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Adolf Hitler no hubiese podido concretar el mayor genocidio que recuerda la historia de la humanidad sin la colaboración del hombre que entonces encabezaba la línea jerárquica de la Iglesia Católica, el papa Pio XII. Esta hipótesis, avalada por la opinión de una larga lista de historiadores europeos, preside el documental "Pio XII y el Holocausto", que el domingo 5 de marzo a las 21 estrenará la señal Tv Quality en el marco de su ciclo El poder de los papas. El programa abona la tesis de que Eugenio Pacelli --el nombre civil del religioso-- fue un eslabón necesario en la extensa cadena de complicidades que permitió al nacionalsocialismo alemán concretar el plan de exterminio de judíos, durante la Segunda Guerra.
Para quienes no conocen su historia, las características de este
hombre cuyo pontificado se extendió de 1939 hasta 1958 pueden resultar
difíciles de creer: es que este Papa era un nazi casi confeso, que ni
siquiera se esforzaba demasiado por disimular su antisemitismo. Su rechazo
por los judíos se hizo evidente desde su temprana juventud y lo convirtió
para los críticos contemporáneos, a su ascenso hacia el papado, en
"el jerarca eclasiástico más peligroso de la historia
moderna". Sin embargo, eso no parece haberle obstaculizado el camino:
es probable, por el contrario, que su temperamento haya colaborado con su
ascenso jerárquico y le haya facilitado el encuentro con un personaje
como Hitler, por los años en que éste se creía el amo de la vida y la
muerte.
Aunque el documental desliza que las posturas en torno a la figura
de Pio XII están divididas aún hoy, a 42 años de su muerte, por otra
parte enfatiza el silencio cómplice del religioso para con el régimen
nazi, en virtud de una supuesta cautela que bien podría verse como la
prueba de la imperdonable pasividad de la Iglesia ante los crímenes
masivos (que por otra parte se repitió en varias otras circunstancias
históricas). Durante los primeros minutos de emisión, además, una voz
en off recuerda las trágicas consecuencias que acarreó la firma de un
acuerdo con Hitler, en 1933: el jerarca nazi le garantizó a Pacelli el
derecho de redactar un nuevo Código de Leyes Canónicos para Alemania, a
cambio de que apuntalara el retiro de los católicos alemanes de la
actividad política y social (Hitler sugirió, entre otras cosas, subraya
el documental, la necesidad de la desaparición "voluntaria" del
Partido Central Católico Alemán). A pocos días de la firma del
Concordato del Reich, Hitler, que había interpretado el acuerdo con
Pacelli como la bendición de la Iglesia sobre su proyecto y sobre su
persona, hizo pública su consideración de que se había creado "una
atmósfera de confianza especialmente significativa para la lucha contra
el judaísmo internacional".
Durante los años en que duró la guerra, y el paralelo exterminio
de judíos a manos de los nazis, Pacelli evitó hacer menciones explícitas
al genocidio, a pesar de que, desde 1942, conocía en detalle lo que
estaba ocurriendo en los campos alemanes, e incluso fue instado a
denunciar los crímenes por personalidades de la importancia del
presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt. Ni siquiera concedió
una mención abstracta al antisemitismo, amparándose alternativamente en
excusas del tipo "hay que pacificar de una vez a Europa" o
"estoy obligado a resguardar los intereses de la Iglesia en su
conjunto". En resumen, casi todas sus acciones se revelan como
pruebas de su colaboración con la maquinaria nazi, aunque sus empecinados
defensores --entre ellos, algunos de los religiosos entrevistados para el
documental-- pretendan hacer creer que "lloró cuando se enteró de
que mataban gente en los campos". O que las vidas que salvó gracias
a que creó refugios antinazis en Roma podrían reparar el daño que
ocasionó su sostenida actitud de indiferencia. En todo caso, es tan
cierto que pudo haber salvado a cientos o miles de personas como que su
silencio condenó a muerte a millones.
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