Por M. P.
Una
escalera mecánica de doble vía. Hay un joven que baja, y una chica que
sube. De pronto, ella lo reconoce y grita su nombre mientras desanda el
camino. El espera abajo para saludarla. Hace tiempo que no se encuentran,
dicen. El tiene tiempo y ese reencuentro deriva en un viaje en moto hacia
el lugar de rodaje de un film, donde ella trabaja. Cuando llegan, la
escena que se está rodando es la de un maniquí flotando boca abajo en un
desagüe que da al poluido río Tang Shui, el Riachuelo de Taipei.
�No parece real�, se queja la directora sobre la escena que acaba de
rodar, y en el descanso para el almuerzo descubre que el muchacho de la
escalera es el indicado para reemplazar al maniquí. Luego de algunas
negativas, él termina aceptando su papel y termina boca abajo en el
desagüe. Rápidamente llevado a un hotel para que limpie la polución del
río de su cuerpo, el improvisado actor termina haciendo el amor con su
amiga, antes de volver a su propio mundo. Que no será el mismo luego de
haber ofrendado su cuerpo (y algo más) al séptimo arte.
El protagonista de la historia es Lee Kang-Sheng, el Jean Pierre Leaud de
la cámara de Tsai Ming-Liang, el director taiwanés que sorprendió al
mundo del cine en la década del noventa con sus tres primeros
largometrajes. Construidos todos alrededor del joven Xiao-Kang �su
propio Antoine Doinel, un rebelde sin causa de jopo, más Mineo que Dean�,
tanto Los Rebeldes del Dios Neón (92) como Vile L�Amour. (94) y por
último El Río, cuentan la disfuncional historia de su pasaje de la
adolescencia a la adultez en Taipei, la pujante jungla urbana que es
capital y símbolo de un súbito suceso económico que, al decir del
propio Tsai, �la ha transformado en una ciudad sin memoria, llena de
materialistas que se vuelven locos sin saber por qué�.
Si Zhang Yimou supo encarnar la calidad del cine continental chino, y Wong
Kar Wai es el nombre clave de la vertiginosa producción made in Hong
Kong, Tsai es el referente actual del cine de la otrora isla de Formosa y
su filmografía �de la que forma parte fundamental el maestro Hou
Hsiaohsien, calificado como el cineasta de la década según el semanario
neoyorkino Village Voice)� siempre ha sido considerada la más europea
de todas. Bautizado como el Fassbinder de Taiwan, el cine de Tsai también
tiene mucho del de Antonioni, Godard e incluso de Bresson. Capaz de
construir en sus películas un mundo propio, al que hay que ingresar con
la intención de comprender a sus habitantes antes que pretender ser
entretenido por su devenir, el premiado Tsai ganó con su segundo opus el
León de Oro del Festival de Venecia, y dos años más tarde se llevó el
Oso de Plata al mejor director en Berlín por la historia de la inmersión
de Xiao-Kang en el río y en su propio dolor.
Fundamental en el universo de Tsai, el agua es la llave para las
metáforas de todas sus historias. En Los Rebeldes... el agua es una
invasión del deseo, en Vive... es el símbolo de la tristeza del
individuo, mientras que en El río el agua es algo que irrumpe en la casa,
�rompiendoel equilibrio�, según sus palabras. De esa manera, el agua
�no sólo del río en el que se sumerge Tsai sino la de una persistente
gotera en el cuarto de su padre que amenaza con inundar todo el
departamento� es la clave secreta en la vida interior de un film que
persigue un mal sin nombre ni causa aparente: el dolor que atenaza el
cuello de Xiao-Kang hasta hacerle la vida imposible.
Aún más que en los anteriores films, El Río es casi una película muda.
Con escasos diálogos, sin explicaciones, reproches e incluso deseos, los
personajes del film �una disfuncional familia integrada por un hijo, una
madre y un padre casi sin contacto entre sí� deambulan por sus vidas
oscuras, silenciosas y vacías, parafraseando sin esperanza alguna al
Lennon que alguna vez cantó �la vida es eso que sucede cuando estás
haciendo otras cosas�. Todo en la vida de la no-familia de Xiao-Kang es
otra cosa, y el drama que descubre su inexplicable dolor es la llave al
corazón de una historia que se abre lentamente y a su tiempo. Un
arte/industria que exige cuerpo y alma al ausente Xiao-Kang/Lee Kangsheng;
al personaje que se hunde en la polución y en el dolor, y al actor que
debe hacer lo mismo y es condenado a actuar su sufrimiento durante el
resto de un film personal, oscuro y revelador.
El mazazo en la nuca delmodo de vida americano
BELLEZA AMERICANA
(American Beauty) Estados Unidos, 1999
Dirección: Sam Mendes.
Guión: Alan Ball.
Fotografía: Conrad L. Hall.
Edición: Tariq Anwar y Chris Greenbury.
Música: Thomas Newman.
Intérpretes: Kevin Spacey, Annette Bening, Thora Birch, Wes
Bentley, Mena Suvari, Peter Gallagher, Chris Cooper, Allison Janney
y otros.
Estreno de hoy en los cines: Atlas Lavalle, Atlas Santa Fe 1, Metro
2, Village Recoleta y otros. |
Una imagen surreal
de �Belleza americana�: el padre que encarna Ken Spacey
fantaseando con la amiguita de su hija adolescente.
La película de Sam Mendes tiene un guión estupendo y notables
actuaciones de Spacey, Annette Bening y Thora Birch. |
Por Martín Pérez
A los cuarenta y
dos años, Lester Burnham bien podría considerarse como un triunfador del
modo de vida (norte) americano: tiene una amplia casa en los suburbios,
una emprendedora esposa que logra cultivar rosas en su jardín, y una hija
en la flor de la edad. Sin embargo, el resignado y autocompasivo Burnham
(un papel hecho a la medida de Kevin Spacey) se considera un fracasado. Su
hija lo odia; su mujer le es indiferente y la mayor alegría de su día es
masturbarse por las mañanas en la ducha. �Todo el resto del día es
cuesta abajo�, confiesa, apenas comenzado el film que lo tiene como
protagonista. Eso no es todo: muy poco después de confesar su edad, su
voz en off �que funciona como prólogo de Belleza americana� anuncia
que va a morir en menos de un año. Pero que él no lo sabe, claro. Aunque
a partir de entonces, y a la manera del clásico El ocaso de una estrella,
lo sabe el espectador del film. Que de esa manera se entera de que la
muerte (o no) del protagonista no es el centro de la historia. La
cuestión, está claro, pasa por otro lado.
Opera prima del elogiado director teatral británico Sam Mendes, Belleza
americana �que arrasó el martes pasado en las nominaciones al Oscar,
consiguiendo ocho� comienza presentando a una familia norteamericana
tipo, aparentemente normal, pero desgarrada por dentro. Papá Burnham
está inmovilizado por la insatisfacción; mamá Burnham (Annette Bening)
es la frustración hecha ataque nervioso y la hija... bueno, la hija es
capaz de pedirle a su novio si no le haría el favor de matar a su padre.
Algo ha funcionado mal en la brújula de la familia Burnham (¿de la
familia norteamericana?), y en algún momento perdieron el rumbo. Y ahí
andan, cargando con una bomba de tiempo hecha de hipocresías,
frustraciones sexuales y resignaciones de todo tipo que en algún momento
deberá estallar. Si es que tienen suerte, claro.
Ante semejante panorama como punto de partida, lo mejor del drama de
Belleza americana es que su trama se desvía de la previsible narración
del desbarranco de tantas apariencias. De esta manera, lejos de ser la
crónica de una caída anunciada, Belleza americana funciona como la
narración de un renacimiento. La historia de la recuperación del Lester
Burnham que debió haber existido antes del mal paso, y todo a partir de
la peligrosa fascinación que despierta en él Angela, la mejor amiga de
su hija, dueña de una belleza llena de pétalos de rosas. �¿Podría
ser más patético?�, se pregunta su hija Jane, luego de presenciar el
triste espectáculo de su padre deshaciéndose en balbuceos y miradas
dulces ante su amiga. �Yo creo que es dulce�, responde en cambio
Angela. �Y también creo que él y tu madre no han hecho el amor en
mucho tiempo�.
Con Mr. Burnham yendo hacia atrás en busca del Lester perdido -trabajando
en una hamburguesería, fumando marihuana y escuchando a Bob Dylan�, su
mujer Carolyn decide huir hacia adelante, seduciendo a un hombre a la
altura de sus adultas ambiciones y su pragmática filosofía de vida,
encarnado nada casualmente por Peter Gallagher, aquel yuppieseductor de
Sexo, mentiras y video. En medio de tantas huidas está Jane, la
insatisfecha hija de ambos, convencida de que alguien la ha estado
engañando durante todo este tiempo, pero sin saber quién, cómo ni
cuándo. Ni qué hacer al respecto, salvo compartir secretos con Angela, y
prestar atención al hijo freak de sus nuevos vecinos, un joven
obsesionado con ella �vaya sorpresa� en vez de caer como todos a los
pies de su amiga.
Pasando de las frustraciones a los sueños, y de los sueños a un
desconcertante nuevo amanecer, Belleza americana es un film que no se
priva de recorrer con humor toda clase de obsesiones, miedos y fantasías
cotidianas. Un film en el que la familia protagonista tiene vecinos gays
de un lado y fascistas del otro, en el que su protagonista declama
libertades realistas a la vez que sólo puede vivir de sueños dulzones,
en el que el personaje más decidido es también el más atrapado. Y en el
que el sacrificio final de Lester Burnham funciona como señal de que en
realidad no hay marcha atrás �sólo sacrificios� para escapar de
sueños (norteamericanos) tan mal soñados.
�EL INFORMANTE�,
UN FILM IMPECABLE DE MICHAEL MANN
El lado más oscuro de la tele
Los principales estrenos de hoy vienen cargados de nominaciones para los Oscar: �Belleza americana� se alzó con ocho y �El informante�, con siete. La primera es una fábula corrosiva sobre una familia tipo de EE. UU, firmada por el inglés Sam Mendes. La segunda, un thriller paranoico sobre el detrás de las noticias. |
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El siempre eficiente
Al Pacino y Russel Crowe, una revelación, están en el centro de la
acción.
Uno es un gran productor de un programa de noticias; el otro, el
hombre que puede darle una noticia bomba. |
(The Insider) Estados Unidos, 1999.
Dirección: Michael Mann.
Guión: M. Mann y Eric Roth.
Fotografía: Dante Spinotti.
Montaje: W. Goldenberg, P. Rubell y D. Rosenbloom.
Música: Pieter Bourke y Lisa
Geraard.
Intérpretes: Al Pacino, Russel Crowe, Christopher Plummer, Diane
Venora, Philip Baker Hall, Lindsay Crouse, Debi Mazar, Michael Gambon,
Stephen Tobolowsky y Gina Gershon.
Estreno de hoy en los cines América, Gaumont, Ocean, Village Recoleta,
Hoyts Abasto, Alto
Palermo, Patio Bullrich, Paseo
Alcorta, Cinemark Pto. Madero, Multiplex Belgrano.
Por Horacio Bernades
Aunque al
establishment hollywoodense le interese desconocerlo, no hay mejor autor
de un film que su director, y El informante es nueva prueba de ello. Tanto
en las series de televisión que inventó y produjo (�Historias del
crimen�, más que �División Miami�) como en sus propias películas
(desde el telefilm The Jericho Mile, de fines de los 70, hasta Fuego
contra fuego, pasando por esa presentación en sociedad de Hannibal Lecter
que fue Cazador de hombres), Michael Mann siempre se caracterizó por
darles a sus thrillers y films de acción una rara cuota de introspección
y reflexividad. El informante es la consumación de ese estilo, el momento
de madurez definitiva, su mejor film hasta la fecha. La película se basa
en la denuncia, hecha por un alto ejecutivo de una firma tabacalera, de
que el tabaco daña la salud. Algo tan sencillo como eso, casi una
perogrullada, al ser demostrado en público por un especialista en el tema
produjo una conmoción en la opinión pública, llevó a la ruina al
denunciante, ocasionó un episodio concreto de censura en un informativo
de punta (�60 minutos�, de la CBS) y terminó con un juicio por 250
millones de dólares a las siete mayores compañías tabacaleras.
El ingeniero químico Jeff Wigand (Russell Crowe) acaba de ser despedido
de la tabacalera Brown & Williamson, según la versión oficial por
tener �criterios distintos� de los de sus empleadores. Hasta él llega
Lowell Bergman (Al Pacino), ex periodista de izquierda y discípulo de
Herbert Marcuse, actualmente productor del famoso noticiero �60 minutos�.
Wigand es el hombre que Bergman necesita para llevar adelante su
investigación sobre los efectos de la nicotina. Ambos lo harán, contra
viento y marea. Aunque la causa pueda parecer quijotesca y se trate
básicamente de dos hombres honestos, Mann se ocupa muy puntillosamente de
no hacer de ellos héroes a la medida de Hollywood, e introduce toda una
variedad de luces y sombras. Es verdad que Bergman no renunció a sus
ideales del pasado. Pero en tanto productor de televisión, lo que le
interesa es la noticia. Para lograrla, presionará y eventualmente
manipulará a Wigand. Este, a su vez, es capaz de putear en la cara a los
capitanes de la industria, y de poner en riesgo su matrimonio con tal de
seguir adelante con la denuncia. Pero hasta tal punto no es un héroe, que
lo que destruye su vida privada no son sólo las amenazas de muerte, sino
también el hecho, banal pero absolutamente entendible, de no poder seguir
pagando la obra social.
Mann trabaja a la perfección el modelo del thriller paranoico (hay una
escena en un campo de golf, a la noche, que debería ser estudiada plano
por plano por quienes quieran incursionar en ese género de aquí en más)
y hace una apuesta por el coraje civil. Pero no se permite la menor
ingenuidad. Por más que demuestre, a la larga, que la Justicia y
losmedios de comunicación pueden servir como eficaces mecanismos de
regulación ante el poder omnímodo de las corporaciones, El informante
muestra todos los matices, todas las internas. Todos los aprietes,
renuncios y agachadas. Deja sentado, además, que la única moral de las
corporaciones es el lucro, se trate de empresas productoras de nicotina o
de noticias. Y eso, en Hollywood, sí que es tabú. El film comienza con
un largo prólogo, que a primera vista parece desvinculado de la historia
central, pero adquirirá sin embargo las más densas resonancias. Allí,
Mike Wallace, conductor de �60 minutos� (notable Christopher Plummer)
se planta frente a los mismísimos miembros de Hezbollah, en pleno
corazón del Irán y con un micrófono por única arma. No hay más que
confrontar esa muestra de coraje tan americana con los renuncios del
propio Wallace frente a sus patrones de la CBS, para sacar una conclusión
que Mann deja en manos del espectador: una corporación puede ser mil
veces más poderosa que el más amenazante de los grupos terroristas
extranjeros.
Como en sus films anteriores, al tiempo que construye suspenso, Mann
incorpora decididamente la esfera de lo íntimo, dándoles a sus
personajes una densidad y complejidad totalmente infrecuentes. Los filma
con una cámara nerviosa y ceñida, que parece querer escudriñarlos en lo
más recóndito. Valiéndose de un montaje que alterna cortes bruscos con
momentos de pura interioridad, el foco más preciso con inquietantes
desenfoques, construye una tensión sofocante y logra que sus largas dos
horas y media se vivan con el corazón en la boca y la mente bien alerta.
Nada de esto sería posible sin un elenco extraordinario. Russell Crowe,
aquí lleno de canas, parece una olla a presión, siempre bien tapada;
Pacino deja de lado, por una vez, grandes gestos y otras muestras de
histrionismo. Los inmejorables Christopher Plummer (Mike Wallace), Diane
Venora (la esposa de Wigand), Philip Baker Hall (el gerente de noticias de
la CBS) y Michael Gambon (el dueño de la tabacalera) completan un
verdadero dream team, bien a la altura de un film que está ahí nomás de
la perfección.
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