OPINION
Dialéctica del fascismo
Por Miguel Vedda* |
Nada tan
sorprendente como la sorpresa que hasta hoy no ha dejado de provocar
la escalada de Joerg Haider. Por extrañas razones, los analistas
insisten en mostrarse turbados ante el designio del gobernador de
Carintia de enlazar liberalismo y fascismo, y ante el hecho de que tal
proyecto haya surgido en un país como Austria. Semejante extrañeza
delata una doble ignorancia: la de la dialéctica del fascismo y la de
su evolución en Austria. A los pasmados intérpretes cabría
recordarles que el austrofascismo ha sido el vástago no reconocido
del liberalismo, como éste había sido el hijo desnaturalizado de una
aristocracia anacrónica y exclusivista. En las debilidades del
liberalismo deberían rastrearse algunas de las razones para el avance
de la demagogia populista; con su empeño en ver en la ciencia la
única solución para los conflictos sociales y con su displicente
desdén ante el campesinado y el proletariado (desdén, en el fondo,
no mucho menos elitista que el que había exhibido la aristocracia por
ellos criticada), los liberales no lograron, durante su apogeo entre
1860-97, superar la condición de minoría desprovista de bases
populares. Con esta falta de basamento se vincula un racionalismo
estrecho de miras que condujo a desdeñar, junto con la superstición
religiosa, aquellas estructuras de sentimiento en que domina la
opinión no formalizable, y cuyas contradicciones no pueden ser
resueltas por la ciencia. Al desechar los sentimientos y creencias,
los demócratas provocaron que los elementos reprimidos se volvieran
con violencia en su contra. Es típico que los mayores exponentes de
esta rebelión de lo mítico hayan partido del liberalismo; baste con
citar el caso de Georg Schönerer, quien luego de coquetear con
liberales y social-demócratas pasó a convertirse en abanderado del
pangermanismo; defensor del ideal grossdeutsch, Schönerer sedujo a un
sector del campesinado y la pequeña burguesía con sus exhortaciones
a liquidar �el vampiro que golpea la casa de estrechas ventanas del
agricultor y del artesano alemán: el judío�. Aún más conocida es
la carrera de otro liberal renegado: Karl Lueger, el alcalde
antisemita de Viena en 1897, célebre por sus dotes de orador
carismático y por su habilidad para combinar la Realpolitik con la fe
en que la política pertenece al orden de la magia. Schönerer y
Lueger han sido detractores del liberalismo una vez profesado; más
radical y, a la vez, más conservador, Haider aspira a avenirse con el
linaje paterno. Con fingido horror, el liberalismo vacila ante el hijo
pródigo; pero no por una repentina dignidad, sino porque en el rostro
del fascismo percibe los trazos, burdamente exagerados, de su
encubierta barbarie.
* Investigador de la Universidad de Buenos Aires, especialista en
literaturas austríaca y alemana. |
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