Por Cecilia Hopkins
Uno
de los grupos que más aportes hizo a la renovación teatral ocurrida en
los �80 fue sin dudas el trío que formaron los actores Batato Barea,
Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese. Una vez fallecido el primero,
no hubo reemplazos posibles: el grupo siguió funcionando a modo de dúo,
recorriendo las salas más importantes del circuito alternativo de
entonces. Su primer espectáculo se llamó Mamita querida, y fue estrenado
en el �93 al mismo tiempo que los actores eran convocados por Antonio
Gasalla para hacer un sketch semanal en su programa. Más tarde vinieron
las �veladas artísticas� en Ave Porco y El Club del Vino, y
finalmente el éxito de La moribunda, en una sala de la calle Corrientes.
A pesar del trabajo compartido, ambos actores se permitieron la libertad
de concretar proyectos en forma individual. En el caso de Tortonese, dos
veces trabajó bajo las órdenes de Alberto Ure, la primera en un clásico
rioplatense (En familia, de Florencio Sánchez); la segunda, en una obra
de Molière, el Don Juan. Hace apenas dos semanas que aparece por primera
vez como única figura convocante en un espectáculo que se presenta todos
los sábados en la confitería Ideal. Se trata de El oráculo de
Tortonesia, que responde, en principio, a los mismos lineamientos de
trabajo que compartió con sus anteriores compañeros, es decir, basado en
el contacto con el público y la improvisación, con lectura de poesía
incluida (como ya es tradición, de Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni
y Alejandra Pizarnik, entre otros). Con la noticia de que el show incluía
desnudos, ya en la segunda función la gente formaba una cola que
comenzaba en Suipacha y daba vuelta por Corrientes. Dada la
heterogeneidad, pudo apreciarse durante la obra cómo se dividían las
aguas: hubo aplausos y risas, pero también hubo silbidos y expresiones de
descontento. Sorprendido por la asistencia que colmó el lugar en una
época en que cuesta tanto llevar a la gente al teatro, Tortonese habló
con Página/12.
�¿Cómo se siente sin su compañero de rubro?
�No estoy extrañando, aunque ya sé que con otro en escena todo se
potencia: hasta con muy poco podés dar mucho. Alejandro (Urdapilleta) y
yo pasamos de trabajar en un clima muy nuestro a aparecer en televisión.
Todavía me asombra la cantidad de gente que me saluda por la calle,
incluso muchas veces gente grande, que me recuerda de los sketches de
Gasalla. Eso fue en el �92 y el �93, y sin embargo se acuerdan. Yo
creo que nuestros personajes debieron ser algo desbordante para ellos, que
los liberó de algún modo. Sin embargo, desde hace rato que buscaba hacer
algo yo solo para un público de edad intermedia, para gente que le guste
la poesía (con el tiempo fui acumulando tantos textos que quiero
decirlos). Finalmente fui armando este espectáculo, sumándole cosas.
Pensé en tener un �cuerpo aparte�: así, Gabriel Conrado es mi lado
masculino, Paula Gómez, mi lado femenino, y mi garganta está
representada por Graciela Mescalina. También tengo una hija hermafrodita,
Paula Brindisi.
�En la obra hay una tendencia muy fuerte hacia lo hermafrodita.
�Salió así, espontáneamente. No soy de analizar antes de hacer las
cosas. Uno arma algo y después los que ven se encargan de mostrarte lo
que hiciste. Si me pongo un par de tetas es porque me parece divertido,
nada más. Tampoco me siento un provocador, ya no es momento para
transgredir, uno va creciendo... Acá tenía ganas de decir cosas, decir
poesía, estar cómodo y que la gente participe. A mí me gustaría volver
al teatro romano, donde la gente veía algo mientras comía y se expresaba
con libertad. Pero para lograrlo tenés que conseguir un clima placentero:
por eso me gusta que la gente pueda tomarse un trago y que se olvide de la
exigencia del �a ver qué me vas a dar�, ese apuro que tienen todos
cuando empiezan a aplaudir para que salgas.
�¿Lo decepciona el hecho de que algunos declararan manifiestamente su
disgusto?
�No, para nada. Algunos están acostumbrados a este tipo de
espectáculos, pero yo sé que otros lo encuentran muy atípico. A mí me
gusta que el que venga se sienta con una libertad total, que se pare, que
hable o baile. Me gusta que la gente vibre, aunque sea para quejarse, me
gusta que todos se sientan estimulados. En TV la gente no sabe qué ver;
en realidad, ve lo que le imponen: por ahí se engancha con algo que no
sabe si le gusta. Como todo agota, la gente busca algo distinto y este
espectáculo, para muchos, no es nada convencional. Puede pasar que
decidan irse porque se dan cuenta de que no es para ellos. Pero aquel que
está enojado y no se va hasta el final del espectáculo es porque con
algo se enganchó.
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