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Gieco conoce los escenarios de
la Argentina como pocos: pasa mucho tiempo en la ruta, tocando en grandes
ciudades y en pueblos perdidos, y lo convocan tanto para festivales
rockeros como folklóricos. Pero el del jueves a la noche no fue un
concierto más en medio de su incesante seguidilla. "Hace veinte años,
comencé en Sáenz Peña la gira De Ushuaia a La Quiaca, porque los
alumnos de un colegio fueron los primeros en llamarme", le contó a Página/12.
"Por eso, cuando me dieron elegir en qué lugar tocar, para mí
estuvo claro que había que hacerlo acá, a manera de homenaje a esta
gente."
La llegada del músico
revolucionó la tranquila siesta de Sáenz Peña. Todos parecían querer
saludar a Gieco en su recorrida por esta ciudad de casas bajas. Se le
acercaban desde abuelas que arrastraban carritos con bebés adentro hasta
pibes con remeras de La Renga, que habían viajado a dedo más de cien kilómetros
para poder ver a su ídolo y, de ser posible, entregarle algún demo o un
obsequio. Al músico no parecía importarle tener que detenerse a cada
instante para firmar un autógrafo, agradecer un mate o charlar con un
artesano que le regalaba un tallado en madera. El día era espléndido y
el sol no azotaba demasiado: con 30 grados de calor seco, Gieco pudo
visitar el zoológico municipal y una asociación de atletas
discapacitados.
La última semana fue
soportable para los saenzpeñenses, dentro de un verano en que los termómetros
llegaron a marcar 50º. El calor ha sido tal que achicharró el algodón,
una planta que necesita de temperaturas altas. La recolección de los
capullos es la principal fuente de ingresos de Sáenz Peña, pero dos
cosechas tapadas por las inundaciones y una tercera arruinada por la sequía
han provocado una crisis sin precedentes. De las seis desmotadoras de
algodón que hay en la ciudad, sólo una está trabajando. Además, desde
que los chacareros pudieron comprar cosechadoras, muchos se quedaron sin
trabajo.
El jueves, sin embargo, la
modorra que los propios lugareños reconocen se sacudió en el escenario
de Argentina en Vivo, que arrancó con la cantante toba Nilda Farías,
llegada desde la ciudad de Castelli (casi en el límite con El
Impenetrable). Luego tocaron Los Naimas, que jugaban de locales pero que
parecían santiagueños con su repertorio de chacareras, y el dúo Facundo
y Pablo, jóvenes folkloristas románticos que no fueron muy bien
recibidos por el público. Claro, la gente esperaba a Gieco. Y él, con su
remera con la imagen de John Lennon, la eterna armónica cerca de los
labios y la guitarra fileteada, hizo bailar, saltar, cantar y emocionar a
todos. El show que Sáenz Peña nunca olvidará fue un repaso de toda la historia del hombre de Cañada Rosquín, con viejos y entrañables temas como "Hombres de hierro", "La Navidad de Luis", "Todos los caballos blancos", "Carito", "Pensar en nada" y "La cultura es la sonrisa". Hubo ovaciones, sapucays y baile cuando León hizo "Cachito, campeón de Corrientes" y "Kilómetro 11". Gieco se fue del escenario después de una notable versión de "Ojo con los Orozco" ("Dársela a Pinochet", repitió), pero volvió para hacer "El embudo" a puro hard rock, con sus plomos como cantantes invitados. El final no podía ser otro que "Sólo le pido a Dios", que cobró nuevo sentido con las dedicatorias del cantante para las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, para quienes trabajan por la paz, para los caídos en las Malvinas, los zapatistas y los desaparecidos. Gieco, respetado por los folkloristas y casi un patriarca del rock, cantor de pueblos e incansable luchador por los derechos humanos, es uno de los pocos que pueden decir cosas así desde un escenario sin parecer una caricatura seudorrevolucionaria.
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