Por Fernando Cibeira
El
retiro del apoyo a la Reforma Laboral, resuelto ayer por la mañana por el
bloque del PJ, llenó de dudas a la bancada oficialista. Apenas conocida
la desagradable noticia, el ministro de Trabajo, Alberto Flamarique, se
instaló en la presidencia de la Cámara de Diputados en un último
intento por convencer a los díscolos más �permeables� de su bloque
para asegurar un triunfo holgado de la reforma, un dato relevante
destinado a darle sustento a la idea de �consenso� con la que Fernando
de la Rúa quiso rodear al proyecto. Hasta el momento de la votación,
hubo nerviosas consultas con los aliados cavallistas y provinciales, no
fuera cosa que les diera por cambiar de ánimo a último momento.
Finalmente, con la votación llegó el desahogo y las declaraciones
confianzudas. �Jamás dudamos de que se ganaría. Salió todo como lo
pensamos�, aseguraba por la noche el frepasista Juan Pablo Cafiero.
�Nunca imaginamos perder, pero queríamos romper con la lógica
menemista de sacar los proyectos por un voto. Ese era nuestro temor�,
explicaba uno de los diputados aliancistas que habló en el recinto para
defender el proyecto. El bloque de la coalición quería ilustrar con
votos la misma imagen consensuada que había dejado el acto que armó el
miércoles el Gobierno en la Rosada, junto a empresarios y gremialistas,
todos en apoyo a la reforma.
El cambio de actitud del bloque del PJ llevó preocupación también a la
Casa de Gobierno. De la Rúa se reunió con su hermano Jorge, el
secretario general de la Presidencia, para evaluar la situación. Al igual
que lo decidido en su momento para las negociaciones con los
sindicalistas, el Gobierno decidió dejar el tema en manos de Flamarique.
El ministro se instaló en el despacho del presidente de la Cámara, el
radical Rafael Pascual, junto al jefe del bloque de la Alianza, Darío
Alessandro. Hasta allí llegaron varios de los integrantes de la bancada,
incluidos algunos de los díscolos que habían anticipado su voto
contrario a la reforma. Según testigos, en esa reunión, que comenzó a
las 16, Flamarique transmitió el deseo del Presidente de que el bloque
oficialista no mostrara fisuras justo en un día en que el justicialismo
volvía a abroquelarse en contra y que el sindicalismo opositor hacía un
acto en Plaza de Mayo. Incluso, al comprobar la intransigencia de algunos
legisladores, habría zumbado alguna amenaza que hacía referencia a que
quien no aceptara votar la reforma, �le falta el espíritu necesario
para integrar la Alianza�.
La prédica tuvo su efecto. De la quincena de opositores calculada de
antemano, sólo terminaron votando en contra nueve. Algunos que dudaban
terminaron dando su voto a favor y algunos que se oponían prefirieron
ausentarse en el momento decisivo, como Marcela Bordenave y Jorge Giles.
Los que se animaron a oponerse finalmente fueron los socialistas Alfredo
Bravo, Héctor Polino y Jorge Rivas; los frepasistas vinculados con el
MTA, Alicia Castro; la CTA, Eduardo Macaluse y Elsa Quiroz, y el
economista Enrique Martínez; más el bonaerense Ramón Torres Molina y la
única radical, Elisa Carrió.
Con algunos de ellos, Flamarique ni se preocupó en hablar. Por ejemplo,
con Alicia Castro y Enrique Martínez ya había discutido en los días
previos y sabía que por ahí ya no había nada que hacer.
Durante la tarde, Darío Alessandro también se acercó al jefe del bloque
cavallista, Guillermo Francos, para consultarlo sobre la actitud que
mantendría su bancada. �La reforma no nos convence, pero ya dijimos que
la vamos a apoyar�, le respondió Francos. De parte de los aliados
provinciales tampoco hubo variantes. Luego, los números finales
demostraron que tanta preocupación había sido exagerada. Con el
desenlace, tirios y troyanos prometían consultar hoy la lista de votantes
como quien certifica un informe de infidelidad matrimonial. En Gobierno
querían saber quiénes habían votado en contra, y los que votaron en
contra querían saberquiénes se habían borrado. �Igual, lo importante
es que se eludió la disciplina administrativa�, respondía uno de los
díscolos.
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