento

La nueva película del cineasta taiwanés Tsai Ming-Lian retrata el dolor, físico y existencial, de su personaje fetiche.

el rio                      9 PUNTOS

(�He Liu�) Taiwan, 1996
Dirección: Tsai Ming-Lian
Guión: Tsai Ming-Lian, Yang Bi-Ying y Tsai Yi-Chun
Fotografía: Lao Peng-Jung
Edición: Chen Sheng-Chang y Lei Chen-Ching
Dirección de Arte: Lee Pao-Lin
Intérpretes: Lee Kang-Sheng, Chen Shiang-Chyl, Miao Tien, Chang Long, Lu Hsiao-Ling, Anne Hui, Chen Chao-Jung y otros.
Estreno exclusivo en el cine Lorange.


Por M. P.

t.gif (862 bytes) Una escalera mecánica de doble vía. Hay un joven que baja, y una chica que sube. De pronto, ella lo reconoce y grita su nombre mientras desanda el camino. El espera abajo para saludarla. Hace tiempo que no se encuentran, dicen. El tiene tiempo y ese reencuentro deriva en un viaje en moto hacia el lugar de rodaje de un film, donde ella trabaja. Cuando llegan, la escena que se está rodando es la de un maniquí flotando boca abajo en un desagüe que da al poluido río Tang Shui, el Riachuelo de Taipei.
�No parece real�, se queja la directora sobre la escena que acaba de rodar, y en el descanso para el almuerzo descubre que el muchacho de la escalera es el indicado para reemplazar al maniquí. Luego de algunas negativas, él termina aceptando su papel y termina boca abajo en el desagüe. Rápidamente llevado a un hotel para que limpie la polución del río de su cuerpo, el improvisado actor termina haciendo el amor con su amiga, antes de volver a su propio mundo. Que no será el mismo luego de haber ofrendado su cuerpo (y algo más) al séptimo arte.
El protagonista de la historia es Lee Kang-Sheng, el Jean Pierre Leaud de la cámara de Tsai Ming-Liang, el director taiwanés que sorprendió al mundo del cine en la década del noventa con sus tres primeros largometrajes. Construidos todos alrededor del joven Xiao-Kang �su propio Antoine Doinel, un rebelde sin causa de jopo, más Mineo que Dean�, tanto Los Rebeldes del Dios Neón (92) como Vile L�Amour. (94) y por último El Río, cuentan la disfuncional historia de su pasaje de la adolescencia a la adultez en Taipei, la pujante jungla urbana que es capital y símbolo de un súbito suceso económico que, al decir del propio Tsai, �la ha transformado en una ciudad sin memoria, llena de materialistas que se vuelven locos sin saber por qué�.
Si Zhang Yimou supo encarnar la calidad del cine continental chino, y Wong Kar Wai es el nombre clave de la vertiginosa producción made in Hong Kong, Tsai es el referente actual del cine de la otrora isla de Formosa y su filmografía �de la que forma parte fundamental el maestro Hou Hsiaohsien, calificado como el cineasta de la década según el semanario neoyorkino Village Voice)� siempre ha sido considerada la más europea de todas. Bautizado como el Fassbinder de Taiwan, el cine de Tsai también tiene mucho del de Antonioni, Godard e incluso de Bresson. Capaz de construir en sus películas un mundo propio, al que hay que ingresar con la intención de comprender a sus habitantes antes que pretender ser entretenido por su devenir, el premiado Tsai ganó con su segundo opus el León de Oro del Festival de Venecia, y dos años más tarde se llevó el Oso de Plata al mejor director en Berlín por la historia de la inmersión de Xiao-Kang en el río y en su propio dolor.
Fundamental en el universo de Tsai, el agua es la llave para las metáforas de todas sus historias. En Los Rebeldes... el agua es una invasión del deseo, en Vive... es el símbolo de la tristeza del individuo, mientras que en El río el agua es algo que irrumpe en la casa, �rompiendoel equilibrio�, según sus palabras. De esa manera, el agua �no sólo del río en el que se sumerge Tsai sino la de una persistente gotera en el cuarto de su padre que amenaza con inundar todo el departamento� es la clave secreta en la vida interior de un film que persigue un mal sin nombre ni causa aparente: el dolor que atenaza el cuello de Xiao-Kang hasta hacerle la vida imposible.
Aún más que en los anteriores films, El Río es casi una película muda. Con escasos diálogos, sin explicaciones, reproches e incluso deseos, los personajes del film �una disfuncional familia integrada por un hijo, una madre y un padre casi sin contacto entre sí� deambulan por sus vidas oscuras, silenciosas y vacías, parafraseando sin esperanza alguna al Lennon que alguna vez cantó �la vida es eso que sucede cuando estás haciendo otras cosas�. Todo en la vida de la no-familia de Xiao-Kang es otra cosa, y el drama que descubre su inexplicable dolor es la llave al corazón de una historia que se abre lentamente y a su tiempo. Un arte/industria que exige cuerpo y alma al ausente Xiao-Kang/Lee Kangsheng; al personaje que se hunde en la polución y en el dolor, y al actor que debe hacer lo mismo y es condenado a actuar su sufrimiento durante el resto de un film personal, oscuro y revelador.

 


 

El mazazo en la nuca delmodo de vida americano

BELLEZA AMERICANA

(American Beauty) Estados Unidos, 1999
Dirección: Sam Mendes.
Guión: Alan Ball.
Fotografía: Conrad L. Hall.
Edición: Tariq Anwar y Chris Greenbury.
Música: Thomas Newman.
Intérpretes: Kevin Spacey, Annette Bening, Thora Birch, Wes Bentley, Mena Suvari, Peter Gallagher, Chris Cooper, Allison Janney y otros.
Estreno de hoy en los cines: Atlas Lavalle, Atlas Santa Fe 1, Metro 2, Village Recoleta y otros.

Una imagen surreal de �Belleza americana�: el padre que encarna Ken Spacey fantaseando con la amiguita de su hija adolescente.
La película de Sam Mendes tiene un guión estupendo y notables actuaciones de Spacey, Annette Bening y Thora Birch.

Por Martín Pérez

A los cuarenta y dos años, Lester Burnham bien podría considerarse como un triunfador del modo de vida (norte) americano: tiene una amplia casa en los suburbios, una emprendedora esposa que logra cultivar rosas en su jardín, y una hija en la flor de la edad. Sin embargo, el resignado y autocompasivo Burnham (un papel hecho a la medida de Kevin Spacey) se considera un fracasado. Su hija lo odia; su mujer le es indiferente y la mayor alegría de su día es masturbarse por las mañanas en la ducha. �Todo el resto del día es cuesta abajo�, confiesa, apenas comenzado el film que lo tiene como protagonista. Eso no es todo: muy poco después de confesar su edad, su voz en off �que funciona como prólogo de Belleza americana� anuncia que va a morir en menos de un año. Pero que él no lo sabe, claro. Aunque a partir de entonces, y a la manera del clásico El ocaso de una estrella, lo sabe el espectador del film. Que de esa manera se entera de que la muerte (o no) del protagonista no es el centro de la historia. La cuestión, está claro, pasa por otro lado.
Opera prima del elogiado director teatral británico Sam Mendes, Belleza americana �que arrasó el martes pasado en las nominaciones al Oscar, consiguiendo ocho� comienza presentando a una familia norteamericana tipo, aparentemente normal, pero desgarrada por dentro. Papá Burnham está inmovilizado por la insatisfacción; mamá Burnham (Annette Bening) es la frustración hecha ataque nervioso y la hija... bueno, la hija es capaz de pedirle a su novio si no le haría el favor de matar a su padre. Algo ha funcionado mal en la brújula de la familia Burnham (¿de la familia norteamericana?), y en algún momento perdieron el rumbo. Y ahí andan, cargando con una bomba de tiempo hecha de hipocresías, frustraciones sexuales y resignaciones de todo tipo que en algún momento deberá estallar. Si es que tienen suerte, claro.
Ante semejante panorama como punto de partida, lo mejor del drama de Belleza americana es que su trama se desvía de la previsible narración del desbarranco de tantas apariencias. De esta manera, lejos de ser la crónica de una caída anunciada, Belleza americana funciona como la narración de un renacimiento. La historia de la recuperación del Lester Burnham que debió haber existido antes del mal paso, y todo a partir de la peligrosa fascinación que despierta en él Angela, la mejor amiga de su hija, dueña de una belleza llena de pétalos de rosas. �¿Podría ser más patético?�, se pregunta su hija Jane, luego de presenciar el triste espectáculo de su padre deshaciéndose en balbuceos y miradas dulces ante su amiga. �Yo creo que es dulce�, responde en cambio Angela. �Y también creo que él y tu madre no han hecho el amor en mucho tiempo�.
Con Mr. Burnham yendo hacia atrás en busca del Lester perdido -trabajando en una hamburguesería, fumando marihuana y escuchando a Bob Dylan�, su mujer Carolyn decide huir hacia adelante, seduciendo a un hombre a la altura de sus adultas ambiciones y su pragmática filosofía de vida, encarnado nada casualmente por Peter Gallagher, aquel yuppieseductor de Sexo, mentiras y video. En medio de tantas huidas está Jane, la insatisfecha hija de ambos, convencida de que alguien la ha estado engañando durante todo este tiempo, pero sin saber quién, cómo ni cuándo. Ni qué hacer al respecto, salvo compartir secretos con Angela, y prestar atención al hijo freak de sus nuevos vecinos, un joven obsesionado con ella �vaya sorpresa� en vez de caer como todos a los pies de su amiga.
Pasando de las frustraciones a los sueños, y de los sueños a un desconcertante nuevo amanecer, Belleza americana es un film que no se priva de recorrer con humor toda clase de obsesiones, miedos y fantasías cotidianas. Un film en el que la familia protagonista tiene vecinos gays de un lado y fascistas del otro, en el que su protagonista declama libertades realistas a la vez que sólo puede vivir de sueños dulzones, en el que el personaje más decidido es también el más atrapado. Y en el que el sacrificio final de Lester Burnham funciona como señal de que en realidad no hay marcha atrás �sólo sacrificios� para escapar de sueños (norteamericanos) tan mal soñados.

 


 

�EL INFORMANTE�, UN FILM IMPECABLE DE MICHAEL MANN
El lado más oscuro de la tele

Los principales estrenos de hoy vienen cargados de nominaciones para los Oscar: �Belleza americana� se alzó con ocho y �El informante�, con siete. La primera es una fábula corrosiva sobre una familia tipo de EE. UU, firmada por el inglés Sam Mendes. La segunda, un thriller paranoico sobre el detrás de las noticias.

El siempre eficiente Al Pacino y Russel Crowe, una revelación, están en el centro de la acción.
Uno es un gran productor de un programa de noticias; el otro, el hombre que puede darle una noticia bomba.

(The Insider) Estados Unidos, 1999.
Dirección: Michael Mann.
Guión: M. Mann y Eric Roth.
Fotografía: Dante Spinotti.
Montaje: W. Goldenberg, P. Rubell y D. Rosenbloom.
Música: Pieter Bourke y Lisa
Geraard.
Intérpretes: Al Pacino, Russel Crowe, Christopher Plummer, Diane Venora, Philip Baker Hall, Lindsay Crouse, Debi Mazar, Michael Gambon, Stephen Tobolowsky y Gina Gershon.
Estreno de hoy en los cines América, Gaumont, Ocean, Village Recoleta, Hoyts Abasto, Alto
Palermo, Patio Bullrich, Paseo
Alcorta, Cinemark Pto. Madero, Multiplex Belgrano.

Por Horacio Bernades

Aunque al establishment hollywoodense le interese desconocerlo, no hay mejor autor de un film que su director, y El informante es nueva prueba de ello. Tanto en las series de televisión que inventó y produjo (�Historias del crimen�, más que �División Miami�) como en sus propias películas (desde el telefilm The Jericho Mile, de fines de los 70, hasta Fuego contra fuego, pasando por esa presentación en sociedad de Hannibal Lecter que fue Cazador de hombres), Michael Mann siempre se caracterizó por darles a sus thrillers y films de acción una rara cuota de introspección y reflexividad. El informante es la consumación de ese estilo, el momento de madurez definitiva, su mejor film hasta la fecha. La película se basa en la denuncia, hecha por un alto ejecutivo de una firma tabacalera, de que el tabaco daña la salud. Algo tan sencillo como eso, casi una perogrullada, al ser demostrado en público por un especialista en el tema produjo una conmoción en la opinión pública, llevó a la ruina al denunciante, ocasionó un episodio concreto de censura en un informativo de punta (�60 minutos�, de la CBS) y terminó con un juicio por 250 millones de dólares a las siete mayores compañías tabacaleras.
El ingeniero químico Jeff Wigand (Russell Crowe) acaba de ser despedido de la tabacalera Brown & Williamson, según la versión oficial por tener �criterios distintos� de los de sus empleadores. Hasta él llega Lowell Bergman (Al Pacino), ex periodista de izquierda y discípulo de Herbert Marcuse, actualmente productor del famoso noticiero �60 minutos�. Wigand es el hombre que Bergman necesita para llevar adelante su investigación sobre los efectos de la nicotina. Ambos lo harán, contra viento y marea. Aunque la causa pueda parecer quijotesca y se trate básicamente de dos hombres honestos, Mann se ocupa muy puntillosamente de no hacer de ellos héroes a la medida de Hollywood, e introduce toda una variedad de luces y sombras. Es verdad que Bergman no renunció a sus ideales del pasado. Pero en tanto productor de televisión, lo que le interesa es la noticia. Para lograrla, presionará y eventualmente manipulará a Wigand. Este, a su vez, es capaz de putear en la cara a los capitanes de la industria, y de poner en riesgo su matrimonio con tal de seguir adelante con la denuncia. Pero hasta tal punto no es un héroe, que lo que destruye su vida privada no son sólo las amenazas de muerte, sino también el hecho, banal pero absolutamente entendible, de no poder seguir pagando la obra social.
Mann trabaja a la perfección el modelo del thriller paranoico (hay una escena en un campo de golf, a la noche, que debería ser estudiada plano por plano por quienes quieran incursionar en ese género de aquí en más) y hace una apuesta por el coraje civil. Pero no se permite la menor ingenuidad. Por más que demuestre, a la larga, que la Justicia y losmedios de comunicación pueden servir como eficaces mecanismos de regulación ante el poder omnímodo de las corporaciones, El informante muestra todos los matices, todas las internas. Todos los aprietes, renuncios y agachadas. Deja sentado, además, que la única moral de las corporaciones es el lucro, se trate de empresas productoras de nicotina o de noticias. Y eso, en Hollywood, sí que es tabú. El film comienza con un largo prólogo, que a primera vista parece desvinculado de la historia central, pero adquirirá sin embargo las más densas resonancias. Allí, Mike Wallace, conductor de �60 minutos� (notable Christopher Plummer) se planta frente a los mismísimos miembros de Hezbollah, en pleno corazón del Irán y con un micrófono por única arma. No hay más que confrontar esa muestra de coraje tan americana con los renuncios del propio Wallace frente a sus patrones de la CBS, para sacar una conclusión que Mann deja en manos del espectador: una corporación puede ser mil veces más poderosa que el más amenazante de los grupos terroristas extranjeros.
Como en sus films anteriores, al tiempo que construye suspenso, Mann incorpora decididamente la esfera de lo íntimo, dándoles a sus personajes una densidad y complejidad totalmente infrecuentes. Los filma con una cámara nerviosa y ceñida, que parece querer escudriñarlos en lo más recóndito. Valiéndose de un montaje que alterna cortes bruscos con momentos de pura interioridad, el foco más preciso con inquietantes desenfoques, construye una tensión sofocante y logra que sus largas dos horas y media se vivan con el corazón en la boca y la mente bien alerta. Nada de esto sería posible sin un elenco extraordinario. Russell Crowe, aquí lleno de canas, parece una olla a presión, siempre bien tapada; Pacino deja de lado, por una vez, grandes gestos y otras muestras de histrionismo. Los inmejorables Christopher Plummer (Mike Wallace), Diane Venora (la esposa de Wigand), Philip Baker Hall (el gerente de noticias de la CBS) y Michael Gambon (el dueño de la tabacalera) completan un verdadero dream team, bien a la altura de un film que está ahí nomás de la perfección.

 

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