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LA ESCUELA QUE FUNDÓ GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ SIGUE CRECIENDO
Cine,  TV, video, pasados por Cuba

Coppola prepara pastas para los alumnos de sus cursos, Costa Gavras insiste en señalarles que el cine puede despertar conciencias. El establecimiento tiene ahora una representación argentina y cursos para todos los gustos.

Los alumnos del establecimiento filmando, en la inconfundible escenografía de La Habana.


Por Patricia Chaina
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Estudiar en medio del paraíso no fue la idea original de los fundadores de la Escuela de Cine de Cuba, pero bien podría ser un slogan que invite a conocerla. Producir fuera de "la industria", tanto en la esfera de la realización cinematográfica como en video o en TV, era una hazaña motorizada por voluntades individuales, cuando la comunicación de masas se convertía en un gran negocio y el periodismo ganaba el apodo de "cuarto poder". Ese fue el objetivo que promovió el nacimiento de la Escuela de Cine y Televisión de Cuba, y el dogma que la guía hoy, a catorce años de su inauguración, contra los vaticinios que le auguraban poca vida. La gran novedad que trae al respecto el año 2000 es que ahora es posible inscribirse desde la Argentina --donde por otra parte han florecido las escuelas y universidades de cine-- para estudiar en San Antonio de los Baños y que el abanico de posibilidades es enorme, por la proliferación de seminarios y cursos, de duración y tarifas diversas.    

  Cuando en 1986 la Fundación por el Nuevo Cine Latinoamericano presidida por Gabriel García Márquez instaló en San Antonio de los Baños, a 35 kilómetros de La Habana, una escuela de cine, trataba de promover formas de realización ligadas al destino y las posibilidades culturales de los pueblos de América latina y el Caribe, Asia y Africa. Así nació el centro de formación que se hizo popular bajo el nombre de "Escuela de Tres Mundos", o "Escuela de Cine de Cuba". Y más allá de su entorno singular (un país caribeño y revolucionario), su estructura pedagógica creció y maduró apuntalada por cineastas como Francis Ford Coppola, Robert Redford, Joel Cohen, Miguel Littin, Costa Gavras o Ettore Scola, e intelectuales que confraternizan con la propuesta de García Márquez, como Aída Bortnik, Doc Comparato o Armand Mattelard, entre otros. Muchos de ellos forman parte de su plantel docente en la actualidad, dictando clases o talleres en rubros específicos. Incluso entre sus egresados se han hecho famosas las pastas que Coppola prepara para sus alumnos cuando termina su taller de dirección de cine.

  Con biblioteca y videoteca, cafeterías, piscina, tiendas, lavanderías y consultorios médicos, la escuela bien puede definirse como una isla dentro de la isla. Cuba vive sumida en el larguísimo "período especial" --falta de insumos básicos-- al que se vio forzada luego de la caída de la URSS, hace ya muchos años. Pero esto no afecta esencialmente las condiciones de vida en la escuela. En sus catorce años de actividad, se han graduado allí 277 estudiantes de 36 países y han participado de sus cursos 2095 talleristas. Su popularidad dentro del ámbito de la formación y la capacitación tiene entre otras explicaciones, el alto nivel de sus docentes y, quizá también, la magia que irradia el espíritu que le dio origen.

  Convertida en un centro modelo de estudios audiovisuales, la escuela quiere estar a tono con el nuevo milenio reforzando su currícula de talleres y seminarios. "En la escuela se siguen dos grandes líneas de trabajo", explica a Página/12 el abogado Julio Raffo, representante de los talleres de esa escuela en la Argentina junto al productor Pablo Rovito. Ambos también integran su cuerpo docente. "Por un lado está el curso regular de dos años y por otro están los talleres que, según los rubros, pueden tener de dos a trece semanas de duración", explica. Algunos de los viejos alumnos apuntan que una parte del cambio notable es que antes cursar era gratis, por un sistema de beca, y que ahora, al ser pago, se ha convertido en un negocio, que los cubanos abordan con el entusiasmo del que necesita divisas.

  Entre los talleres se destacan los dedicados a dirección escénica, guión y fotografía cinematográfica, video indígena y comunitario, montaje digital en AVID, maquillaje para cine y TV, dirección de arte, guión de telenovela, producción y dirección de series de ficción para TV, realización de documentales, buceo y fotografía submarina, entre otros. En cuanto al curso regular, estructurado por quien fue director hasta 1986, el argentino Fernando Birri, las materias proponen una formación integral que combine cine, TV y video. El marco de la isla y el vínculo entre alumnos y profesores hacen el resto.

 

OPINION

Marcos López*

Una etapa que marcó mi vida

En 1986 ya era un fotógrafo con cierta experiencia y nunca había pensado en hacer cine. Leí un aviso en el diario que decía: "Beca para estudiar cine en Cuba". Después de pasar los exámenes, las entrevistas, etc., me vi envuelto en una experiencia que marcó mi vida hasta hoy. Fui uno de los seis argentinos de la primera promoción, entre setenta alumnos de América Latina, algunos de Africa y una alumna de la India en representación de Asia, que formamos el contingente del curso regular. Y en ese año y medio no sé si aprendí mucho de cine, pero aprendí a bailar merengue, conocí dónde queda y que pasó en un país que se llama Burkina Faso, me saqué fotos con Robert Redford y Francis Ford Coppola, entendí algo de lo que les pasa a los salvadoreños y nicaragüenses y leí por primera vez a Jean Baudrillard, bajo las palmeras que rodean a la piscina, al lado de Cristina Civale, la más posmoderna de la escuela, que me explicaba párrafo tras párrafo lo que yo no entendía. Vi Memorias del subdesarrollo y Dios y el diablo en la tierra del sol, de Glauber Rocha, que me encantaron, y aprendí a hablar portugués (al menos eso creo). Pudimos, además, grabar en video y filmar en 16 mm decenas de películas que eran una mezcla de ficción y documental. La escuela era un ir y venir de gente. Venían Silvio y Pablo a dar conciertos. El fabricante francés de las cámaras Aaton explicaba cómo funcionan y era común encontrarse con Gabo en el patio, cuando uno salía en chancletas y con cara de dormido de los cuartos. No cabe duda que mi obra, ya sea en el campo del video, la fotografía, la pintura (o en lo próximo que me dé la gana de experimentar) va a estar signada por ese aprendizaje. Además Cuba es un país maravilloso, loco y mágico, que amo. Y a veces desde mi casa de San Telmo le prendo velas a Iemanjá, a San Lázaro, a María Lionza, al Negro José y al Indio Guaicaipuru, para que protejan a los cubanos y a todos mis amigos de la Escuela de Cine que andan dando vueltas por el mundo.

* Fotógrafo.


OPINION

Cristina Civale*

Aquellos mamelucos azules

Lo más interesante de mi experiencia en la escuela de cine de San Antonio de los Baños, no sucedió adentro de sus aulas. Creo que fue Roman Polanski, hablando de su experiencia en Lodtz, el que aseguró que "the real shit" de su cursada había sucedido en los pasillos. Algo así ocurrió en la escuela que planta su residencia en Cuba y alardea de una mezcla de tercermundismo, cineindie y profesionalismo. Lo mejor estuvo en el intercambio bajo las entrañables palmeras, bajo el sol de su piscina olímpica, o en las habitaciones tomadas como bastiones de resistencia de la emperrada individualidad de cada uno de los casi ochenta alumnos que integrábamos la primera promoción. Todos nosotros sobrevivimos al shock del primer día en el que nos entregaron unos mamelucos azules como de piqué --decían que era el uniforme de trabajo de Gabo-- para que usáramos en la inauguración y durante las clases. También ese día contemplé un acto impresionante con figuras vip como Francis Coppola y Fidel Castro que vieron cómo 80 latinos, africanos y asiáticos alineados en perfecta formación tiramos palomas al viento. Pero la norma no pasó del primer día porque por suerte hubo rebelión y en ese gesto fue en el que se creó el verdadero espíritu de esa escuela que hoy todavía sigue funcionando, seguramente con la impronta algo desquiciada de ese primer día memorable.

  ¿Valió la pena? Sin duda, volvería a tirar la palomita, a asistir a la clases calientes aplacadas por el aire acondicionado, participaría de todos los debates ideológico-estético-sexuales que nos encontraban en la madrugada tomando ron añejo. Y sobre todo volvería porque tuve la posibilidad de filmar tres cortos con bastante libertad, con toda la tecnología de punta --sí, allí se cuenta con tecnología de punta-- puesta a mi servicio y con el apoyo incondicional --y hay que decirlo, solidario-- de mis compañeros y maestros. En mis tiempos todo eso se daba por nada, era una beca, era gratis. Sé que actualmente las cosas cambiaron y también allí se imponen los dólares. Más allá de eso, considero imperdible en este nuevo milenio pasarse una temporada --enseñando o aprendiendo o todo a la vez-- en la escuela tropical de San Antonio, Villa de San Tranquilino, La Habana, Cuba, un sitio que se debe conocer, aunque más no sea, una vez en la vida.

  * Periodista, escritora y guionista.

 

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