Por Martín Granovsky
Cuando
el jefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado dice buscar una SIDE
poblada de investigadores y capaz de interpretar las tendencias del
futuro, piensa en él. Es Joseph �Joe� Nye, uno de los mayores
expertos en política internacional. De tradición demócrata, Nye pasó
por la Agencia Central de Inteligencia en 1993, cuando Bill Clinton
estrenó su primer turno, y allí se propuso reemplazar con análisis más
abiertos la vieja obsesión de los agentes de la Guerra Fría por el
secreto militar.
Las preocupaciones de Nye fueron cambiando. En enero de 1992, cuando
Página/12 lo entrevistó por primera vez en Buenos Aires, el profesor
estaba inquieto porque eran pocos, decía, quienes en los Estados Unidos
veían a la educación como un valor estratégico. A la vez observaba la
recién desintegrada Unión Soviética y recomendaba seguir las guerras
internas. �No se olvide de un lugar: Chechenia�, sugirió con buen
olfato.
Comprometido con el libre mercado y la flexibilización laboral, Nye se
ocupa hoy de los efectos políticos de la informática. De la CIA volvió
a Harvard, donde dirige la prestigiosa Escuela de Gobierno �John Kennedy�.
Allí lo entrevistó De Santibañes, tal como reveló en exclusiva este
diario. Desde allí se prestó, después, a un reportaje telefónico.
�¿Fue bueno su encuentro con Fernando de Santibañes?
�Me pareció un hombre inteligente y reflexivo que tiene entre manos un
trabajo difícil. La inteligencia después de la Guerra Fría es diferente
a como la entendíamos tradicionalmente. Muchas de las cosas que era
importante contarles a las autoridades antes, se han modificado. Hoy la
inteligencia trata más de misterios que de secretos.
�Explíqueme la diferencia.
�Usted puede robar un secreto. Puede conseguir información sobre cómo
es la cabeza inteligente de un misil. Un misterio es algo de lo que nadie
conoce la respuesta: ¿cómo estará la economía argentina el año que
viene? Para investigar un misterio se precisan condiciones intelectuales y
una mente abierta para saber lo que pasa afuera. Muchas se habla de
inteligencia hecha sobre la base de fuentes públicas. A menudo, para
proteger los supuestos secretos, los servicios de inteligencia se cierran,
y cierran la mente. Entonces, pierden su capacidad para entender los
misterios.
�¿Usted le contó su teoría del misterio a De Santibañes?
�Sí. Mis puntos de vista no tienen por qué constituir un secreto.
�¿Le sugirió algún punto especial para la inteligencia argentina?
Obviamente, un misterio para Washington no es el mismo que un misterio
para Buenos Aires. O, tal vez, los Estados Unidos aún tengan una cuota
mayor de secretos que de misterios.
�Tiene razón. Para la Argentina sería bueno que la inteligencia se
abriera a las universidades, a la prensa, a los intelectuales. Pero no
quiero hablarle en detalle no porque haya un secreto sino porque
desconozco elementos importantes de la Argentina. Hay, para mí, muchos
misterios.
�Usted tuvo un puesto en la inteligencia. ¿Incorporó académicos?
�La CIA a principios del gobierno de Bill Clinton, cuando yo me
desempeñé allí, estaba empezando a aprender la lección de la apertura
mental. Incorporamos académicos de Harvard, economistas... Gente
habituada a estudiar fuentes públicas. Por ejemplo, si usted quiere
conocer bien el fenómeno de Bosnia tiene que convocar a los mejores
expertos en el tema y dedicarle un día entero a escucharlos.
�¿Cuál fue la reacción inicial de los agentes tradicionales de la
CIA?
�Fueron cambiando a partir de la dirección fijada por los directivos de
la agencia. Entendieron que si se seguían dedicando excesivamente a
buscar secretos sobre el mundo dejarían de entenderlo.
�¿Cómo conseguía que los académicos no se sintieran usados para una
política partidista de inteligencia?
�Hay mucha gente que trabaja pensando en el interés nacional y quiere
que, más allá del gobierno, el Presidente cuente con los mejores
elementos para tomar una decisión sobre un tema determinado. Yo fue
presidente del Consejo de Inteligencia, que coordinaba los diagnósticos
de los departamentos de Defensa, de Estado y de la CIA. El trabajo
consistía en que el presidente contara con asesoramiento claro y
objetivo. Y los expertos de fuera de la comunidad de inteligencia querían
lo mismo.
�¿Usted les pagaba?
�Dependía del tiempo invertido. Muchas veces no cobraban por una simple
discusión.
�¿Les pagaba los trabajos escritos?
�Lo mismo: dependía del tiempo que les demandara hacerlo.
�La CIA sigue teniendo un presupuesto secreto. ¿Hasta qué punto lo es?
�El monto total es público, pero no se difunden los detalles porque
existe la sensación de que se facilitaría el trabajo de quien se ponga
en una posición hostil a los Estados Unidos. Por supuesto, el Congreso, a
través de las comisiones de inteligencia, conoce esos detalles.
�¿Con De Santibañes hablaron de la cuestión del presupuesto?
�No lo hicimos tan específicamente como puede pensarse. Tuvimos una
charla sobre las visiones filosóficas, generales, acerca de la
inteligencia, y no sobre la organización y el presupuesto de la
Argentina.
�¿Él estuvo de acuerdo con su visión?
�Naturalmente tendría que contestar también él, pero yo siento que
sintonizamos sobre los distintos temas. Fue una conversación interesante.
�Profesor Nye, ¿qué es para usted Haider?
�No es una réplica de los nazis de la década del �30. Pero sí
representa un problema serio para todo el espacio de la democracia
occidental en esta etapa de globalización. Hay demagogos y
ultranacionalistas en Alemania, en Estados Unidos tenemos a Pat Buchanan,
en Francia sigue activo Jean Marie Le Pen. Haider no supone el retorno de
Hitler, pero su ascenso debe provocar un análisis profundo en lo que
tiene que ver con las reacciones ante la inmigración y ante la
desigualdad. El problema son los que se quedaron en el proceso de
modernización y progreso económico. Por eso no hay que ignorar el
fenómeno.
�¿De qué forma se puede evitar ignorarlo?
�El modo de no minimizar los riesgos de un Haider o un Le Pen es
desarrollar programas que les quiten su atractivo. Y educación en dos
sentidos. Por un lado, para que la gente entienda perfectamente cómo fue
el pasado, de modo que Haider no pueda pasearse gratuitamente por la
historia diciendo lo que dice sobre los campos de concentración y las SS.
Por otro lado, la educación es importante como instrumento de
participación de la gente. En la era de la información, la educación es
la clave de esa participación, de su preparación para poder aprovechar
los beneficios del futuro y sintonizar con él.
�Usted compara a Haider y Le Pen, pero el electorado del austríaco es
mucho mayor que el del francés: más o menos 30 por ciento contra 15.
�Es verdad. Pero afortunadamente no estamos en un contexto de ruina de
la economía mundial y crecimiento de las ideologías fascistas. Hoy usted
tiene una Europa que condena lo que dice Haider, una economía sólida y
el fascismo está desacreditado para la mayoría de los ciudadanos.
�Cuando habló de los que quedaron atrás del tren del progreso, ¿se
refería a los desempleados?
�La desocupación obviamente pesa. El promedio europeo es del 11 por
ciento. En Holanda la cifra es más baja. Y en Alemania, como quieren
reducirla, están pensando en la flexibilización del mercado laboral,
porque la rigidez impide que se creen nuevos puestos de trabajo. A la
vez,la revolución de la información muchas veces amenaza con dejar a la
gente sin trabajo a menos que adquiera las habilidades necesarias para
adaptarse. Cuando hay mayor flexibilidad en el mercado de trabajo los
salarios pueden ser más bajos, pero también ese proceso conduce a una
tasa más alta de empleo. En Europa las regulaciones artificiales
controlan el salario, y al mismo tiempo el desempleo es más alto. Al
principio siempre habrá dolor. Hay que elegir entre el dolor por los
salarios relativamente más bajos o por una tasa más alta de desempleo.
�Su fórmula, evidentemente, es aguantar el primero de los dolores.
�Aunque al principio los salarios sean más bajos, el solo hecho de que
la gente pueda comenzar a trabajar ofrecerá después la chance de que se
ganen mejores salarios al desarrollar habilidades especiales.
�¿Usted recomendaría sin ninguna duda exportar el modelo
norteamericano de empleo?
�Bueno, es una forma correcta de encarar la revolución de la
información y las habilidades necesarias. Insisto: quiero que la gente
esté incluida en el mercado de trabajo porque así tendrá mayores
posibilidades. Yo deseo que por lo menos mucha gente gane el primer round.
�La crítica usual de los europeos es que el modelo norteamericano
implica una cohesión social menor.
�Si usted mira el fenómeno Haider o el de Le Pen, me dejará que le dé
una impresión: no estoy seguro de que la cohesión social sea menor en
los Estados Unidos que en Europa.
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