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el Kiosco de Página/12

El vino de mesa
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn

t.gif (862 bytes) El General Anzeiger, diario principal de Bonn, lo trajo en una de sus primeras páginas con título a cinco columnas: "El vino de misa llevó al ladrón a la cárcel". Título, si no sorprendente, por lo menos inquietante. El subtítulo, también: "Proceso: fue a la iglesia a rezar y cayó en la tentación". Se me ocurrió que todo tenía aire a Medioevo. Vale la pena entrar en la crónica que nos habla de un hecho delictivo ocurrido el 25 de noviembre pasado en Bonn y cuyo proceso judicial acaba de terminar. Ese día, el protagonista, de 38 años de edad, acababa de perder su empleo y el dueño de casa lo había echado por falta de pago. "Así, --dice la crónica periodística-- deambulaba por las calles de Bonn-Beuel en ese triste día de noviembre, oscuro y frío, cuando vio de pronto una iglesia. Entró a ella y pensó: 'Los curas son gente bondadosa, a lo mejor me pueden dar un consejo'". Pero recorrió el templo y nadie reaccionó ni siquiera a sus llamados. Se decidió entonces a entrar a la sacristía. Allí fue cuando vio el vino de misa y cayó en tentación. En una bolsita de plástico metió varias botellas y, ya que no había encontrado al cura, se iría a consolar con ellas. Pero fue el momento en que se encontró frente a frente al sacristán quien lo retuvo y llamó al cura y a la policía. Adentro. Fue por lana y salió trasquilado. Ahora los consejos no se los iba a dar el cura sino los severos jueces: vacaciones obligadas detrás de las rejas. Aunque ahora viene lo más interesante.

  Dice la crónica: "La maquinaria de la investigación se puso en marcha y se le tuvo que dar satisfacción a la ley, pese a los lamentos del acusado. Los asesores de la Justicia señalaron que el infractor debía ser juzgado "por robo calificado" ya que justamente había tomado el vino que estaba dedicado a la Santa Misa. Y, de acuerdo con el artículo 243 del Código Penal, comete un delito calificado quien roba un objeto o material "que está dedicado al oficio divino". Pero aquí debemos respirar hondo y reconocer: los juristas finalmente lograron precisar que el vino todavía no había sido consagrado y por lo tanto Dieter N. (el reo) no había faltado a la ley divina. (Creemos aquí que Dios, en su infinita bondad, miró hacia el costado para que el desgraciado no recibiera todo el rigor de la ley.) Pero no por eso salió sin el merecido castigo. La Justicia dictaminó seis meses de prisión, a cumplir. Para que aprenda. Y Dieter N., sin comerla ni beber siquiera el vino de misa, fue llevado a la cárcel donde actualmente pasa sus días. Allí, si quiere, podrá ir a misa porque todos los domingos se habilita la capilla. En la consagración podrá aprender por fin que el vino es para que se lo tome el cura, ya que para nosotros, los mortales comunes, es la sangre del Señor que ha venido a redimirnos. Pero no seamos blasfemos. Continuemos.

  Claro, esta lectura nos hubiera llevado a pensar que vivimos en una sociedad ordenada, justa y de respeto al ordenamiento divino. Pero no. No, no. El resto de las páginas estaba consagrado --y se sigue así todos los días desde noviembre pasado-- al affaire más grande de la historia alemana de posguerra: el dinero negro depositado por el ex primer ministro Kohl y su partido (la democracia cristiana), las coimas en efectivo de los fabricantes de armas, las mentiras que todos los días expresan los políticos implicados que luego se rectifican sin problemas. Millones de dólares. Hoy mismo, en los diarios aparece que desapareció toda la documentación acerca de los negociados de la Leuna Werke y de la venta de armas a Saudi Arabia. Y aquí está la realidad: ninguno de ellos está preso ni nadie piensa que pueden ir a la cárcel. Nadie salió con las manos esposadas, ni siquiera los coimeros que llevaban los sobres. Eso sí, para el ladrón de gallinas, o mejor dicho de dos botellas de vino santo, para él, seis meses tras las rejas y ni un día menos.

  Me gustó la precisión del escritor Matthias Altenburg ante esta situación: "Helmut Kohl debe seguir sentándose en el Parlamento hasta el fin de sus días: como monumento, como castigo y agradecimiento. Como monumento al diputado normalmente corrupto. Como castigo, a su posición totalitaria que puso a su partido por encima de todas las leyes. Y como agradecimiento hacia él porque destruyó para siempre el resto de confianza tonta hacia los políticos. Ahora, hasta el último idiota de la nación ha comprendido que las resoluciones de la política son tomadas por los directivos de los consorcios internacionales, y que los políticos reciben sus sueldos para eso. La política no tiene nada que ver con las ideas sino con las personas y las personas son comprables e intercambiables."

  Lenguaje fuerte, pero cierto. Todos los políticos mezclados con el affaire más grande de la historia de la Alemania Federal están sueltos y en sus puestos. Bien, pero menos mal que lo tienen preso a Dieter N., el ladrón de sacristía. A ver si todavía se toma todo el vino de misa. Y eso Dios, en su infinita bondad, no nos perdonaría.

  Justamente el jueves pasado se cumplieron los cuatro siglos de uno de los hechos más macabros de la historia del ser humano. Por orden del Papa fue quemado vivo uno de los personajes más queribles, más valientes, más serios, más estoicos, más inteligentes: Giordano Bruno. Monje dominico que quiso saber la verdad, la buscó y no aceptó ni la mentira ni la fabulación. Hubiera podido vivir tranquilo como casi todos sus compañeros de creencia y haber hecho interpretaciones teológicas que no se desviaran de lo marcado por el Vaticano. Pero no, se puso a estudiar los caminos de la ciencia y a poner en debate aquello que nunca se sabrá quién y por qué lo impuso: la virginidad de María, la existencia de la Santísima Trinidad, y que Jesús fuera el hijo de Dios. Siempre Giordano Bruno usó de la palabra y de las ideas, jamás las armas. Defendió al debate como el mejor método para aproximarse a la verdad. Hizo notables estudios científicos. Fue perseguido por toda Europa y en muchas universidades fue el profesor de la juventud. Su idioma, sus escritos están cuajados de poesía, de una filosofía generosa pero estricta. Debido a que la Iglesia católica lo persigue con odio y fanatismo viajará por toda Europa y recibirá el bello sobrenombre del "El filósofo viajero". En Londres, Giordano Bruno escribirá sus seis geniales Diálogos filosóficos. El los describe como diferentes tesis que no aparentan ser científicas por su forma de diálogos, o de comedias, o tragedias, o poemas. Otras veces es retórica, física, matemáticas, moral, lógica. Los academicistas de aquel tiempo sujetos a títulos y cargos --no muy diferentes de los de ahora-- tratarán de pisotear el nombre del genial generoso. Y él los calificará de "pedantes, mezquinos monarcas de la palabra, faunos tontos, asnos ignorantes" que creen ser "importantes mostrándose con una carga de libros, dejándose crecer la barba o adoptando ademanes de ceremonia". Les dice a esos burócratas del saber que él sólo hace todo por "amor a su amantísima madre: la filosofía".

  Giordano Bruno es delatado en Venecia por un tal Mocenigo. La Iglesia, como toda organización autoritaria, se manejó siempre con delatores. Hoy, Mocenigo ha pasado a la historia como el más infame de los delatores. (Siempre los sistemas de dominación recurrieron a equipos de delatores contra cualquier intento de rebelión.)

  Con Giordano Bruno se cometerá uno de los más vergonzosos y oscuros crímenes de la humanidad. Se lo mantuvo siete años en las famosos celdas de plomo y su cuerpo se cubrió de hongos, y se le aplicaron por orden del Santo Oficio vaticano las más horribles torturas, todo en nombre de Cristo. Lo que el Papa y sus cardenales cometieron con el rebelde fue diez veces más cruel que lo que se hizo en la muerte de Cristo.

  Cincuenta cardenales asistieron para ver cómo en Campo dei Fiori se lo quemaba. Primero lo desnudaron y luego fue atado a un palo y entregado a las llamas. Como máxima burla se le aproximó un crucifijo para que lo besara. Pero Giordano Bruno en un supremo esfuerzo lo rechazó.

  Hace cuatrocientos años se quemaban las ideas en nombre de Cristo. Hoy se compra todo, hasta las conciencias en nombre del sistema.

  Estamos seguros de que Giordano Bruno lo habría invitado al delincuente Dieter N. a tomar vino en la sacristía, y le hubiera dicho que no se resignara, que en vez de robar saliera a la calle de la rebeldía.

  He decidido ir a visitar a Dieter N. a la cárcel de Bonn para llevarle un retrato de Giordano Bruno (y una botella de buen vino). 

 


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