Si
el puño de hierro realmente sirviera para eliminar el crimen, no
habría un solo país en este mundo sin la pena de muerte que sería
ejecutada, conforme a las particularidades locales, en público de la
forma más espeluznante concebible para los delitos mayores y habría
castigos igualmente aleccionadores, como los islámicos, para los
considerados relativamente menores. Pero cuando de la �guerra contra
el crimen� se trata, la extrema violencia suele resultar
contraproducente, sin duda porque refleja el mismo desprecio por la
vida ajena que sienten los criminales. Es por eso, no por sensiblería
progresista o por el respeto exagerado por los derechos de los
malhechores, que en los países civilizados los legisladores
terminaron optando por métodos menos cruentos que los tradicionales.
Los cambios así supuestos fueron resistidos. Lo que la �gente�
quiere es vengarse de los predadores y siempre habrá políticos
inescrupulosos que estén más que dispuestos a complacerla.
Pues bien: ¿Qué sucederá en la provincia de Buenos Aires, ya que el
gobernador Carlos Ruckauf y su ministro de Seguridad Aldo Rico están
por conseguir, con la complicidad del presidente Fernando de la Rúa,
leyes destinadas a dar mucho más poder a una Policía célebre por su
falta de profesionalismo? Si tenemos muchísima suerte, la desprolija
mano dura así supuesta coincidirá con una caída llamativa de los
índices de criminalidad, pero si no la tenemos �lo cual es más
probable�, Ruckauf tendrá que elegir entre el curso emprendido por
Duhalde cuando los desmanes policiales lo perjudicaban tanto que
decidió intentar �reformar� la mejor policía del mundo por un
lado y, por el otro, reclamar aún más poderes después de atribuir
la marejada delictiva a la influencia de aliancistas zurdos. A la luz
de su trayectoria, se inclinará por esta segunda opción, lo cual
aumentaría todavía más el clima de violencia imperante, con todo
cuanto esto implica.
No es fácil precisar las causas de un aumento del crimen en una
sociedad determinada, pero entre ellas la pobreza no figura en un
lugar muy destacado: de lo contrario, el interior sería un aquelarre
inmanejable. Tampoco se puede achacarlo a la desigualdad como tal. En
el caso argentino, lo que sí ha incidido, y mucho, es la convicción
generalizada de que �la autoridad� �policías, políticos,
jueces� es en el fondo sólo una banda más que ha llegado a su
eminencia actual por medios más afines a los empleados por mafiosos
que por los propios de personas decentes. ¿La contrarreforma de
Ruckauf modificará esta impresión? No existen motivos para creerlo.
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