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AUTOR DE DOS NOVELAS Y TITULAR DEL ORSNA
�¿Qué tiene de extraño ser escritor?�

�La gestión pública obliga a una capacidad en el plano práctico, pero también exige capacidad de imaginación, de soñar�, afirma Squiglia que complementa su desempeño en la función pública con el oficio de escritor. El titular del Organismo Regulador del Sistema Nacional de Aeropuertos controla la modernización de las terminales aéreas y piensa en el tema para su tercera novela.

Recuerdos:�Cuando uno se tiene que exiliar, desde el primer día está pensando en el regreso. Me dejé llevar tal vez por los recuerdos�.


Por Luis Bruschtein
t.gif (862 bytes) Eduardo Squiglia escribió dos novelas con bastante repercusión. Una de ellas, Fordlandia, fue comprada en Hollywood para hacer una película; la segunda, No te fíes de mí, es una historia policial con reminiscencias setentistas que acaba de publicar la editorial Norma. Squiglia además es economista y ha publicado varios ensayos, incluyendo un libro que se llamó El club de los poderosos. El gobierno de la Alianza lo designó al frente del Organismo Regulador del Sistema Nacional de Aeropuertos (Orsna). Estuvo exiliado durante la dictadura, escribe novelas, es devoto de la buena música y el jazz y tiene a su cargo el control de las concesiones de aeropuertos así como los aeropuertos no concesionados. Un funcionario fuera de lo común.

�Desde los 90 fue funcionario, ¿cómo compaginó todas las cosas?, fue funcionario durante el gobierno de Menem, ahora del Frepaso y además escribió dos novelas y una de ellas se la compraron para filmar una película...

�Bueno, no es lo mismo, ésta es la primera vez que soy funcionario político, en aquella época gané un concurso y fui funcionario de carrera. No me sentí parte del proyecto técnico ni político del menemismo. Creo que en mi área hice cosas positivas como el plan de la construcción, el plan forestal, la ley de defensa de la competencia, de defensa del consumidor, pero en ningún momento me sentí parte del gobierno, en todo caso fui parte del Estado. Ahora sí, me siento en lo que sería la primera vez en mi vida, en mi gobierno. Con respecto de la otra pregunta, no veo mucha dicotomía entre el funcionario y el escritor. Por ejemplo Bernard Schlynk, autor de la novela El lector que me encantó. Cuando terminé El lector, me fijé en la solapa y me enteré de que Schlynk es juez. Otra novela que me gustó fue El día que Nietzsche lloró, de Irving Yhalom, y me enteré de que es sicólogo. Leí otra novela argentina muy buena, Acerca de Roderer, de Guillermo Martínez que es matemático. A la gente le puede parecer extraño, pero ¿qué tiene de extraño ser escritor? A mí no me sorprende.

�Pero el funcionario, el economista está obligado a una mentalidad muy práctica, muy concreta; en cambio el escritor está en un mundo de ficción, de fantasía, se deja llevar por lo posible y lo imposible...

�Bueno, ahí está el encanto tal vez. Pero la función pública tiene cosas gratificantes en ese sentido. Es muy fuerte la posibilidad de defender el interés general, que lo que uno haga tenga incidencia concreta en el buen sentido en la vida de las personas. Y eso, además de obligar a una capacidad en el plano práctico, también exige capacidad de imaginación, de soñar. Tiene su faceta creativa aunque no sea comparable con la creación artística.

�¿Y cómo fue su aproximación al Frepaso?

�Yo creo que simpaticé desde el principio, cuando se llamaba Fredejuso, pero no encontraba la forma de aportar, una vía orgánica. Con el tiempo fui participando en reuniones, en fundaciones, conocí gente muy cabal, dirigentes como Chacho o Graciela y otros. La verdad es que durante la campaña no imaginé que ocuparía este lugar. Como ya había pasado por la función pública, sabía que no es un lugar de placer, una especie de premio como viajar a las Bahamas, sino que es algo que absorbe y al que hay que dedicarle mucho tiempo. Así que estaba abierto a participar en lo que fuera. No tenía una idea fija porque la función pública tiene mucho que ver con criterios de gestión que son comunes a distintas áreas; un buen gestor puede capacitarse y tomar decisiones correctas en distintas áreas.

�¿En este caso cuál es el principal desafío que tiene?

�El principal es modernizar el sistema nacional de aeropuertos, tanto en infraestructura como en la atención a los usuarios. La meta es que nuestro sistema se ponga a la altura de este siglo en el sentido másestricto. El siglo pasado estuvo marcado por el pasaje del transporte ferroviario al transporte vial. Este siglo es el del transporte aéreo.

�En este momento hay un problema con las concesionarias, ¿cuál es el rol de la oficina?

�Esta oficina es el Organo Regulador del Sistema Nacional de Aeropuertos que está conformado por aeropuertos concesionados y no concesionados. Tenemos que velar y fiscalizar tanto por la modernización como por el cumplimiento del contrato en el caso de los concesionados. Desde nuestro punto de vista, en este conflicto no se ha violado el contrato de concesión, que es nuestra área y todo indica que se trata de desaveniencias entre los socios privados. Mientras éstas no vulneren el contrato de concesión, deben dilucidarse en la esfera que corresponde.

�¿Cómo fue su relación con la política, cómo se introdujo la militancia política en su vida?

�Fue hace muchos años, yo crecí en un momento muy politizado en la Argentina. Cuando cursaba los estudios secundarios en Rosario, había una ebullición muy fuerte en los jóvenes y en los sindicatos. De alguna manera, a través de amigos, de lecturas, de lo que yo consideraba correcto en aquel entonces, me parecía importante participar en la vida política y social del país. Fue hace muchos años, pero a pesar de todo me parece que sigue siendo una actividad noble.

�El costo, como para toda su generación, fue muy alto, en su caso fue el exilio...

�Sí, como tantos otros. Después del golpe militar, en mis pagos la represión fue muy violenta, abarcó todo lo que me rodeaba, todo lo que yo conocía. Por suerte, a diferencia de otros, tuve la oportunidad de salir del país. Llegué a México en enero de 1977. Salí de Rosario a Brasil y después de un periplo con escalas breves en otros países llegué a México, donde estudié y trabajé en la actividad privada.

�¿Qué importancia tuvo en su vida esa etapa de lejanía y dolor, de pensar que quizás no regresaría nunca?

�Tuve la suerte de conocer muchas personas que tenían los mismos intereses, las mismas inquietudes, que habían vivido un proceso similar al mío... Tuve la suerte, digo, porque muchos siguen siendo mis amigos. Tenía una edad muy importante en la vida de cualquiera, entre los veinte y los treinta años, ahí uno empieza a ser selectivo en cuanto a la amistad y yo tuve la suerte de conocer gente muy valiosa en cuanto a la solidaridad, en cuanto a mantener latente las mejores tradiciones de nuestro pueblo...

�¿Cuál es la sensación más fuerte de esa época, el dolor, la satisfacción, la nostalgia..?

�Yo creo que fue una etapa muy importante. Estar fuera del país me permitió comprender a la distancia, tal vez mejor, los errores y los aciertos que habíamos cometido, comparar, comprender, analizar. También pude completar mis estudios profesionales. Hice un posgrado en Economía en el Colegio de México que es una institución muy prestigiosa. Aun así, si repaso aquellos años, lo dominante no fue la posibilidad de terminar mi formación profesional sino descubrir otras realidades, cotejar experiencias, aprender de la vida, terminar mi formación como ser humano. En aquellos años en México confluían exiliados de Chile, de Uruguay, de los países centroamericanos, norteamericanos curiosos, europeos investigadores; era muy activa la vida académica, intelectual, política, el debate.

�En México, a diferencia de otros países, la colonia de exiliados tenía una actividad social, política y de solidaridad muy intensa...

�Tengo un gratísimo recuerdo de esos años porque esa vida nos permitió sobrevivir en el más amplio de los sentidos, nos permitió hacernos fuertes, mantuvo fresca la posibilidad de regresar a la Argentina, de recrear ideas, lazos, amistades... Si uno se transporta en el tiempo, en términos anímicos y emocionales, la pasó realmente mal. Pero cuando lovaloro ahora, creo que en ese contexto de angustia, de persecución, de lejanía forzada, fue una etapa de mucho enriquecimiento.

�¿Dónde trabajó durante esos años?

�Creo que fui uno de los pocos exiliados que trabajó en una empresa privada. Fue una suerte para mí porque era una gran empresa privada, un grupo muy grande financiero constructor que todavía tiene una presencia importante en América latina. También fueron muy importantes los conocimientos y la experiencia que adquirí en ese plano. Tenía un pasar económico, diría sin sobresaltos, pero todo eso en aquel momento no lo valoraba. No era el eje de mi vida.

�Estaba más o menos cómodo en México y en cambio la perspectiva que podía encontrar en Argentina era incierta. ¿Cuál fue el motivo de su regreso?

�Cuando uno se tiene que exiliar, desde el primer día está pensando en el regreso. Me dejé llevar tal vez por los recuerdos y por algunos artículos periodísticos. Leía siempre a un corresponsal que ya está retirado, el brasileño Flavio Tavares, que escribía desde Buenos Aires para el diario Excelsior de México. En sus notas del año �82 parecía que Argentina estaba al borde de una profunda revolución democrática con la gente en la calle. Fue como el disparador de la idea de que uno no podía estar ausente del escenario que se abría en la Argentina.

�¿Había una incógnita, un ciclo que debía cerrarse en la Argentina?

�Tenía la necesidad de vivir esa realidad, de aportar, de integrarme, de correr la misma suerte que corría el pueblo. Era el post Malvinas. Si uno hubiera registrado todos esos días de exilio en una especie de bitácora, tal vez habría muchos en los que hubiera escrito �hoy estuve deprimido�, �despotriqué contra los mexicanos� o �me pasó tal desastre�, pero no guardo ese recuerdo. Si bien sentí ese desarraigo, no es lo que más recuerdo, tengo la sensación de que fueron años muy valiosos. Es paradójico, porque mientras estaba allá, sabía cómo se sufría aquí, me sentía expulsado, desarraigado, a veces sentía la culpa de estar fuera, me sentía un privilegiado sabiendo lo que les pasaba a la gente, a los amigos.

�¿Y cuando llegó, sintió el contraste entre aquellos recuerdos y la nueva realidad, los nuevos códigos?

�No tanto, porque si bien no era exactamente lo que pintaba Tavares, tuve la suerte de vivir el período anterior a octubre del �83. Fue algo impactante porque había una enorme esperanza, una enorme movilización de la sociedad argentina. Se depositaban muchas expectativas en la vida política institucional democrática. Recuerdo las imágenes de las movilizaciones, las fiestas que se organizaron en los barrios después de las elecciones, recuerdo las colas que hacía la gente para afiliarse a los partidos políticos.

�¿Y cómo se fue relacionando con esa realidad?

�Tenía la necesidad de completar en Argentina partes de mi vida. Una de ellas era la formación académica. Gané una beca del Conicet, cursé una maestría y me vinculé a un movimiento político que fue bastante efímero, que tenía que ver con la recuperación de la democracia. Era el Partido Intransigente. Estuve allí tres años. El PI aglutinó esas expectativas de las que hablábamos. Estaba, creo, la energía más activa del movimiento prodemocracia y cambio social. Para otros exiliados que regresaron un poco más tarde fue más difícil reintegrarse por ese contraste entre los recuerdos y la nueva realidad, pero yo tuve la suerte de vivir esos meses previos de gran movilización. Fue como una continuación de lo que había vivido en el exilio. Me acuerdo de una manifestación en diciembre del �82, que hizo el PI. Salimos unas 200 personas de la sede del partido en la calle Riobamba y cuando pasamos por la calle Corrientes éramos más de cinco mil. La gente se encolumnaba en forma espontánea, era muy emocionante.

�Pero había muchas diferencias entre aquella militancia estudiantil setentista y la dinámica de los partidos que se abría en la democracia, e incluso la de ahora...

�Era un proceso de institucionalización del juego democrático, había códigos que uno tenía que aprender. Pero no era solamente mi caso, creo que los políticos tradicionales también tenían que aprender esos códigos, y todavía hay mucho que hacer para mejorarlos. Pero en ese momento se trataba de construir una práctica nueva. Este era un país de golpes militares. Ni los políticos más avezados tenían experiencia de juego político con estabilidad democrática, un contexto sin rupturas. Se abría una experiencia de convivencia, de diálogo y debate más aplacado. Yo llegué a esa experiencia abierto, sin reticencias. Fue decepcionante en cuanto a la experiencia partidaria. No me conmovía ninguno de sus dirigentes, a diferencia de hoy donde realmente siento mucha admiración por algunos dirigentes del Frepaso y tengo total confianza en ellos. En aquel partido se daba una dicotomía entre esta camada de nuevos integrantes de la sociedad política y los viejos dirigentes, que eran muy viejos en sus enfoques, en sus mañas y jueguitos. En un momento me pareció que era imposible participar sin sentirme defraudado y me retiré.

�¿Allí surgió la veta literaria, la necesidad de escribir novelas?

�En realidad me dediqué más a la actividad académica y profesional. Preparé ensayos, trabajé en un centro de investigación, hice un libro: El club de los poderosos sobre la elite económico-industrial de la Argentina, trabajé en el tema laboral. Me replegué en lo académico y lo profesional. Siempre traté de ser un buen lector porque me da mucho placer. Cuando tenía 14 años, en las vacaciones trabajaba con un viajante de comercio para ganarme unos pesos. Mi única función era quedarme en el auto mientras él recorría las tiendas del centro de Rosario. Quedarse nueve horas sentado en un auto era muy aburrido. En dos veranos desvalijé la biblioteca de mi hermano, leía desde Shakespeare, Faulkner y Moravia hasta Dashell Hammet o Mike Spillane. Leía como un desaforado. Me deleita la lectura. Siempre pensé que, si algún día podía escribir, iba a escribir cosas que me gustaran y que me entretuvieran a mí y al lector. El disparador fue cuando me topé con la historia de Fordlandia a través de fotografías. Y a mediados de los 90 me puse a escribir la novela.

�¿Pero en esa época también se incorporó a la función pública?

�Con la formación académica que había acumulado me pareció importante que, en vez de trabajar en la actividad privada, podía aplicar mis conocimientos en la actividad pública. Me presenté a un concurso como director nacional en Organización Económica en el Ministerio de Economía a principios de los 90 y lo gané, así que cuando empecé con la narrativa era funcionario público.

�Pero además, esa primera novela consiguió una repercusión que por lo general no tienen las óperas primas...

�Sí, Fordlandia se publicó primero en Brasil donde tuvo muy buenas críticas, aquí también. Este año sale en Estados Unidos y en Gran Bretaña. Firmé contrato con Saint Martin Press, que es una editorial bastante importante. También la compraron para una película. La escribí a partir de las fotos. No conocí el lugar. Un narrador no necesita vivir en el Sahara para escribir historias del desierto. Esa posibilidad de viajar con la fantasía es lo que más me divierte de la ficción. Y a los brasileños, que conocen el lugar, también les pareció bien. Un historiador brasileño que se llama Tocantins, hijo de un famoso navegante y gobernador brasileño que estuvo en Fordlandia de niño, me mandó una carta muy emotiva.

�¿Y esta otra novela, No te fíes de mí, tiene algo de autobiográfico?

�Sólo porque sucede en Rosario. Tenía la historia en la cabeza desde que estaba en el exilio. La había leído en México en el Argentina Día por Día, que era una publicación con fotocopias de las principales notas de los diarios argentinos. Creo que en un recorte de La Razón o de Crónica, había una noticia, de 20 o 30 líneas, de un muchacho que se había fugado yal que le faltaban los dientes y las uñas. Y en la comisión de derechos humanos la comentábamos porque nos había impactado mucho. Siempre me pregunté qué había pasado con este muchacho y cómo habría resuelto su vida. Ese fue el disparador de la historia de No te fíes de mí.

�En sus novelas, la música, el jazz, tiene también un lugar importante...

�Bueno, a mí me gusta mucho el jazz y cuando empecé a escribir esta historia tenía un CD con temas del saxofonista Jan Garbarek. No sé por qué, sentía que esos temas eran la música de esa historia. Los escuchaba mientras escribía y se me fueron metiendo en la historia hasta que el protagonista también se convirtió en saxofonista.

�¿Cómo hace un funcionario para encontrar tiempo para escribir y escuchar música?

�La verdad es que hoy por hoy, este trabajo en la Orsna me absorbe totalmente. A veces, en los momentos libres voy madurando el nuevo relato. Hace poco leí en un diario la historia de un romance entre una pareja de inmigrantes que se desencuentran y vuelven a encontrarse. Me quedé pensando en esa historia y en la posibilidad de una novela, pero la verdad es que ahora no tendría tiempo. Cuando me agarre el ataque no voy a parar. Voy a hacer lo posible para ser un funcionario como corresponde, pero me rebuscaré los fines de semana, las trasnoches, no sé...

 

¿POR QUE EDUARDO SQUIGLIA?

Por L.B.

Se supone que un economista tiene que ser práctico, por lo menos es lo que uno está acostumbrado a ver. Y lo mismo sucede con un funcionario público, para el que lo posible no se relaciona solamente con el discurso, sino también con hechos concretos. Por eso no deja de ser curioso la forma en que un economista y funcionario público se las arregla para compaginar al mismo tiempo el oficio de escritor.

Fordlandia y No te fíes de mí, las dos novelas de Squiglia, son ágiles e imaginativas, son fluidas, y no se van por las ramas, lo que implica mucho trabajo de escritorio, de sentarse a volar y dejarse llevar por los sueños y los impulsos. Algo que uno supone contrario a los mecanismos de un economista o de un funcionario. Squiglia asegura que no es así y se sorprende por la pregunta.

�Por primera vez siento que éste es mi gobierno�, asegura Squiglia, quien, en su nueva responsabilidad al frente del Orsna, trabaja 18 horas diarias y al mismo tiempo, en algún minuto libre, trata de pensar en la trama de su nueva novela. Estuvo exiliado durante la dictadura, con el arribo de la democracia fue miembro del Partido Intransigente y luego se incorporó al Frepaso. Tiene un perfil distinto al del funcionario tradicional que por lo general suelen ser tecnócratas o personas absorbidas en forma excluyente por los avatares de la política.

 

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