La
gente está desesperada por el alto índice de inseguridad, sobre todo
en la provincia de Buenos Aires. Y son desesperados los que salen a la
calle a robar. Desesperados contra desesperados. Es un país
desesperado y toma decisiones desesperadas. Hay un cura que salió a
insistir con la pena de muerte. Otros acusan de
"garantistas" a los que no quieren "mano dura". Y
muchos "garantistas" en realidad están igual de
desesperados por la inseguridad y no confían demasiado en sus propias
ideas. En la desesperación, el que sale a impulsar la mano más dura,
consigue el apoyo de la mayoría de la gente. Pero el que impulsa la
"mano dura", también duda de la eficacia de sus propuestas
y confía en que los "garantistas" le cierren el paso para
que carguen con la furia de la gente desesperada.
Los militares pusieron
paredes para tapar las villas miseria. Ahora la miseria se puede ver,
pero no se puede discutir. Alguien puso una pared para tapar esa
discusión. Se puede discutir desde un punto de vista técnico, legal,
democrático o autoritario, de mano dura o garantista si la policía
es o no es, si viene o si va, pero no se puede discutir la cuestión
social, el hambre, la marginalidad, el desempleo, la baja educación.
Y todas las discusiones sobre inseguridad chocan contra esa pared.
La gente está harta de
sufrir robos y crímenes y eso no quiere decir que sea de derecha o de
izquierda, conservadora o autoritaria, sino que está desesperada. Un
político puede especular con la desesperación o buscar soluciones.
Lo primero es buscar votos, lo segundo es buscar soluciones.
El
gobernador Carlos Ruckauf impulsó la mano dura, designó a Aldo Rico
en el Ministerio de Seguridad, desbarató la reforma que impulsó el
ex ministro León Arslanian y logró que la oposición votara sus
propuestas de leyes más severas para la represión del delito, otorgándole
más facultades a la vieja policía. Y la mayoría de la gente ha
demostrado que lo apoya.
Tanto Rico como Ruckauf
saben que la mano dura no impide el delito, ni siquiera lo reprime más.
En todo caso, apunta al castigo y allí es donde más puede
diferenciarse. Habrá más presos y por más años. La contrapartida
es el regreso a una policía cuestionada, que genera otro tipo de
delitos, como el de la comisaria sorprendida por una cámara oculta
cuando vendía protección; o el ex comisario José Ribelli que
capitaneaba una banda policial de extorsión y robo de automóviles,
los oficiales que participaron en el asesinato de José Luis Cabezas o
los comisarios que están siendo investigados por las fortunas
desmedidas que amasaron en su función. Y son sólo algunos de los
casos que se detectaron. O sea: habrá más presos, pero algunos de
los que también tendrían que ir presos, tendrán las manos libres.
El problema para la gente,
que en su desesperación se entusiasma con las propuestas del
gobernador, es que habrá más presos, pero igual seguirán los robos
y los asesinatos. Porque no se trata de una cuota fija sino de un fenómeno
que se alimenta del contexto social. Meten preso a uno y hay otro que
empieza. Pero eso no se puede discutir. El PJ dejó de hacerlo con
Carlos Menem hace ya bastante tiempo. Y la Alianza parece remisa a
meterse en un problema engorroso. Como si todos dieran por hecho que
la marginalidad, la miseria y el desempleo fueran males irremediables.
No se puede discutir ese tema, entonces es mejor hablar de los
aspectos técnicos, legales o éticos de la seguridad. Y en esa
discusión descontextualizada, de mala o de buena fe, tanto
"garantistas" como los de "mano dura", saben que
no van a ningún lado, que es poco lo que pueden incidir en el índice
delictivo.
Pese a ello, la nave va. La
nave de la política. Los índices de delincuencia no bajarán, pero
el voto de los senadores bonaerenses de la Alianza servirá para
aflojar otros votos justicialistas en el Congreso de la Nación cuando
se discuta la Reforma Laboral. Y el gobernador Carlos Ruckauf asistirá
a la reunión del Consejo Nacional de Seguridad para presentar sus
leyes como ejemplo. Es un caso raro, porque nadie podrá decir esta
vez que la política se desentendió de lo que le pasa a la gente.
Porque efectivamente se discutió un tema que preocupa y se aprobaron
leyes que la mayoría de la gente apoya. Pero ése es sólo un aspecto
de la política. Después de todo, Videla y Massera dicen que en el
'76 el golpe militar tuvo consenso en la sociedad.
Los que plantean que la
inseguridad se resuelve sólo con más actividad policial tienden a
tomar como ejemplo al alcalde de Nueva York, Rudolf Giuliani. Pero
mientras Giuliani administraba esa ciudad, la desocupación
prácticamente
desaparecía de Estados Unidos. Pocos se preguntan de quién fue el mérito:
de Giuliani o de la prosperidad económica. Porque aquí nadie ha
logrado, ni se lo ha propuesto, que la prosperidad, que la hubo, baje
de los estamentos sociales más altos hacia el resto de la sociedad.
Entonces Giuliani es el héroe porque es la respuesta más fácil ante
la impotencia para resolver la otra cuestión.
Esa impotencia del discurso
político está también instalada en la sociedad. Es la desesperación
en la que se ha formado más de una generación. La minoría de los
delincuentes pueden ser trabajadores que han perdido su trabajo. Pero
la inmensa mayoría son jóvenes que crecieron y se formaron en esa
cultura de impotencia y desesperación. Nacieron al margen de la
sociedad y de las leyes. Tienen otras leyes que son mucho más duras.
El que sale a robar está jugado, lleva un revólver y está rifando
su vida por unos pesos. No se va a atemorizar por penas mayores. Sus
razonamientos discurren por otro carril. Se ha dicho que explicar la
delincuencia por el contexto socioeconómico es una forma de
justificarla. Es como decir que Galileo justificaba la preeminencia
--injusta desde el punto de vista teológico-- del Sol sobre la
Tierra.
No sería político que alguien se pare y diga que, con mano
dura o blanda, este problema es parte intrínseca de un modelo de
organización social y distribución de sus beneficios y que mientras
esto no cambie solamente habrá parches para la inseguridad. No será
político, pero es la verdad y todos lo saben aunque miren para otro
lado.
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