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Cecilia Bartoli y el barroco italiano: 
nacida para cantar a Antonio Vivaldi

Un conjunto de arias olvidadas de uno de los principales autores de ópera del 1700, en la voz de una cantante extraordinaria.


Por Diego Fischerman

t.gif (862 bytes) Un viejo chiste musical asegura que Vivaldi, autor de más de mil obras sacras y profanas, escribió en realidad un único concierto repetido infinidad de veces. Y Cecilia Bartoli, en su deslumbrante nuevo disco, hace un chiste sobre el chiste. La primera obra de The Vivaldi Album es �Dell�aura al sussurrar�, un aria extraída de la ópera Dorilla in Tempe. La ópera, como casi todas las compuestas por Vivaldi, está olvidada. Uno de los más importantes �y variados� autores que tuvo el género en el siglo XVIII hoy es popularísimo, pero por otra cosa. Algunos conciertos, dos o tres composiciones religiosas (el Gloria, el Stabat Mater) y, sobre todo, esa adaptación musical de un soneto en que el veneciano se da el gusto de explotar la forma del Concerto a través de las más diversas texturas, densidades y tonalidades, para describir las cuatro estaciones del año. Esta era una pretensión muy de época si se piensa que Juan Jacobo Russeau �que pocos años después transcribió Las cuatro estaciones para flauta dulce� aseguraba que �la música imita a la naturaleza. Pero lo cierto es que, si hay un fragmento archiconocido es el comienzo de La primavera. Y, como para que el chiste sea completo, el aria con la que Bartoli abre el disco es exactamente igual a ese principio de Las cuatro estaciones.
El coro primero y luego la solista para esa aria que no es otra cosa que la versión cantada de la música instrumental más famosa del mundo. ¿Vivaldi compuso, entonces, un sólo concierto? No, y quien tenga dudas puede escuchar la bellísima �Di due rai languir costante� (de alguna ópera desconocida que quedó aún más perdida que las otras), o la sorprendente �Gelido in ogni vena�, de Farnace. O, en realidad, cualquiera de las arias incluidas en este álbum en que, además, Bartoli canta mejor que nunca (y mejor que nadie que se haya atrevido alguna vez con este repertorio). El atractivo podría agotarse en el hecho de que se trata de una serie de bellísimas canciones absolutamente desconocidas hasta el momento. O en el acompañamiento experto del grupo de instrumentos originales Il Giardino Armonico. O en la extraordinaria calidad de la grabación. O en la hermosa presentación. Y, particularmente, en el prodigio técnico. En las increíbles dificultades vocales de los pasajes ornamentales (coloraturas velocísimas, saltos imposibles entre graves y agudos extremos) y en cómo Bartoli las resuelve (es decir: canta lo que no puede cantarse).
Pero no. El gran atractivo de este disco es la riqueza. Lo que resulta impactante no es sólo el prodigio técnico sino la variedad de climas, de recursos expresivos y de colores de voz por los que transita Bartoli. Dicho de otra manera: esas virtudes técnicas que bastarían para convertir a cualquier cantante en una estrella, en el caso de Cecilia Bartoli son apenas el comienzo. Y ese conjunto improbable producido por sus condiciones naturales y por una técnica impecable resulta en este caso estar tan incorporado, ser tan natural, que lo que queda en primer plano siempre es otra cosa. Bartoli se permite, en pasajes de velocidad cuya mera entonación correcta ya sería un mérito considerable, matizar e introducir elementos expresivos de sutileza increíble. Los memoriosos suelen comparar a Bartoli con la gran Teresa Berganza. Lo que hasta cierto punto tiene lógica (registro parecido, repertorio similar, facilidad para la coloratura). Pero la italiana, a diferencia de la legendaria española, tiene una afinación sin fallas y, además, como demuestra en este último disco, tiene un conocimiento del estilo (sobre todo los del barroco y del temprano clasicismo) del que su antigua competidora carecía por completo. Que el grupo partenaire sea en este caso un conjunto especializado en la interpretación del barroco italiano (uno de los mejores, por añadidura) es un dato. Bartoli no es la típica cantante del pasado que canta todo igual. Su legato es distinto en Rossini y Mozart, sus ornamentaciones y su vibrato es otro en Ravel que en Haydn. A sus insuperables versiones de La Cenerentola y Un turco en Italia, a su notable Orfeo de Haydn y a susensibilidad para el repertorio francés, se agrega ahora este Vivaldi de excepción.

 

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