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Ocanto es el de la cicatriz en
la mejilla izquierda y la sonrisa fácil que durante las dos semanas de
juicio oral que han pasado estuvo siempre en la primera fila de la jaula
en que los acusados siguen el proceso. La celda especialmente construida
está a unos cien metros de la sala de audiencias del
"telejuicio" instalada en el casino de oficiales del penal de máxima
seguridad de Melchor Romero. Desde allí los presos siguen el juicio a
través de un sistema de fibra óptica que transmite en simultáneo lo que
ocurre en la sala y en la famosa jaula. Desde allí es que Ocanto se ocupó
día a día de reclamar con un cartel escrito en birome apuntando a la cámara
robot que los filma: "Solicito hablar con mi defensor".
Es una leyenda que ahora que se
conoce su decisión de declarar contra el resto parece un verdadero
anuncio solapado en la obviedad. O una paradoja cuando por su decisión se
ha quedado sin abogado en un sistema judicial como el bonaerense, en el
que costó meses encontrar un defensor oficial que quisiera asumir la
responsabilidad. Por ello es que el tribunal integrado por Adolfo Rocha
Campos, Héctor Rodríguez y Eduardo Galli decidió ayer suspender las
audiencias tras la decisión de la defensa de excusarse de representar a
Ocanto. En principio, quien asumiría su defensa, si acepta, es el
defensor de Casación, Mario Coriolano, quien puede resignar el cargo o
aceptarlo y tomarse tres días estipulados por ley para leer la infinita
causa de Sierra Chica.
Ayer el día comenzó con un escrito presentado por los acusados,
entre los que ya faltaba, fondeado en su celda de máxima seguridad,
Ocanto. En el documento los apóstoles acusan a la fiscalía de ofrecer
reducción de penas a los miembros del grupo que testimonien contra los
cabecillas. "A su vez sabemos que en Sierra Chica ofrecieron casas y
autos para que declaren en contra nuestra, por lo que pedimos al Tribunal
que se haga justicia y que no nos condenen los medios de comunicación".
Leído por el "Gallego" Marcelo Gonzales Pérez, el texto vuelve
sobre lo que más parece preocuparles a los acusados: la información que
llega a sus familias sobre lo ocurrido en la cárcel. Ese detalle no sería
menor tampoco para Ocanto, quien tomó la decisión de despegarse del
resto después de rumiarlo en silencio y simular confraternidad con los
suyos hasta último momento.
Sucede que la situación de
Ocanto iba diferenciándose de la mayoría de los apóstoles. A él le
cupo el rol de custodio de los 17 rehenes del motín, que fueron
encerrados en la sala de sanidad del penal entre el 30 de marzo y el 7 de
abril del '96. Casi todos ellos --carceleros, civiles y hasta la propia
jueza María de las Mercedes Malere-- dijeron ante el Tribunal que Ocanto
fue "cordial" o "amable". El guardia Daniel Echeverría
dijo: "Le tengo que agradecer al interno el trato ejemplar". Y
contó que cuando el motín terminó, antes de volver a casa, los rehenes
le dejaron algo de ropa y comida como regalo. La jueza Malere, cuando le
preguntaron por Ocanto se sonrió, encogió los hombros y dijo: "La
verdad es que no sé qué hacía Ocanto ahí". Aunque todos también
sostuvieron que el gentil hombre nunca abandonó la faca mientras le tocó
ser carcelero.
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