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Así nació Rojo tango, el
espectáculo que Rossetto y Binelli (con su quinteto, más el pianista
Freddy Vaccarezza) ofrecen los viernes, sábados y domingos en La Casona
del Teatro, Corrientes
1975. Entre la cantante y el bandoneonista se ha creado una complicidad
tal que no parece que su relación haya nacido hace sólo seis meses.
"El día del primer ensayo con el quinteto estaba preocupada, porque
ellos se conocen mucho entre sí y venían de un trabajo de relación muy
intensivo. Binelli me los presentó a todos y me dijo si quería probar
con 'Morir en Buenos Aires'. Cuando arrancó el quinteto, empecé a
transpirar; quedé empapada. Cuando terminamos, les dije que me inhibía
cantar con semejante quinteto. Ellos se rieron y contestaron: '¿Ah, sí?
Vos nos cohibís a nosotros'. Pensé que era una gentileza, pero después
me contaron que era verdad, que me iba encima de ellos y que movía el
cuerpo de golpe, con fuerza. Yo no tengo conciencia de eso, sólo me doy
cuenta cuando me filman. Y creo que el espectáculo transmite seguridad
porque lo ensayamos en la casa de Binelli. El quinteto me pasaba por
arriba con su sonido, porque yo no tenía amplificación. Entonces, fue
como cuando te entrenás para algún deporte y te agregás pesas en las
piernas para tener más dificultad: después, cuando competís, estás
hecho un avión. --¿Cómo
eligieron el repertorio de Rojo tango?
--La segunda parte quedó a
elección de Binelli, porque es el material con el que él se siente como
pez en el agua: sus propios temas, los de Piazzolla. Y la primera parte le
corresponde exclusivamente a mi corazón. No quiero que suene como un
rasgo cursi que me aparece en una tarde calurosa, simplemente me refiero a
la memoria, a la historia, a mi pueblo, a mi infancia, al campo. Me
emociono profundamente cuando escucho algunas canciones, algunas frases.
Entonces busqué las músicas y las letras que me provocaran esa emoción.
Tangos que tienen que ver con la casa de mi abuela --donde todavía viven
mis tías--, con los paraísos del jardín que se ve desde la cama donde
mi mamá me parió, como se acostumbraba en esa época. Ese valsecito con
el que empieza el espectáculo ("Corazón de oro", de Francisco
Canaro) me mata; es impresionante cantar esa letra que dice "Siempre
he sido novia en el amor/siempre amé, nunca odié/convierto en trinos mi
sufrir/ porque sé perdonar". --Uno
de los momentos más emotivos de su espectáculo es cuando suena un tango
que usted grabó en un disco de acetato a los ocho años. ¿Por qué recién
ahora se decidió a cantar tangos públicamente?
--No sé. Mi psicoanalista
todavía no volvió de las vacaciones, pero apenas la vea, le pregunto
(risas). Puede sonar soberbio, pero me parecía una locura cobrar por algo
que, para mí, era como respirar. Me he pasado la vida cantando en los
clubes. Y no sólo eso: en Europa trabajo como cantante. Pero siempre he
sido tan exigente conmigo misma, que me parecía absurdo aparecer con algo
tan ligado a los amigos, al placer, a la familia. Siempre he creído que
todo hay que conseguirlo con sufrimiento. Entonces, ¿cómo voy a cobrar
por algo con lo que me divierto, lloro y me río? Rojo tango es un regalo
maravilloso: que me paguen y que me presten atención por hacer lo que
hice toda la vida. --Y
encima tiene detrás al quinteto de Binelli y a Freddy Vaccareza.
--Claro. Cuando estoy detrás
del escenario y los escucho tocar "Adiós, Nonino", se me paran
hasta los pezones. Los primeros días tenía que irme y gritar para
descargarme, porque tenía miedo de no poder cantar cuando volviera a
entrar. Es un polvo maravilloso escucharlos. --¿Cómo
reaccionaron los tangueros?
--Bueno, apareció un fanático
de Piazzolla que me preguntaba cómo podía cantar algo como "Corazón
de oro". Yo me río. O cuando vienen y me hacen preguntas como tomándome
examen. Lo que subyace es: ¿cómo es que usted, así como si nada, viene
a meterse entre nosotros? Y con ese quinteto, con ese maestro. Oiga, usted
no puede hacer una cosa así. ¡Atrevida!". Y me divierto, les
contesto: "No, no se preocupe. En realidad, esto no estoy haciéndolo
con seriedad. Ya estoy preparando un espectáculo de música rusa". Y
nunca saben cuándo estoy hablando en serio o en joda. --El
mes que viene usted participará de la obra Mein Kampf.
--Sí, es una obra basada en la
juventud de Hitler, dirigida por Jorge Lavelli. Transcurre en Viena, en un
momento en que Hitler quiere entrar en la escuela de arte. Y se queja de
lo multirracial que es la ciudad. O sea que es muy actual. Sólo hago una
participación, al final, interpretando a la muerte. No sé si tendremos
que parar o no con Rojo tango, pero creo que ése va a ser el futuro del
quinteto, de Freddy y mío por mucho, mucho tiempo. Porque, de hecho,
estamos teniendo muchas ofertas, sobre todo del exterior. En los lugares
en los que yo suelo trabajar, apenas se enteraron de que tengo un espectáculo
de tango, llamaron para contratarnos. Antes de estrenar ya estábamos
contratados para tocar en Barcelona, por ejemplo. --También
está grabando un álbum con los temas de Rojo tango.
--Sí, porque apareció un
productor que me escuchó cantar y decidió hacer el disco. Me falta
ponerle las voces a un par de temas. El resto lo hicimos en vivo con el
quinteto. Y, si hay desprolijidades, mejor. --¿Qué
le ha dado a usted el tango? --La admiración de los hombres de la noche (se ríe). Iba a Los 36 Billares con Gianni Lunadei, Ulises Dumont... Ellos me enseñaban a jugar al truco cuando era chica. Cuando me aburría, me iba al fondo a jugar una partida de ajedrez con algún tipo. Generalmente les ganaba y se enojaban conmigo. Era un mundo de hombres que me encantaba espiar, pero me sentía rechazada, me mandaban a un rinconcito. Y sólo me aceptaban porque, de vez en cuando, les cantaba un tango reo. Eso me abría las puertas de todo. La gente de la noche, los amigos de mi viejo del juego --y no exactamente del ajedrez-- siempre me mimaron muchísimo porque les cantaba tangos. Y se ve que necesitaba la aprobación de esos hombres que, al fin y al cabo, eran la imagen de hombres de mi infancia.
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