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Tomala
vos, dámela a mí
El predio de Bouchard y Madero sobre el que el arquitecto tucumano
César Pelli proyectó la reluciente torre era, en 1993, propiedad del
grupo Bunge & Born. En ese año, UFCO (United Finance Company, una
sociedad constituida en islas Vírgenes, con 50 mil dólares, importante
accionista del CEI y representada en Argentina por el abogado Carlos Basílico,
hombre del riñón de Moneta) firmó el boleto de compra del terreno. Para
firmar el boleto, UFCO delegó a Roxana Kahale, una abogada del estudio
Basílico, Fernández Madero, Duggan. El domicilio de la off shore se había
fijado en el estudio Basílico, ubicado en Marcelo T. de Alvear al 600.
La escritura se firmó recién
en abril del año siguiente. Pero no fue hecha a nombre de UFCO sino de
Citiconstrucciones, una sociedad que UFCO controlaba por tener el paquete
mayoritario de las acciones (88 por ciento) y también integraban República
Propiedades (con un 10 por ciento) y el siempre dispuesto Carlos Basílico
(con el 1 por ciento).
Según la escritura, los 8
millones que costaba el terreno se pagaron en efectivo. Otras versiones
sostienen, en cambio, que éste habría sido canjeado por las acciones de
Petroquímica Río Tercero que Moneta tenía en su poder y se cotizaban a
precio vil en el mercado.
El 2 de marzo de 1995
Citiconstrucciones firmó un convenio de cancelación de la deuda
hipotecaria que mantenía con el Banco República a cambio de cederle a éste
el terreno sobre el que ya se había comenzado la construcción del
edificio. El Banco República por medio de su vicepresidente, Raúl
Moneta, aceptó el trato, que estableció que la posesión, el boleto y la
escritura que otorgarían el dominio al banco debían efectivizarse dentro
de "los diez días de la fecha". Es decir, a más tardar a
mediados de ese mes de marzo de 1995.
Sin embargo, Moneta y su
escribano, Alejandro Tachella Acosta, olvidaron que el plazo corría: ni
tomaron la posesión ni firmaron la escritura, único documento público
que acredita la propiedad de un bien. Pese a ello sí registraron el
edificio como propio y lo contabilizaron entre los activos del Banco República.
En junio de 1996, el Banco República
vendió el edificio terminado a otra sociedad del propio Moneta --República
Compañía de Inversiones-- en 98 millones de pesos. En su peregrinaje por
las diversas sociedades de Moneta, el bello edificio había más que
duplicado su valor. Los agentes inmobiliarios consultados fruncieron el ceño
cuando se les preguntó por el verdadero valor de plaza de esa propiedad
de 3000 metros cuadrados y una superficie cubierta de 26 mil (33 mil si se
computan los dos subsuelos de cocheras), aunque coinciden en que 2500
pesos el metro cuadrado parece una tasación exagerada. En todo caso, el
que tiene plata hace lo que quiere y Raúl Moneta se dio el gusto de
comprarse a sí mismo por casi 100 millones lo que el mercado cotiza en no
más de 70, a todo tren.
Mis
ladrillos
Quizás los contratiempos
sufridos por el Banco República durante el Tequila hubieran nublado el
entendimiento del banquero. Entre diciembre de 1994 y septiembre del '95,
el banco había perdido el 57 por ciento de sus depósitos y debió
recurrir a importantes auxilios del Banco Central. Al mismo tiempo, salían
a la venta, saneados, los dos bancos de la provincia de Mendoza con una
condición: el adquirente debía tener un patrimonio neto superior a los
50 millones de pesos. La cláusula parecía inalcanzable para el Banco República
que venía de dos ejercicios con quebrantos.
Para adecuar la situación a
los requerimientos de la provincia de Mendoza, Moneta se esmeró en los
balances. Contabilizó "honorarios" en tareas de consultoría:
"Estudios de las Telecomunicaciones en América" (dos millones),
"Asesoramiento en la colocación de acciones bajo el Programa de
Propiedad Participada" (casi 3 millones), otro millón "Evaluación
de rebalanceo de las tarifas telefónicas". También computó 15,8
millones por la venta del Edificio República. Para venderlo a su
vinculada República Compañía de Inversiones le había otorgado a ésta
un préstamo hipotecario de 98 millones, a diez años y con un interés
preferencial del 7 por ciento anual. En síntesis, Moneta obtuvo el visto
bueno de la provincia para quedarse con los bancos de Mendoza y de Previsión
Social.
La aventura financiera
mendocina duró menos de 3 años y el 8 de abril de 1999 el Banco Mendoza
(denominación bajo la que se habían fusionado las dos entidades
mendocinas) dejó de operar por disposición del Banco Central. La medida
involucró asimismo al Banco República, que entregó al Central la
hipoteca de 98 millones que pesaba sobre el edificio como respaldo a los
redescuentos que Pedro Pou había concedido hasta pocas horas antes de
ordenar el cierre de sus puertas. Se ignora qué hará ahora el Central
con un inmueble que tiene alquilado sus 20 pisos, pero cuya renta
trimestral de 2,6 millones (que incluye los 800 mil dólares anuales que
paga Telefónica por la instalación del cartel de letras verdes que la
identifica) no alcanza a cubrir los 3,3 millones del pago trimestral de la
hipoteca. En la historia del edificio ubicado en el corazón elegante de la ciudad, proyectado por César Pelli (el mismo que diseñó el World Financial Center de Nueva York, el aeropuerto de Washington o las Torres Petronás de Kuala Lumpur) y dirigido por Mario Roberto Alvarez, quedan flotando dos preguntas. Una: ¿por qué razón el Banco República declaró como propiedad un bien que no le pertenecía? La otra: ¿por qué Telefónica de Argentina, socia de Moneta, no compró el inmueble que tiene como sede? Para ellas no hay respuestas sino hipótesis. Respecto de la primera se conjetura que Moneta "infló" su activo registrando el edificio pero preservándolo de los efectos de una débacle puesto que nadie puede pagar deudas con lo que no es suyo; acerca de la segunda, los agentes inmobiliarios apuntan que el valor del edificio está muy por debajo de la hipoteca de 98 millones que Moneta le endilgó al Banco Central como respaldo por los abundantes redescuentos recibidos. Dos impecables verónicas financieras ejecutadas bajo la mirada permisiva de Pedro Pou.
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