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OPINION

El camino del infierno

Por James Neilson

Si el puño de hierro realmente sirviera para eliminar el crimen, no habría un solo país en este mundo sin la pena de muerte que sería ejecutada, conforme a las particularidades locales, en público de la forma más espeluznante concebible para los delitos mayores y habría castigos igualmente aleccionadores, como los islámicos, para los considerados relativamente menores. Pero cuando de la �guerra contra el crimen� se trata, la extrema violencia suele resultar contraproducente, sin duda porque refleja el mismo desprecio por la vida ajena que sienten los criminales. Es por eso, no por sensiblería progresista o por el respeto exagerado por los derechos de los malhechores, que en los países civilizados los legisladores terminaron optando por métodos menos cruentos que los tradicionales. Los cambios así supuestos fueron resistidos. Lo que la �gente� quiere es vengarse de los predadores y siempre habrá políticos inescrupulosos que estén más que dispuestos a complacerla.
Pues bien: ¿Qué sucederá en la provincia de Buenos Aires, ya que el gobernador Carlos Ruckauf y su ministro de Seguridad Aldo Rico están por conseguir, con la complicidad del presidente Fernando de la Rúa, leyes destinadas a dar mucho más poder a una Policía célebre por su falta de profesionalismo? Si tenemos muchísima suerte, la desprolija mano dura así supuesta coincidirá con una caída llamativa de los índices de criminalidad, pero si no la tenemos �lo cual es más probable�, Ruckauf tendrá que elegir entre el curso emprendido por Duhalde cuando los desmanes policiales lo perjudicaban tanto que decidió intentar �reformar� la mejor policía del mundo por un lado y, por el otro, reclamar aún más poderes después de atribuir la marejada delictiva a la influencia de aliancistas zurdos. A la luz de su trayectoria, se inclinará por esta segunda opción, lo cual aumentaría todavía más el clima de violencia imperante, con todo cuanto esto implica.
No es fácil precisar las causas de un aumento del crimen en una sociedad determinada, pero entre ellas la pobreza no figura en un lugar muy destacado: de lo contrario, el interior sería un aquelarre inmanejable. Tampoco se puede achacarlo a la desigualdad como tal. En el caso argentino, lo que sí ha incidido, y mucho, es la convicción generalizada de que �la autoridad� �policías, políticos, jueces� es en el fondo sólo una banda más que ha llegado a su eminencia actual por medios más afines a los empleados por mafiosos que por los propios de personas decentes. ¿La contrarreforma de Ruckauf modificará esta impresión? No existen motivos para creerlo.

 

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