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Los grandes de la música ante el
dilema de que hacer con Austria

Gérard Mortier no se va, como había anunciado, del Festival de Salzburgo, Pierre Boulez propone una política de resistencia al ascenso de Haider, Simon Rattle dirigirá Beethoven en Mauthausen

Rattle hará la �novena� en Mauthausen.

Boulez propone resistencia desde adentro.

Mortier ahora no se va de Salzburgo.


Por Diego Fischerman

t.gif (862 bytes) En la película The Sound of Music (La Novicia Rebelde), la familia von Trapp aprovechaba un supuesto festival de canciones folklóricas para huir de Salzburgo. Quizá fueron esas mismas canciones las que enternecieron a Joerg Haider �gobernador y ministro de cultura de Carintia además de líder del ultraderechista Partido de la Libertad que acaba de ingresar al gobierno de Austria� y lo llevaron a hablar de la �natural afición al canto� de sus compatriotas. Pero la vieja película imaginada por Robert Wise sobre la comedia musical de Rodgers y Hammerstein tenía un error: salvo uno o dos personajes deleznables, no había allí nadie favorable al Anschluss. La realidad, tanto durante la ocupación nazi como ahora, en que el discurso racista y las reivindicaciones de la Gestapo han seducido a una buena parte de la población, es bastante distinta. Pero lo interesante es cómo, mientras se recortan subsidios para la cultura (que en los hechos afectarán sólo a las expresiones menos conservadoras, ya que las otras están garantizadas por ley), los artistas europeos discuten el caso Haider.
Por un lado está Gérard Mortier, el hombre que convirtió el Festival de Salzburgo (reserva natural de conservadurismo durante la larga gestión de su antecesor, Herbert von Karajan) en foco de la renovación teatral y musical en el terreno de la ópera. Discutido en la propia sede del festival y mimado por los extranjeros, Mortier nunca ocultó su desprecio por el provincianismo de los salzburguenses. Su contrato al frente del festival iba a caducar el año próximo pero se apresuró a comunicar su decisión de rescindirlo, argumentando que una cláusula, en la que se habla de �las condiciones necesarias para ejercer la función�, le permitía hacerlo. La respuesta de Haider, quien ya había hablado en contra de un salzburgués famoso al criticar al escritor Thomas Bernhard por �antiaustríaco�, no se hizo esperar: �Que se vaya; no lo queremos�. Y, cuando nada lo hacía suponer, Mortier se echó atrás. �Lo consulté con varios amigos y me aconsejaron quedarme�, fue su escueta declaración. Su nueva posición termina dando la razón a quien en principio había polemizado con él. Pierre Boulez �director habitual de la Filarmónica de Viena y algo así como el superministro europeo de la música� había asegurado que los lugares de poder debían ser ocupados (algo que por su parte nunca dejó de hacer), que la resistencia debía ser ejercida �desde adentro� y que �se puede protestar y expresar una opinión, pero no abandonar el país�.
El otro que optó por continuar sus relaciones con Austria, dándoles un cariz crítico, fue Sir Simon Rattle. El recién designado sucesor de Claudio Abbado al frente de la Filarmónica de Berlín recurrirá, el próximo 7 de mayo, al clásico de los clásicos en cuanto a relación de música y simbología política. El concierto será en la ex sede de un campo de concentración, en Mauthausen, y la obra será la Sinfonía Nº 9 de Ludwig Van Beethoven. La misma que sirvió para enaltecer al nazismo en 1933, para festejar su caída en 1945 y para acompañar en 1989 los fastos del derrumbe del Muro. Las voces están divididas. El pianista András Schiff, por ejemplo, se negó a dar un concierto en la embajada austríaca en Washington. Riccardo Muti (conductor de La Scala y principal director invitado de la Filarmónica de Viena), opina que los compromisos deben mantenerse y que �no hay motivo para no hacer música en Austria�. Y Zubin Mehta instó a sus colegas a abandonar Austria ante el primer signo de que vayan a implementarse las políticas racistas ensalzadas por Haider.
El ánimo predominante es, sin embargo, la prudencia. Nadie quiere anticiparse demasiado a los hechos ni pecar de exagerado. Ni, mucho menos, propiciar alguna profecía autocumplida. En realidad hasta ahora no ha pasado nada demasiado grave. Apenas un señor que, como buen provinciano, siente algo de tirria frente al cosmopolitismo vienés y reivindica el canto popular y las buenas y viejas costumbres rurales, además del plenoempleo en la época de la anexión y los excelentes servicios prestados por la policía nazi. Nada concreto. Sólo expresiones de deseos. Por eso es que nadie sabe muy bien si es necesario oponerse, si hay que hacerlo ya o se puede esperar, y si la ascensión del neonazismo al gobierno debe leerse o no como una falsa alarma. Algunos creen que no es necesario ser alarmista, que ya nada es como antes, ni siquiera el nazismo, y que la globalización actual no permitiría algo similar a lo sucedido hace 67 años. Y otros recuerdan que en la Alemania de Hitler hubo dos clases de judíos. Unos fueron los pesimistas que huyeron a tiempo. Los otros, los optimistas, murieron en los campos que Haider no duda en caracterizar como �de castigo�.
Las consecuencias inmediatas de la formación del gobierno conservadorneonazi, no obstante, tienen más que ver �por ahora� con los conservadores que con Haider. El nuevo ministro de Cultura, Frank Morak, anunció graves recortes presupuestarios en su área y las instituciones ligadas al arte contemporáneo temen, como aseguró el diario Kurier, que los subsidios apenas alcancen para solventar el culto a Mozart y la �natural afición al canto� que conmueve al gobernador de Carintia. Quizá se avecinen épocas en que el dodecafonismo y el jazz (esas antigüedades del siglo pasado) vuelvan a ser considerados �música degenerada�.

 

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