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CECILIA ROSSETTO CUENTA DE DONDE SALE SU PRESENTE TANGUERA
"Yo me pasé la vida cantando tangos"

La actriz dice que tardó en plasmar profesionalmente lo que siempre fue su vocación. En el espectáculo "Rojo tango", con el quinteto de Daniel Binelli, repasa un repertorio basado en sus propios recuerdos.


Por Roque Casciero
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El día que una pareja de amigos le propuso a Cecilia Rossetto conocer a Daniel Binelli, ella se preguntó, irónica, si no era una trampa para una ulterior experiencia de reunión de solos y solas. Pero no, ese matrimonio quería presentarlos porque habían escuchado idénticos argumentos de parte del bandoneonista y de la cantante y actriz: "Me gustaría tener más proyectos en la Argentina; siempre me la paso viajando; quiero estar más tiempo acá". Si se quejaban de lo mismo, pensaron los amigos, debían tener algo en común. "Organizaron una cena en agosto del año pasado, y Binelli llevó unos videos de sus últimas presentaciones, me regaló unos discos con el material de sus shows en Japón junto a Milva y me propuso hacer eso en la Argentina. Sin ningún complejo escuché los discos y me gustaron muchísimo. Pero había voces externas que no coincidían con mi serenidad, que me decían: '¿Qué, vos vas a hacer lo de Milva?'. Porque siempre aparece algún descreído. Pero en esos discos escuché a una cantante muy actriz, también. Y pensé: 'Señor Binelli, creo que usted no se ha equivocado'."

  Así nació Rojo tango, el espectáculo que Rossetto y Binelli (con su quinteto, más el pianista Freddy Vaccarezza) ofrecen los viernes, sábados y domingos en La Casona del Teatro, Corrientes 1975. Entre la cantante y el bandoneonista se ha creado una complicidad tal que no parece que su relación haya nacido hace sólo seis meses. "El día del primer ensayo con el quinteto estaba preocupada, porque ellos se conocen mucho entre sí y venían de un trabajo de relación muy intensivo. Binelli me los presentó a todos y me dijo si quería probar con 'Morir en Buenos Aires'. Cuando arrancó el quinteto, empecé a transpirar; quedé empapada. Cuando terminamos, les dije que me inhibía cantar con semejante quinteto. Ellos se rieron y contestaron: '¿Ah, sí? Vos nos cohibís a nosotros'. Pensé que era una gentileza, pero después me contaron que era verdad, que me iba encima de ellos y que movía el cuerpo de golpe, con fuerza. Yo no tengo conciencia de eso, sólo me doy cuenta cuando me filman. Y creo que el espectáculo transmite seguridad porque lo ensayamos en la casa de Binelli. El quinteto me pasaba por arriba con su sonido, porque yo no tenía amplificación. Entonces, fue como cuando te entrenás para algún deporte y te agregás pesas en las piernas para tener más dificultad: después, cuando competís, estás hecho un avión.

  --¿Cómo eligieron el repertorio de Rojo tango?

  --La segunda parte quedó a elección de Binelli, porque es el material con el que él se siente como pez en el agua: sus propios temas, los de Piazzolla. Y la primera parte le corresponde exclusivamente a mi corazón. No quiero que suene como un rasgo cursi que me aparece en una tarde calurosa, simplemente me refiero a la memoria, a la historia, a mi pueblo, a mi infancia, al campo. Me emociono profundamente cuando escucho algunas canciones, algunas frases. Entonces busqué las músicas y las letras que me provocaran esa emoción. Tangos que tienen que ver con la casa de mi abuela --donde todavía viven mis tías--, con los paraísos del jardín que se ve desde la cama donde mi mamá me parió, como se acostumbraba en esa época. Ese valsecito con el que empieza el espectáculo ("Corazón de oro", de Francisco Canaro) me mata; es impresionante cantar esa letra que dice "Siempre he sido novia en el amor/siempre amé, nunca odié/convierto en trinos mi sufrir/ porque sé perdonar".

  --Uno de los momentos más emotivos de su espectáculo es cuando suena un tango que usted grabó en un disco de acetato a los ocho años. ¿Por qué recién ahora se decidió a cantar tangos públicamente?

  --No sé. Mi psicoanalista todavía no volvió de las vacaciones, pero apenas la vea, le pregunto (risas). Puede sonar soberbio, pero me parecía una locura cobrar por algo que, para mí, era como respirar. Me he pasado la vida cantando en los clubes. Y no sólo eso: en Europa trabajo como cantante. Pero siempre he sido tan exigente conmigo misma, que me parecía absurdo aparecer con algo tan ligado a los amigos, al placer, a la familia. Siempre he creído que todo hay que conseguirlo con sufrimiento. Entonces, ¿cómo voy a cobrar por algo con lo que me divierto, lloro y me río? Rojo tango es un regalo maravilloso: que me paguen y que me presten atención por hacer lo que hice toda la vida.

  --Y encima tiene detrás al quinteto de Binelli y a Freddy Vaccareza.

  --Claro. Cuando estoy detrás del escenario y los escucho tocar "Adiós, Nonino", se me paran hasta los pezones. Los primeros días tenía que irme y gritar para descargarme, porque tenía miedo de no poder cantar cuando volviera a entrar. Es un polvo maravilloso escucharlos.

  --¿Cómo reaccionaron los tangueros?

  --Bueno, apareció un fanático de Piazzolla que me preguntaba cómo podía cantar algo como "Corazón de oro". Yo me río. O cuando vienen y me hacen preguntas como tomándome examen. Lo que subyace es: ¿cómo es que usted, así como si nada, viene a meterse entre nosotros? Y con ese quinteto, con ese maestro. Oiga, usted no puede hacer una cosa así. ¡Atrevida!". Y me divierto, les contesto: "No, no se preocupe. En realidad, esto no estoy haciéndolo con seriedad. Ya estoy preparando un espectáculo de música rusa". Y nunca saben cuándo estoy hablando en serio o en joda.

  --El mes que viene usted participará de la obra Mein Kampf.

  --Sí, es una obra basada en la juventud de Hitler, dirigida por Jorge Lavelli. Transcurre en Viena, en un momento en que Hitler quiere entrar en la escuela de arte. Y se queja de lo multirracial que es la ciudad. O sea que es muy actual. Sólo hago una participación, al final, interpretando a la muerte. No sé si tendremos que parar o no con Rojo tango, pero creo que ése va a ser el futuro del quinteto, de Freddy y mío por mucho, mucho tiempo. Porque, de hecho, estamos teniendo muchas ofertas, sobre todo del exterior. En los lugares en los que yo suelo trabajar, apenas se enteraron de que tengo un espectáculo de tango, llamaron para contratarnos. Antes de estrenar ya estábamos contratados para tocar en Barcelona, por ejemplo.

  --También está grabando un álbum con los temas de Rojo tango.

  --Sí, porque apareció un productor que me escuchó cantar y decidió hacer el disco. Me falta ponerle las voces a un par de temas. El resto lo hicimos en vivo con el quinteto. Y, si hay desprolijidades, mejor.

  --¿Qué le ha dado a usted el tango?

  --La admiración de los hombres de la noche (se ríe). Iba a Los 36 Billares con Gianni Lunadei, Ulises Dumont... Ellos me enseñaban a jugar al truco cuando era chica. Cuando me aburría, me iba al fondo a jugar una partida de ajedrez con algún tipo. Generalmente les ganaba y se enojaban conmigo. Era un mundo de hombres que me encantaba espiar, pero me sentía rechazada, me mandaban a un rinconcito. Y sólo me aceptaban porque, de vez en cuando, les cantaba un tango reo. Eso me abría las puertas de todo. La gente de la noche, los amigos de mi viejo del juego --y no exactamente del ajedrez-- siempre me mimaron muchísimo porque les cantaba tangos. Y se ve que necesitaba la aprobación de esos hombres que, al fin y al cabo, eran la imagen de hombres de mi infancia.

 

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