Si
Irán cambia, cambia el mundo. Y la República Islámica de Irán,
fundada en 1979 por la revolución reaccionaria del ayatola Jomeini,
está a las puertas de un cambio fundamental, cuyas réplicas se harán
sentir primero en la región, acompañando el proceso de paz en Medio
Oriente y restaurando el viejo rol del país como contrapeso de Irak y
Rusia, lo que permitirá a su vez cierta reducción de un ejercicio de
vigilancia militar norteamericano ya claramente sobreextendido, bajará
drásticamente las fuentes de asistencia al terrorismo islámico
(desde Israel hasta la Argentina) y puede neutralizar el peligro de la
Talibania afgana. Pero todavía no hemos llegado a ese punto, y el
mismo impulso al cambio puede degenerar en un espantoso baño de
sangre, e incluso en una guerra civil. Estos son los elementos de un
equilibrio muy inestable entre reforma por un lado y regresión y
posible revolución por el otro:
1) Irán es un país de 63
millones de habitantes. De ellos, un 60 por ciento tiene menos de 25 años,
lo que significa que no participaron de la traumática revuelta contra
la dictadura modernizadora y prooccidentalista del sha Reza Pahlevi.
2) El sistema político iraní
es una aberración, donde las elecciones legislativas y presidenciales
son libres --aunque los candidatos deben pasar por el filtro de un
consejo de clérigos--, pero en que la teocracia del "líder
espiritual" Alí Jamenei detenta el control del Poder Judicial,
de las Fuerzas Armadas, de la Policía, de la Inteligencia y de las
bandas de lúmpenes reclutadas como tropas de asalto bajo la elegante
etiqueta de "Guardianes de la Revolución".
3) Por lo tanto, hay una
dualidad de poderes que se arrastra por lo menos desde la elección
del renovador ayatola Mohammad Jatamí en 1997, entre él --consciente
de la necesidad de inversiones extranjeras, y por lo tanto de una
profunda reorientación en la política externa e interna-- y Jamenei,
conservador.
4) Esa fricción ya ha
derivado en arrestos arbitrarios y asesinatos no explicados.
5) De este modo, el liderazgo teocrático conservador va a
jugar todas sus fichas a la segunda vuelta electoral a realizarse en
mayo. Pero, si los resultados se repiten --o si los reformistas logran
incluso traspasar el 66 por ciento de votos del viernes--, la
teocracia armada puede sentir que le ha llegado la hora, y tentarse
con anular los comicios. Ese es el desfiladero que lleva a la sangre.
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