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OPINION
Ayuda para los muchachos

Por Martín Granovsky

Desde que asumió, Ricardo López Murphy suele repetir una frase: �A estos muchachos hay que ayudarlos�. Los muchachos son los actuales oficiales de las Fuerzas Armadas y la ayuda sería justa porque, como repitió ayer el ministro de Defensa a la APDH, los militares se subordinaron al poder civil y soportan estoicos el ajuste fiscal.
Parece una lógica de toma y daca, como si las Fuerzas Armadas fueran un sindicato más de empleados estatales y no un cuerpo que espera, sobre todo, órdenes. Como si subordinarse al poder civil y sufrir el ajuste igual que otros sectores del Estado sin levantarse en armas no estuviera en la lógica de este tiempo.
El ministro es objetivo cuando constata esas dos características de las Fuerzas Armadas en los últimos años. Un signo de ellas fue, también, la admisión por parte del general Martín Balza de que el Ejército no tuvo ninguna razón para dar el golpe del �76 y, menos aún, para matar, torturar y robar chicos. Otro signo, más reciente, es el anuncio del general Ricardo Brinzoni de que echará cientos de agentes de la inteligencia militar y liquidará la estructura del Batallón 601.
Son hechos extraordinarios, pero no responden a ningún toma y daca.
Aunque no impulsó la investigación interna sobre archivos ocultos de la represión, Balza tuvo la lucidez política de acompañar a una sociedad que no quiere enterrar el pasado de los años de plomo sin saber qué pasó.
Con la disolución del 601 Brinzoni recorta gastos donde hay que hacerlo: en un organismo inflado, pulverizado por el desprestigio, que fue clave en la masacre de la dictadura.
Pero ni Balza ni Brinzoni negociaron que, a cambio de esas iniciativas, el Gobierno hará suya la preocupación militar por una supuesta catarata de juicios por derechos humanos, o que aprobará todos los pedidos de ascenso de oficiales cuestionados.
El problema de López Murphy es que, sin haberlo hecho, actúa como si hubiera negociado. Y, peor aún, se hace cargo del terrorismo verbal de algunos funcionarios del Gobierno que presentan los juicios por la verdad o por el robo de bebés como si la Argentina estuviera en 1987 y alguien jaqueara la estabilidad democrática.
O sea: mal, y gratis.
El ministro de Defensa agregó otro elemento novedoso en las relaciones entre militares y civiles. Por primera vez en los últimos diez años, Brinzoni y el jefe de la Armada, Joaquín Stella, visitaron a los senadores no para explicar algún detalle táctico del despliegue de sus fuerzas sino para interceder por oficiales puestos bajo la lupa por dirigentes de derechos humanos y legisladores.
Un alto oficial confió a este diario que tanto Brinzoni como Stella quedaron impresionados con una frase que deslizó en la reunión el presidente de la Comisión de Defensa, el peronista Jorge Villaverde:
�El que tendría que venir acá es el ministro, no ustedes.
Efectivamente, López Murphy nunca visitó el Senado pero reintegró a los jefes militares el poder de lobbying directo y abierto que ya habían perdido.
El error principal no es de Brinzoni y Stella. La regresión pertenece a un ministro de Defensa convencido de que una de las funciones de las Fuerzas Armadas es actuar como un grupo de lobbistas independientes del poder político. Una regresión que afecta a los militares y, sobre todo, a la calidad de la democracia en su conjunto.
No es ésa la ayuda que precisan los muchachos.

 

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