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El documento visual de una historia asombrosa

�Buena Vista Social Club�, de Wim Wenders, ayuda a entender cómo fue que Ry Cooder hizo famoso a un grupo de viejos músicos cubanos, desde Compay Segundo hasta Ibrahim Ferrer.

El estilo Wenders está casi ausente en esta obra de extraño encanto.
El film está nominado al Oscar en la categoría de mejor documental.


BUENA VISTA SOCIAL CLUB

Estados Unidos/Cuba/Francia/Alemania, 1999
Dirección y guión: Wim Wenders
Fotografía: Theo Bierkens, Brigit Hillenius, Robby Müller, M. Claire Pijman, Lisa Rinzler y Jörg Widmer.
Edición: Monica Anderson y Brian Johnson.
Intérpretes: Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Rubén González, Ry Cooder, Salvador Repilado Labrada, Pío Leyva, Orlando �Cachaíto� López, Eliades Ochoa, Omara Portuondo, Joachim Cooder, Barbarito Torres y otros.
Estreno de hoy en los cines Atlas Santa Fe, Monumental, Hoyts Abasto
Cinemark Pto. Madero, y otros.

Por Martín Pérez

t.gif (862 bytes) Según cuenta el propio Ry Cooder en el documental Buena Vista Social Club, su relación con la música cubana se remonta a mediados de los años setenta, cuando llegó a sus manos una cinta llena de canciones desconocidas pero maravillosas. Conocido tanto por sus bandas de sonido como por su vocación de recorrer la música (y el mundo) hasta llegar a sus raíces, Cooder recién viajó a Cuba para grabar allí a pedido del legendario productor inglés Nick Gold. Cooder había grabado para Gold un álbum junto al guitarrista Ali Farka Toure, y el productor tuvo la idea de registrar una reunión entre músicos de Africa y América, a realizarse en Cuba. Lo que sucedió ya es historia: los africanos quedaron varados en París, y Cooder grabó su disco sólo con músicos cubanos. Se llamó Buena Vista Social Club (1996) y, a fuerza de calidad y (especialmente) ventas, volvió a meter a Cuba en el mapa del negocio musical.
La historia del documental que lleva el mismo nombre del disco comienza cuando el director alemán Wim Wenders, para quien Cooder grabó la banda de sonido de Paris, Texas (su mejor tarjeta de presentación dentro del mundo del cine), escuchó el álbum. Fascinado por su calidad y sinceridad, Wenders hizo que Cooder le prometiese llevarlo con él cuando regresase a la isla. Eso sucedió en 1998, cuando Ry y su hijo Joachim se instalaron en La Habana para producir el disco solista del cantante Ibrahim Ferrer, un lustrabotas que había decidido dejar de cantar dos años antes de la grabación del Buena Vista Social Club original, y que ahora es internacionalmente respetado como el Nat King Cole cubano. La historia de Ferrer, así como la de toda una generación de músicos cubanos vuelta a la vida es la que cuenta la cámara de Wenders en un documental en el que su mano apenas se nota en la decisión de hacerse a un lado y permitir que la música y los músicos cuenten su historia.
Sostenido a partir del relato de Cooder y basado en el registro de la grabación del álbum de Ferrer, el documental de Wenders se apoya musicalmente en el material registrado en los dos conciertos dados por la banda de Buena Vista Social Club en pleno en Amsterdam (con el legendario Robbie Muller, como director de fotografía) y el Carnegie Hall de Nueva York. Pero la clave del film es la forma en que se entrega humildemente a la historia. Ya que el disco producido por Cooder demostró tener la suficiente fuerza �histórica, artística e incluso narrativa� detrás como para inventarse su propio formato y ganarse un lugar en el mundo, la elección de Wenders fue dejar que la historia se contase a sí misma. Una decisión que le alcanza al film, con muy poco que decir cinematográficamente hablando, para ser considerado como lo mejor producido por el director alemán en la última década.
Empezando y terminando con sendas versiones de �Chan-Chan� �el mítico tema de Compay Segundo que abre el álbum que dio comienzo a todo�, el film se detiene principalmente a escuchar las historias de cada uno de susprotagonistas. Y lo que más seduce de su relato es la forma en que no se quejan del destino de ostracismo al que los condenó su historia hasta la llegada de Cooder. Semejante humildad es acompañada por un relato que no subraya nada más allá de sus confesiones y su música. Despojado de todo contexto político, el film de Wenders de esta manera funciona como un testimonio independiente de la vida en Cuba, de cómo su cultura es capaz de generar semejantes personajes y cómo el mundo es capaz de condenarlos sin ningún problema al mismo olvido que a la isla. Sin lugar en el mercado ni en la historia oficial de la revolución, el legado musical del son cubano se ha terminado defendiendo a sí mismo, con la lógica tardía del Spielberg de Parque Jurásico: la vida, tarde o temprano, se abre paso. La música, incluso la que parece a punto de extinguirse en el olvido, también.

 


 

�EL OCASO DE UN AMOR�, DE NEIL JORDAN, CON RALPH FIENNES
El amor puede ser un eterno deseo

El cineasta irlandés concreta una sutil e inspirada relectura de una novela del inglés Graham Greene. La adaptación acierta en el retrato del romance que cuenta desde una multiplicidad de puntos de vista.

Ralph Fiennes es un escritor resentido por un amor fallido.
Su coprotagonista, Julianne Moore, está nominada al Oscar.

EL OCASO DE UN AMOR

(The end of the affaire) Estados Unidos/Inglaterra, 1999.
Dirección y guión: Neil Jordan.
Fotografía: Roger Pratt.
Música: Michael Nyman.
Montaje: Tony Lawson.
Intérpretes: Ralph Fiennes, Julianne Moore, Stephen Rea, Ian Hart, Jason Isaacs, James Bolam y Samuel Bould.
Estreno de hoy en los cines Village Recoleta, Hoyts Abasto, Gaumont, Santa Fe, Patio Bullrich, Cinemark Pto. Madero, Multiplex Belgrano, Gral. Paz, Cinemark Caballito.

Por Horacio Bernades

�Cuando leí la novela, me pareció que había algo netamente cinematográfico allí�, aseguró al diario The Guardian el realizador irlandés Neil Jordan (el de Mona Lisa y El juego de las lágrimas), refiriéndose a The end of the affaire, que Graham Greene escribió a comienzos de los �50 y en la Argentina se conoció con el título no del todo fiel de El fin de la aventura. Cuando Jordan habla de �algo cinematográfico�, no se refiere al hecho banal de que se narra allí una historia de amor en medio de las bombas. �Varias de las escenas centrales de la novela son vistas a través de una multiplicidad de miradas, y eso la convierte en algo así como una exploración caleidoscópica de una relación entre personas�, aclara el realizador de El ocaso de un amor, título con el que se estrena en la Argentina esta segunda versión de The end of the affaire (la anterior, de mediados de los �50, no brilla en el recuerdo).
Esa multiplicidad de puntos de vista, esa ambigüedad esencial respecto de lo que se cuenta, son virtudes no sólo de The end of the affaire, sino de la obra de Greene en su conjunto. Su fiel restitución en términos cinematográficos, el inspirado trabajo de adaptación (a cargo del propio Neil Jordan) y la sutil inteligencia de la puesta en escena, son algunas de las razones que hacen de El ocaso de un amor un film de infrecuente complejidad. Una de las mejores traslaciones literarias que el cine dio en mucho tiempo (resulta casi escandalosa su exclusión de la terna de Mejor Guión Adaptado en las recientes nominaciones al Oscar), El ocaso de un amor se inscribe también entre las más logradas versiones cinematográficas de la obra de Greene, reiteradamente llevada a la pantalla. Se sabe: Graham Greene era un escritor católico, y aunque la adaptación de Jordan mitiga la deriva hacia el conflicto de fe que caracteriza la segunda parte de la novela, habrá allí una plegaria atendida y algo que da toda la impresión de ser un milagro. Pero hay siempre, en Greene, una tensión entre la fe y la razón, que aquí llega a bordear lo herético.
�Este es un diario de odio�, teclea furiosamente el escritor Maurice Bendrix (Ralph Fiennes), a quien el derrotero de un amor fallido llevará hasta la más extrema de las crisis de fe. �Odio a Dios. Si existe o no, no lo sé. Sólo le pido que me deje tranquilo�, es su última, furiosa plegaria. En tiempos de posguerra, Bendrix evoca su reencuentro con Harry Miles (el irlandés Stephen Rea, protagonista de El juego de las lágrimas y actor fetiche de Neil Jordan). Desde ese primer racconto, Bendrix (desde cuyo punto de vista está narrada toda la primera parte del film) se remonta hasta dos años más atrás, recordando el último encuentro con Sarah, su amante y esposa de Miles (Julianne Moore, candidata al Oscar por este papel). Y de allí, más atrás aún, hasta el momento en que la conoció. Todas son estaciones de su apasionado, maldito romance, capas de tiempo que Jordan superpone, con el mismo vértigo que Greene eligió para narrar su historia. No es un mero coqueteo de narrador veleidoso. Sino, por elcontrario, la forma que asume la obsesión amorosa de Bendrix, para quien el tiempo parece no ser otra cosa que el eterno, obstinado presente de su relación con Sarah.
Es, sin duda, una relación de melodrama, y el destino desatará finalmente toda su furia, con ecos de La dama de las camelias. Sin embargo, uno de los grandes aciertos de Jordan pasa por su toma de distancia respecto de los clichés del género. Habrá quien critique cierto desapasionamiento de la pareja protagónica, pero Jordan hace virtud de ese aparente defecto. No pone el acento en el simple ardor del amor prohibido, sino en lo que constituyen temas medulares del film: la imposibilidad de conocer al otro plenamente, la ambigüedad de todo deseo, el laberinto de los sentimientos. Todo depende de quién lo mire, y de cómo lo haga. De allí las variaciones en el punto de vista. El relato de Bendrix deberá confrontarse con el de Sarah �volcado en su propio diario personal�, el del detective que la vigila (inolvidable sabueso, el muy formal Parkis, que sale a investigar en compañía de su hijo) e incluso el de Miles, menos desamorado de lo que parecería a primera vista. Nada es en verdad lo que aparenta en El ocaso de un amor, y en ese punto Jordan (siguiendo a Greene) juega inteligentemente con ciertos tópicos del relato policial. Ese doblez de las apariencias alcanza su consumación en la escena central del film, cuando una bomba viene a poner a los amantes entre la vida y la muerte. Bastará contraponer el diario de Bendrix con el de Sarah, para que la renuncia de ella invierta su signo, virando del aparente desinterés amoroso a un sacrificio extremo.
Es tal la ambigüedad de lo que se dice y se percibe en El ocaso de un amor, que de cada línea de diálogo (y aquí Jordan respeta escrupulosamente la punzante sutileza de Greene) parecen desprenderse, como ecos, los sentidos más encontrados. �¿Qué siente?�, pregunta el médico, y Sarah responde: �Nada�, sin saberse si habla de su salud o de su vida íntima. Visto de cerca, aquel que a través de una ventana podía suponerse amante clandestino puede resultar un sacerdote, y el furtivo encuentro amoroso, simple confesión. Pero la riqueza de El ocaso de un amor no se agota en la cuestión del punto de vista. Del amor condenado entre Bendrix y Sarah se va desprendiendo, a lo largo del film, el más hondo sentimiento de melancolía, de pérdida implacable, bañada siempre por la lluvia incesante. Allí está, para acentuar esa sensación, la repetición de ciertos lugares, que una vez sirven de cobijo amoroso y poco más tarde son sólo testimonios de un amor que se perdió.

 

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