De amor
Por Juan Gelman |
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�Descanso
poco en el jardín. Me quedo en casa, sentado, pensando en ti... Mi
querida, mi actriz extraordinaria, tú, mujer notable... Me he habituado a
ti y ahora estoy desconsolado, no puedo soportar el pensamiento de no
verte hasta la primavera, esa idea me enloquece.� Estas líneas
ardientes pertenecen a Anton Chéjov y su destinataria fue Olga Knípper.
Bajo el aspecto atildado y de hombre frágil y distante del gran escritor
y dramaturgo ruso se movía una sensualidad desapercibida. También en sus
cuentos y obras de teatro subyace un silencio poderoso que adensa textos
donde lo que no se dice es más importante que lo dicho.
Hijo de un ex siervo convertido en tendero que, látigo en mano, solía
visitarle las espaldas, Chéjov nadó en la pobreza escribiendo artículos
humorísticos para revistas de vida corta mientras estudiaba y se recibía
de médico en 1884, a los 24 de edad. Disecando cadáveres de pobres
adquirió una mirada sobre la existencia similar a la que Primo Levi tuvo
en el campo de concentración y que él llamó �científica�:
consistiría en ver el dolor de adentro desde el dolor que anda afuera.
Tal vez eso explica el humor desopilante de Chéjov, ese que nace de
reconocer las incongruencias de la vida. En uno de sus cuentos destruye
con un solo adjetivo la atmósfera de un jardín que su escritura había
vuelto mágica: habla a continuación de �una luna asquerosa�.
Chéjov atraía a las mujeres y tuvo relaciones cortas -.con Lydiya
Yavorskaia, por ejemplo� y largas -.con Lika Mizonova (durante 10 años
se juraron �devoción e indiferencia entre ellos�)�, pero nunca
comprometidas. Hizo gala de cierto desapego al respecto, que explayaba en
cartas a su editor Alexander Suvorin. Tras cruzar Siberia en 1890 para
escribir un libro ejemplar sobre la colonia penitenciaria de la isla
Sajalin, así le habla de un encuentro con prostitutas japonesas: �Cuando,
por curiosidad, se usa (sic) a una japonesa... ella muestra una habilidad
tan asombrosa en el asunto que no parece en realidad que se la usa, sino
que se participa en una carrera de caballos de gran clase�. A fines de
1888 le había escrito sobre las excursiones amorosas en los sofás de
Moscú: �Las mujeres que se usan (como dicen los moscovitas, copulan
como cucarachas) no están locas. Son gatas enfermizas que sufren de
ninfomanía. Los sofás no son precisamente los muebles más cómodos...
Una sola vez lo hice en un sofá y todavía me maldigo por eso�. Los
rusos sólo pudieron leer estas cartas en 1991: la censura impedía que la
opinión pública conociera cosas que podían -.como se dice� �empañar
la imagen� del gran escritor.
Eso, hasta que conoció a la Knípper, actriz joven que empezó a
destacarse en las obras de Chéjov que Stanislavski dirigía en el Teatro
de Arte de Moscú. Se casaron en 1901, tres años antes de que la
tuberculosis devorara al autor de El tío Vania. La enfermedad lo obligaba
a pasar largos inviernos en la soleada Yalta, a orillas del mar de Azov,
mientras Olga ejercía su oficio o arte en la nevada Moscú. �Te veo a
menudo en mis sueños -.le escribe a su mujer�, cuando cierro los ojos
te veo claramente. Eres la que necesito�. Y en el único momento en que
el matrimonio tambaleó: �Amor mío, mi querida, eres mi mujer, entiende
eso de una vez por todas. Eres la persona más cercana y amada para mí,
mi amor es infinito�. Por primera vez y como Gurov, el protagonista de
La dama del perrito, Chéjov sentía amor verdadero.
La leyenda quiere que Olga Knípper arrastró a Chéjov al matrimonio para
pasar a la historia como su viuda, según algunos, para ser beneficiaria
póstuma de sus derechos de autor, según otros. Hasta quien se decía su
amigo, Iván Bunin, el primer ruso que recibió el Nobel de Literatura,
comentó a su colega Vladimir Zenzinov en 1934, a 30 años de la muerte
deChéjov, que no entendía �cómo la Knípper pudo dormir con Chéjov,
que tan mal estaba entonces. Lo vi en Yalta en esa época. Alguien llamó
por teléfono, él atendió y me pasó el auricular. �No puedo hablar
-.me dijo�, por favor, diga que me están llamando afuera�. Tomé el
auricular y pegué un salto hacia atrás. Olía fétido, a carne podrida
de cinco o seis días�. Pero Olga -.que encontraba a su esposo muy
atractivo físicamente y �terriblemente divertido�� le escribía
desde Moscú durante una de esas prolongadas separaciones: �No tengo
ganas de ordenar mi cuarto, ni ganas de hacer nada... No quiero ir a
ninguna parte, ni quiero ver a nadie. Te quiero a ti, a ti, a ti, a ti, a
ti, a ti, a ti... Te beso, muchos, muchos besos, mi querido. Tu, tu Olga�.
No parecen líneas acuñadas por el signo rublos. Durante los dos meses
posteriores a la muerte de Chéjov, le siguió escribiendo cartas
apasionadas.
Chéjov criticaba sin concesiones la puesta en escena y dirección de sus
obras en el teatro de Stanislavski y Nemirovich-Dánchenko. Insistía en
que Tres hermanas y El jardín de los cerezos, las dos únicas piezas
teatrales que escribió en sus últimos años, eran comedias con escenas
incluso farsescas y que no se debían sobreactuar, ni cargar de
solemnidad. La futilidad y el aburrimiento del mundo de terratenientes
provincianos en decadencia, y también los personajes conmovedores que lo
sufren, son efectivamente cómicos para una visión tan lúcida como la de
Chéjov. Esas obras decían, en vísperas de la Revolución Rusa de 1905,
que la fuerza de la vida estaba en otra parte.
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