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el Kiosco de Página/12

Historias verdaderas
Por Rodrigo Fresán desde Barcelona

UNO El cine, en un principio, fue la pura verdad. Historias verdaderas. Un tren llegando a una estación de tren en París, un beso, la reconstrucción del asalto a otro tren en el Far West norteamericano. Después, en seguida, aceptó la plenitud de lo ficticio y lo fantástico porque la idea era que la gente hallara en el cine aquello que no podía encontrar en sus vidas. Rosas púrpuras del Cairo o visados para salir de Casablanca, da igual.

DOS Ahora, tanto tiempo después, uno va al cine sabiendo que va a ver una historia verdadera �una ficción basada en la realidad� y se pregunta si valdrá la pena semejante contradicción de términos y sentimientos. Así, se asiste a lo más logrado del cine de denuncia �que hoy se llaman El informante y Hurricane, por ejemplo� y se disfruta y se sufre la perfidia y la estupidez del ser humano pero algo nos falta: ese elemento de puro azar, de reflejo impredecible e improbable que es lo que, finalmente, distingue a las mejores historias verdaderas en el cine. A veces, sin embargo, hay suerte.

TRES Tener la suerte de ver en un día dos grandes e imposibles pero ciertas historias verdaderas. Verlas a oscuras para que se encienda la luz de lo perfecto. Historias ciertas y pequeñas dignas de la columna de Ripley. Aunque ustedes no lo crean: un anciano de nombre Alvin Straight recorrió en 1996 quinientos kilómetros entre Iowa y Wisconsin sobre su cortadora de césped con forma de tractorcito valiente porque no tenía permiso para conducir y quería reconciliarse con su hermano antes de la muerte. Aunque ustedes no vuelvan a creerlo: en 1993 una chica norteamericana de nombre Teena Brandon se convierte en Brandon Teena. Ella se siente chico, se muda de ciudad para emprender una nueva vida en Falls City-Nebraska, se enamora de la belleza local y la belleza local se enamora de él o de ella, da igual. Brandon y Teena acaba asesinado y asesinada por dos ex presidiarios. Ambas historias ocuparon, en su momento, las páginas menos importantes y más verdaderas de algunos diarios.

CUATRO La primera película se llama The Straight Story y fue dirigida por David Lynch. La historia del viejo (protagonizada por el alguna vez doble de riesgo de Gary Cooper y ahora oscarizable Richard Farnsworth) y su fiel cortadora de césped es la segunda historia verdadera que filma Lynch �la primera fue la magnífica El hombre elefante� y marca un nuevo principio y, a la vez, un perfecto resumen de su carrera. Lejos quedaron los psicópatas y la locura en un mundo real donde todos son por una vez buenos aunque ahí sigan, intactos, los paisajes industriales, los surtidores de agua, los diálogos casi sin-zen-tido, la música de Angelo Badalamenti, los cielos estrellados. Lo importante es, por supuesto, la atmósfera pero, ahora, el afecto dentro de esa atmósfera: un mundo rural, entre steinbeckiano y quijotesco, que parece estar construido con fotos blanco y negro de Walker Evans y Dorothea Lange coloreadas por el pintor Edward Hopper. The Straight Story es la road-movie más mínima y épica jamás filmada: la paradoja de un relato iniciático en el final de una vida. Todo contado de manera straight, en línea recta, sin adornos, la pura verdad.

CINCO Siempre fue eso que los padres les dicen a sus hijos. Después una enorme canción de The Cure una ínfima canción de Miguel Bosé y ahora Boy�s Don�t Cry es una pequeña gran película de la debutante Kimberly Peirce. También �como The Straight Story� podría ser una de esas canciones tristes de Bruce Springsteen. Allí, la también oscarizable Hilary Swank (ysus formidables pómulos) protagoniza otra historia verdadera. Una historia terrible y sin anestesia. Donde Lynch se muestra luminoso, Peirce opta por la oscuridad de la que no hay retorno. La primera termina bien. La segunda termina mal. Las dos historias verdaderas �para que sean verdaderas en serio, uno se da cuenta de ello recién a la salida del cine� tratan sobre dos certezas absolutas: la necesidad del movimiento y del cambio, la pulsión de sentirse más vivo que nunca hasta en la muerte. Y así es como una cortadora de césped y un perfecto par de pómulos ambiguos se enganchan como vagones, como besos mudos, a ese tren que llegaba a París y a ese otro tren asaltado en el Lejano Oeste de todas partes, ¿verdad?


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