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OPINION
Ser austríaco hoy es una prueba de fuego

Por Jorge Hacker *

Es una lástima que el escritor Thomas Bernhardt no esté para vivir este presente austríaco que confirma sus teorías. Bernhardt fue un profeta de la labilidad austríaca, un asombrado permanente por la inconsistencia ideológica de ese pueblo de identidad incierta, que, según decía, nunca entendió nada más allá de su encierro conservador. Según sus predicciones Austria seguiría siendo nazi más allá de todo fin de guerra, de todo Auschwitz, de todos los éxodos culturales (o precisamente en razón de ellos) que redujeron a la otrora brillante Viena a un callejón sin salida, a un rincón de provincia colgado entre Occidente y el Este.
Ser austríaco en estos momentos, ser un judío austríaco hoy, es para mí una prueba de fuego. Nací en Viena, en el fatídico febrero de 1931, cuando Hitler se entrenaba para su gran salto al poder. Mi infancia, hasta los siete años, transcurrió entre la multiplicación de las svásticas y los vejámenes raciales hasta la huida definitiva de mi familia a Buenos Aires en el �38, a pocos meses de la anexión de Austria al Reich. Argentina me dio una identidad, un nuevo hogar, una nueva cultura, un nuevo idioma y una libreta de enrolamiento. Atrás quedó una parte de mi familia, para intentar desesperadas huidas por todo el planeta, y en algunos casos, por demoras en la difícil decisión, para caer ¿deportados a los campos de exterminio?
En Buenos Aires crecí y me eduqué, actué en la FUBA, fui, como todo hijo de la clase media democrática, partidario de la libertad de expresión, contrario a la prescripción del peronismo, decididamente independiente. Cuando llegó el terrorismo de estado que hirió a la Argentina de impunidad y desapariciones, ya nadie podía dejar de sopesar comparaciones. Aprendí a recordar mi infancia bajo el fascismo. Sin duda debe haber sido uno de los factores que me inclinaron allá por el 50 a seguir un camino en el teatro y optar por comprometerme en las causas de la vida. Una infortunada coincidencia me permitió recuperar la ciudadanía austríaca a la que había debido renunciar años atrás, e incluso fantasear un regreso a Europa. Me contuvo mi familia. También las imágenes de Auschwitz que siguen formando parte de mi biografía y de mi memoria. Pero también y no en último término, las de Hitler entrando por 1000 años a Viena, en medio del delirio de la población, reunida (centenares de miles) para aclamar su desgarrador discurso de anexión, su tono de voz cargado de histérica revancha, odio y muerte, apenas encubiertos de reivindicaciones sociales y anuncios de promisoria ventura para los necesitados. Yo, aquel chico de siete años, las presencié, y también los interminables desfiles de las tropas pardas a paso de ganso y al son de marchas de guerra. A veces de noche vuelven a desfilar para mí solo.
Hoy los diarios están llenos de Austria, por primera vez desde 1938, y no por razones tan diferentes. Un hombre llegado de provincias, como aquel otro, defendiendo en principio, como aquél, una política social esta vez no dirigida a los postergados y a los marginales, (hay casi pleno empleo en Austria hoy, y los servicios de asistencia social son superiores a otros países de Europa) pero muchos como en aquel entonces se desviven en busca de un líder-padre que les arme un proyecto de vida para el que no tienen claridad ni energía propia, un �Partido de la Libertad� semejante al viejo �Socialismo Nazional� de 1931. También ocupan las primeras páginas las manifestaciones de vieneses avergonzados por la ceguera de sus políticos que no alcanzan a medir las consecuencias de la alianza con la memoria del genocidio. Elie Wiesel, el Premio Nobel de la Paz, en su libro de los cuatro maestros jasídicos, cita a Rebe Pinjas de Koretz, un rabino erudito y santo, que declaraba que cuando llegue el tiempo en que la mentira sea considerada tan criminal como la transgresión y el adulterio, habrá llegado el tiempo para la aparición del Mesías. El mensaje es claro:cuando la humanidad aprenda a llamar las cosas por su verdadero nombre, el hombre podrá comenzar a creer en el hombre: cuando quemar vivo en la hoguera deje de llamarse Auto de Fe, cuando el asesinato de Allende deje de ser �la muerte de Allende� y los campos de exterminio de la Solución Final dejen de ser, en boca del mentiroso Joerg Haider �campos de disciplina�, como si en ellos se hubiera tratado de adiestrar a ciudadanos para la defensa civil, habrá llegado el momento del Hombre.
Pero así le ha ido a ese país �a mitad de camino�, que nunca desnazificó su Estado, que nunca reconoció su complicidad y participación con el régimen nazi, un país que nunca llamó las cosas por su nombre, que no supo de autocríticas que nunca confesó sus pecados, a pesar de ser el país de mayor proporción de población católica de Europa (o precisamente por eso) que no tuvo un significativo retorno de pensadores y artistas después de la guerra.
Ser austríaco en tiempos de globalización y con un gobierno compuesto por reaccionarios y fascistas ambiciosos y sin el menor escrúpulo, es una situación muy fuerte. Y no deja demasiadas opciones. Hay que solidarizarse con los austríacos que no lo votaron, sea la proporción que sea, pensar y desear que todos adviertan el engaño, que algo de la experiencia de los sobrevivientes se les haya quedado pegada, que no haya lugar para repetir las trampas políticas y los pactos que llevaron a la Segunda Guerra Mundial, que las enseñanzas de las dictaduras fascistas no hayan caído en saco roto. Quiero rescatar un concepto del artículo de José Pablo Feinmann de Página/12 del sábado 29 de enero de 2000: Auschwitz y la Filosofía, en el que cita al filósofo Adorno y su pregunta: ¿Es posible escribir (poesía) después de Auschwitz? La conclusión del autor se centra en el análisis de la conducta de la humanidad post-Auschwitz, es decir, en qué debemos hacer para que esa quiebra humana que significó la barbarie desencadenada no vuelva a ocurrir.
Probablemente sugerirle a Austria lo que no hizo desde el �45 hasta aquí. Una investigación a fondo del Estado austríaco, la depuración ideológica de sus partidos políticos, que siempre fueron clasificados en negros y rojos, sin ser socialistas o democristianos verdaderos, sí ideologías surcadas de tendencias autoritarias ambas, y que permitieron asociaciones y coaliciones de una corrupción política sólidamente arraigada. Erradicar la nostalgia por el imperio austrohúngaro y dejarla reducida a lo que es: un trozo de historia del pasado y ni siquiera demasiado honrosa, amputarles a los ciudadanos (ancianos y ancianas en mayoría) al barbudo Francisco José y colocarlo donde corresponde, en los anaqueles para bustos de glorias del pasado. Estas limpiezas modernizadoras si Austria, dolorosamente, las emprendiera, podrían influir en alguna medida en la no repetición de Auschwitz. Lo dice Shakespeare en El Rey Lear: �El hombre es el único animal que se golpea la cabeza contra la misma piedra dos veces�. Y salta a las vista la advertencia de Brecht: �Aún es fecundo el vientre del que eso salió�. Que bien quedó demostrado en estos días.

* Director de teatro, integrante del directorio del Instituto Nacional de Teatro

 

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