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el Kiosco de Página/12

Cuando el mundo calla
Por Daniel Goldman *

t.gif (862 bytes) Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz y sobreviviente del campo de concentración de Birkenau, escribió su primer libro prácticamente al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Lo tituló Y el mundo calló (Un der velt hot gueshvigh). En esta obra, el escritor realizó una crítica visceral, legítima y doble: se dirigió a los países que no elevaron su voz permitiendo que el nazismo se encumbrara en el poder, y también a los diversos sectores de la comunidad judía norteamericana que realizaban cenas de gala y shows mientras habitantes de aldeas enteras de la Europa Oriental eran incinerados en los hornos crematorios.

  En Europa, las imágenes de hombres famélicos similares a las del holocausto siguieron apareciendo. No hubo, sin embargo, contundentes expresiones opositoras ante lo que iría a acontecer en Bosnia y Kosovo. Pero en las últimas semanas hemos sido testigos de una reacción mundial ante el arribo del líder neonazi Joerg Haider al gobierno austríaco.

  Evidentemente esta vez la memoria histórica funcionó. La activó la percepción de cuáles pueden ser las consecuencias del fanatismo letal que ingresa elegantemente por ciertos canales de apariencia democrática.

  Cuando hay reacciones tan firmes, la moral del mundo se tonifica. Hasta permite confiar frente a ciertos aspectos olvidados de una humanidad azotada.

  Pero al mismo tiempo una pequeña dosis de indignación me produce el poder vislumbrar que cuando estas cosas ocurren en Latinoamérica, el concierto de las naciones no se da por enterado. ¿O acaso la última dictadura en la Argentina no fue una variante aleatoria del nazismo criollo? Se sabía mundialmente que en ese período a los secuestrados y desaparecidos se los torturaba en los diversos centros clandestinos bajo el son de marchas prusianas entre paredes cubiertas con cruces gamadas y retratos de Hitler. Y aunque lo sabían, algunos países civilizados proveían armas y callaban. Solo una década después lo lamentarían.

 Así también, los mismos sectores de la comunidad judía organizada, que hoy de manera activa y genuina manifiestan contra lo que sucede en Austria, ayer cerraban sus puertas a madres y abuelas que rogaban la colaboración en la denuncia y amparo en sus instituciones. Hubo entonces honrosas excepciones como la Antidifamation League, entre otras. Pero fueron eso: excepciones.

  Aplaudo las iniciativas actuales y participo de estas manifestaciones, pero creo que en la comunidad judía local sería necesario un reconocimiento institucional de los errores y las omisiones cometidas en los años de plomo, para establecer una altura ética diferenciada y poder elevar la voz de un modo consecuente y libre.

  La verdad es que tampoco el mundo reaccionó de modo contundente ante los vandálicos actos terroristas no esclarecidos perpetrados contra la AMIA y la Embajada de Israel. Y así, si seguimos revisando los archivos de los últimos tiempos, no podemos olvidar la expresión vertida por el ex presidente de la Cámara baja apodando de "judío piojoso" a un periodista. Esta célebre frase no solo conlleva una deshonrosa visión de un prejuicio cultural. Evidentemente, viniendo de un político destacado, denota una peligrosa ideología xenófoba. Y la reacción en su momento fue muy pobre. Simplemente se la interpretó como una espontánea expresión folklórica.

  También en los últimos tiempos proliferaron dichos como "meter bala" y afines que advierten un sesgo de ideología autoritaria que no condice justamente con una política de "intolerancia contra los intolerantes".

  La reacción es la ganancia de la libertad. Espero que sigan surgiendo manifestaciones, presiones y bloqueos para que Haider abandone el poder. Y también anhelo un acompañamiento militante local y mundial para que los prejuiciados no encuentren cabida en estas latitudes. 

* Rabino de la Comunidad Bet El


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