Por Diego Fischerman
Un
viejo chiste musical asegura que Vivaldi, autor de más de mil obras
sacras y profanas, escribió en realidad un único concierto repetido
infinidad de veces. Y Cecilia Bartoli, en su deslumbrante nuevo disco,
hace un chiste sobre el chiste. La primera obra de The Vivaldi Album es
�Dell�aura al sussurrar�, un aria extraída de la ópera Dorilla in
Tempe. La ópera, como casi todas las compuestas por Vivaldi, está
olvidada. Uno de los más importantes �y variados� autores que tuvo el
género en el siglo XVIII hoy es popularísimo, pero por otra cosa.
Algunos conciertos, dos o tres composiciones religiosas (el Gloria, el
Stabat Mater) y, sobre todo, esa adaptación musical de un soneto en que
el veneciano se da el gusto de explotar la forma del Concerto a través de
las más diversas texturas, densidades y tonalidades, para describir las
cuatro estaciones del año. Esta era una pretensión muy de época si se
piensa que Juan Jacobo Russeau �que pocos años después transcribió
Las cuatro estaciones para flauta dulce� aseguraba que �la música
imita a la naturaleza. Pero lo cierto es que, si hay un fragmento
archiconocido es el comienzo de La primavera. Y, como para que el chiste
sea completo, el aria con la que Bartoli abre el disco es exactamente
igual a ese principio de Las cuatro estaciones.
El coro primero y luego la solista para esa aria que no es otra cosa que
la versión cantada de la música instrumental más famosa del mundo.
¿Vivaldi compuso, entonces, un sólo concierto? No, y quien tenga dudas
puede escuchar la bellísima �Di due rai languir costante� (de alguna
ópera desconocida que quedó aún más perdida que las otras), o la
sorprendente �Gelido in ogni vena�, de Farnace. O, en realidad,
cualquiera de las arias incluidas en este álbum en que, además, Bartoli
canta mejor que nunca (y mejor que nadie que se haya atrevido alguna vez
con este repertorio). El atractivo podría agotarse en el hecho de que se
trata de una serie de bellísimas canciones absolutamente desconocidas
hasta el momento. O en el acompañamiento experto del grupo de
instrumentos originales Il Giardino Armonico. O en la extraordinaria
calidad de la grabación. O en la hermosa presentación. Y,
particularmente, en el prodigio técnico. En las increíbles dificultades
vocales de los pasajes ornamentales (coloraturas velocísimas, saltos
imposibles entre graves y agudos extremos) y en cómo Bartoli las resuelve
(es decir: canta lo que no puede cantarse).
Pero no. El gran atractivo de este disco es la riqueza. Lo que resulta
impactante no es sólo el prodigio técnico sino la variedad de climas, de
recursos expresivos y de colores de voz por los que transita Bartoli.
Dicho de otra manera: esas virtudes técnicas que bastarían para
convertir a cualquier cantante en una estrella, en el caso de Cecilia
Bartoli son apenas el comienzo. Y ese conjunto improbable producido por
sus condiciones naturales y por una técnica impecable resulta en este
caso estar tan incorporado, ser tan natural, que lo que queda en primer
plano siempre es otra cosa. Bartoli se permite, en pasajes de velocidad
cuya mera entonación correcta ya sería un mérito considerable, matizar
e introducir elementos expresivos de sutileza increíble. Los memoriosos
suelen comparar a Bartoli con la gran Teresa Berganza. Lo que hasta cierto
punto tiene lógica (registro parecido, repertorio similar, facilidad para
la coloratura). Pero la italiana, a diferencia de la legendaria española,
tiene una afinación sin fallas y, además, como demuestra en este último
disco, tiene un conocimiento del estilo (sobre todo los del barroco y del
temprano clasicismo) del que su antigua competidora carecía por completo.
Que el grupo partenaire sea en este caso un conjunto especializado en la
interpretación del barroco italiano (uno de los mejores, por añadidura)
es un dato. Bartoli no es la típica cantante del pasado que canta todo
igual. Su legato es distinto en Rossini y Mozart, sus ornamentaciones y su
vibrato es otro en Ravel que en Haydn. A sus insuperables versiones de La
Cenerentola y Un turco en Italia, a su notable Orfeo de Haydn y a
susensibilidad para el repertorio francés, se agrega ahora este Vivaldi
de excepción.
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