Elie Wiesel,
premio Nobel de la Paz y sobreviviente del campo de concentración de
Birkenau, escribió su primer libro prácticamente al finalizar la Segunda
Guerra Mundial. Lo tituló Y el mundo calló (Un der velt hot gueshvigh).
En esta obra, el escritor realizó una crítica visceral, legítima y
doble: se dirigió a los países que no elevaron su voz permitiendo que el
nazismo se encumbrara en el poder, y también a los diversos sectores de
la comunidad judía norteamericana que realizaban cenas de gala y shows
mientras habitantes de aldeas enteras de la Europa Oriental eran
incinerados en los hornos crematorios.
En Europa, las imágenes de
hombres famélicos similares a las del holocausto siguieron
apareciendo. No hubo, sin embargo, contundentes expresiones opositoras
ante lo que iría a acontecer en Bosnia y Kosovo. Pero en las últimas
semanas hemos sido testigos de una reacción mundial ante el arribo del líder
neonazi Joerg Haider al gobierno austríaco.
Evidentemente esta vez la
memoria histórica funcionó. La activó la percepción de cuáles pueden
ser las consecuencias del fanatismo letal que ingresa elegantemente por
ciertos canales de apariencia democrática.
Cuando hay reacciones tan
firmes, la moral del mundo se tonifica. Hasta permite confiar frente a
ciertos aspectos olvidados de una humanidad azotada.
Pero al mismo tiempo una pequeña
dosis de indignación me produce el poder vislumbrar que cuando estas
cosas ocurren en Latinoamérica, el concierto de las naciones no se da por
enterado. ¿O acaso la última dictadura en la Argentina no fue una
variante aleatoria del nazismo criollo? Se sabía mundialmente que en ese
período a los secuestrados y desaparecidos se los torturaba en los
diversos centros clandestinos bajo el son de marchas prusianas entre
paredes cubiertas con cruces gamadas y retratos de Hitler. Y aunque lo sabían,
algunos países civilizados proveían armas y callaban. Solo una década
después lo lamentarían. Así
también, los mismos sectores de la comunidad judía organizada, que hoy
de manera activa y genuina manifiestan contra lo que sucede en Austria,
ayer cerraban sus puertas a madres y abuelas que rogaban la colaboración
en la denuncia y amparo en sus instituciones. Hubo entonces honrosas
excepciones como la Antidifamation League, entre otras. Pero fueron eso:
excepciones.
Aplaudo las iniciativas
actuales y participo de estas manifestaciones, pero creo que en la
comunidad judía local sería necesario un reconocimiento institucional de
los errores y las omisiones cometidas en los años de plomo, para
establecer una altura ética diferenciada y poder elevar la voz de un modo
consecuente y libre.
La verdad es que tampoco el
mundo reaccionó de modo contundente ante los vandálicos actos
terroristas no esclarecidos perpetrados contra la AMIA y la Embajada de
Israel. Y así, si seguimos revisando los archivos de los últimos
tiempos, no podemos olvidar la expresión vertida por el ex presidente de
la Cámara baja apodando de "judío piojoso" a un periodista.
Esta célebre frase no solo conlleva una deshonrosa visión de un
prejuicio cultural. Evidentemente, viniendo de un político destacado,
denota una peligrosa ideología xenófoba. Y la reacción en su momento
fue muy pobre. Simplemente se la interpretó como una espontánea expresión
folklórica.
También en los últimos
tiempos proliferaron dichos como "meter bala" y afines que
advierten un sesgo de ideología autoritaria que no condice justamente con
una política de "intolerancia contra los intolerantes".
La reacción es la ganancia de
la libertad. Espero que sigan surgiendo manifestaciones, presiones y
bloqueos para que Haider abandone el poder. Y también anhelo un acompañamiento
militante local y mundial para que los prejuiciados no encuentren cabida
en estas latitudes.
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