El General
Anzeiger, diario principal de Bonn, lo trajo en una de sus primeras páginas
con título a cinco columnas: "El vino de misa llevó al ladrón a la
cárcel". Título, si no sorprendente, por lo menos inquietante. El
subtítulo, también: "Proceso: fue a la iglesia a rezar y cayó en
la
tentación". Se me ocurrió que todo tenía aire a Medioevo. Vale la
pena entrar en la crónica que nos habla de un hecho delictivo ocurrido el
25 de noviembre pasado en Bonn y cuyo proceso judicial acaba de terminar.
Ese día, el protagonista, de 38 años de edad, acababa de perder su
empleo y el dueño de casa lo había echado por falta de pago. "Así,
--dice la crónica periodística-- deambulaba por las calles de Bonn-Beuel
en ese triste día de noviembre, oscuro y frío, cuando vio de pronto una
iglesia. Entró a ella y pensó: 'Los curas son gente bondadosa, a lo
mejor me pueden dar un consejo'". Pero recorrió el templo y nadie
reaccionó ni siquiera a sus llamados. Se decidió entonces a entrar a la
sacristía. Allí fue cuando vio el vino de misa y cayó en tentación. En
una bolsita de plástico metió varias botellas y, ya que no había
encontrado al cura, se iría a consolar con ellas. Pero fue el momento en
que se encontró frente a frente al sacristán quien lo retuvo y llamó al
cura y a la policía. Adentro. Fue por lana y salió trasquilado. Ahora
los consejos no se los iba a dar el cura sino los severos jueces:
vacaciones obligadas detrás de las rejas. Aunque ahora viene lo más
interesante.
Dice la crónica: "La
maquinaria de la investigación se puso en marcha y se le tuvo que dar
satisfacción a la ley, pese a los lamentos del acusado. Los asesores de
la Justicia señalaron que el infractor debía ser juzgado "por robo
calificado" ya que justamente había tomado el vino que estaba
dedicado a la Santa Misa. Y, de acuerdo con el artículo 243 del Código
Penal, comete un delito calificado quien roba un objeto o material
"que está dedicado al oficio divino". Pero aquí debemos
respirar hondo y reconocer: los juristas finalmente lograron precisar que
el vino todavía no había sido consagrado y por lo tanto Dieter N. (el
reo) no había faltado a la ley divina. (Creemos aquí que Dios, en su
infinita bondad, miró hacia el costado para que el desgraciado no
recibiera todo el rigor de la ley.) Pero no por eso salió sin el merecido
castigo. La Justicia dictaminó seis meses de prisión, a cumplir. Para
que aprenda. Y Dieter N., sin comerla ni beber siquiera el vino de misa,
fue llevado a la cárcel donde actualmente pasa sus días. Allí, si
quiere, podrá ir a misa porque todos los domingos se habilita la capilla.
En la consagración podrá aprender por fin que el vino es para que se lo
tome el cura, ya que para nosotros, los mortales comunes, es la sangre del
Señor que ha venido a redimirnos. Pero no seamos blasfemos. Continuemos.
Claro, esta lectura nos hubiera
llevado a pensar que vivimos en una sociedad ordenada, justa y de respeto
al ordenamiento divino. Pero no. No, no. El resto de las páginas estaba
consagrado --y se sigue así todos los días desde noviembre pasado-- al
affaire más grande de la historia alemana de posguerra: el dinero negro
depositado por el ex primer ministro Kohl y su partido (la democracia
cristiana), las coimas en efectivo de los fabricantes de armas, las
mentiras que todos los días expresan los políticos implicados que luego
se rectifican sin problemas. Millones de dólares. Hoy mismo, en los
diarios aparece que desapareció toda la documentación acerca de los
negociados de la Leuna Werke y de la venta de armas a Saudi Arabia. Y aquí
está la realidad: ninguno de ellos está preso ni nadie piensa que pueden
ir a la cárcel. Nadie salió con las manos esposadas, ni siquiera los
coimeros que llevaban los sobres. Eso sí, para el ladrón de gallinas, o
mejor dicho de dos botellas de vino santo, para él, seis meses tras las
rejas y ni un día menos.
Me gustó la precisión del
escritor Matthias Altenburg ante esta situación: "Helmut Kohl debe
seguir sentándose en el Parlamento hasta el fin de sus días: como
monumento, como castigo y agradecimiento. Como monumento al diputado
normalmente corrupto. Como castigo, a su posición totalitaria que puso a
su partido por encima de todas las leyes. Y como agradecimiento hacia él
porque destruyó para siempre el resto de confianza tonta hacia los políticos.
Ahora, hasta el último idiota de la nación ha comprendido que las
resoluciones de la política son tomadas por los directivos de los
consorcios internacionales, y que los políticos reciben sus sueldos para
eso. La política no tiene nada que ver con las ideas sino con las
personas y las personas son comprables e intercambiables."
Lenguaje fuerte, pero cierto.
Todos los políticos mezclados con el affaire más grande de la historia
de la Alemania Federal están sueltos y en sus puestos. Bien, pero menos
mal que lo tienen preso a Dieter N., el ladrón de sacristía. A ver si
todavía se toma todo el vino de misa. Y eso Dios, en su infinita bondad,
no nos perdonaría.
Justamente el jueves pasado se
cumplieron los cuatro siglos de uno de los hechos más macabros de la
historia del ser humano. Por orden del Papa fue quemado vivo uno de los
personajes más queribles, más valientes, más serios, más estoicos, más
inteligentes: Giordano Bruno. Monje dominico que quiso saber la verdad, la
buscó y no aceptó ni la mentira ni la fabulación. Hubiera podido vivir
tranquilo como casi todos sus compañeros de creencia y haber hecho
interpretaciones teológicas que no se desviaran de lo marcado por el
Vaticano. Pero no, se puso a estudiar los caminos de la ciencia y a poner
en debate aquello que nunca se sabrá quién y por qué lo impuso: la
virginidad de María, la existencia de la Santísima Trinidad, y que Jesús
fuera el hijo de Dios. Siempre Giordano Bruno usó de la palabra y de las
ideas, jamás las armas. Defendió al debate como el mejor método para
aproximarse a la verdad. Hizo notables estudios científicos. Fue
perseguido por toda Europa y en muchas universidades fue el profesor de la
juventud. Su idioma, sus escritos están cuajados de poesía, de una
filosofía generosa pero estricta. Debido a que la Iglesia católica lo
persigue con odio y fanatismo viajará por toda Europa y recibirá el
bello sobrenombre del "El filósofo viajero". En Londres,
Giordano Bruno escribirá sus seis geniales Diálogos filosóficos. El los
describe como diferentes tesis que no aparentan ser científicas por su
forma de diálogos, o de comedias, o tragedias, o poemas. Otras veces es
retórica, física, matemáticas, moral, lógica. Los academicistas de
aquel tiempo sujetos a títulos y cargos --no muy diferentes de los de
ahora-- tratarán de pisotear el nombre del genial generoso. Y él los
calificará de "pedantes, mezquinos monarcas de la palabra, faunos
tontos, asnos ignorantes" que creen ser "importantes mostrándose
con una carga de libros, dejándose crecer la barba o adoptando ademanes
de ceremonia". Les dice a esos burócratas del saber que él sólo
hace todo por "amor a su amantísima madre: la filosofía".
Giordano Bruno es delatado en
Venecia por un tal Mocenigo. La Iglesia, como toda organización
autoritaria, se manejó siempre con delatores. Hoy, Mocenigo ha pasado a
la historia como el más infame de los delatores. (Siempre los sistemas de
dominación recurrieron a equipos de delatores contra cualquier intento de
rebelión.)
Con Giordano Bruno se cometerá
uno de los más vergonzosos y oscuros crímenes de la humanidad. Se lo
mantuvo siete años en las famosos celdas de plomo y su cuerpo se cubrió
de hongos, y se le aplicaron por orden del Santo Oficio vaticano las más
horribles torturas, todo en nombre de Cristo. Lo que el Papa y sus
cardenales cometieron con el rebelde fue diez veces más cruel que lo que
se hizo en la muerte de Cristo.
Cincuenta cardenales asistieron
para ver cómo en Campo dei Fiori se lo quemaba. Primero lo desnudaron y
luego fue atado a un palo y entregado a las llamas. Como máxima burla se
le aproximó un crucifijo para que lo besara. Pero Giordano Bruno en un
supremo esfuerzo lo rechazó.
Hace cuatrocientos años se
quemaban las ideas en nombre de Cristo. Hoy se compra todo, hasta las
conciencias en nombre del sistema.
Estamos seguros de que Giordano
Bruno lo habría invitado al delincuente Dieter N. a tomar vino en la
sacristía, y le hubiera dicho que no se resignara, que en vez de robar
saliera a la calle de la rebeldía. He decidido ir a visitar a Dieter N. a la cárcel de Bonn para llevarle un retrato de Giordano Bruno (y una botella de buen vino).
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