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�Novedades � de la Unión Soviética

En el cine Cosmos se estrenó ayer �Adiós a Matiora�, de Elem Klimov, filmada hace casi veinte años, cuando el mundo era otro mundo.

Una imagen que sintetiza la capacidad de cineasta de Klimov.
El film está lejos de ser otra aburrida película de la ex URSS.


Por Horacio Bernades

t.gif (862 bytes) Filmada casi una década antes de la caída del Muro de Berlín, Adiós a Matiora, que recién ahora se estrena en el cine Cosmos, parecería formar parte (junto con La batalla por Moscú, Mariscal Zukhov y Pantano, exhibidas en la misma sala con más de veinte años de atraso) del posible ciclo �Nuevos estrenos del viejo cine soviético�. Pero entre aquellas antiguallas del stalinismo y este film hay una pequeña diferencia: detrás de La batalla ..., Zukhov y Pantano había apenas unos funcionarios del celuloide. Detrás de Adiós a Matiora hay un cineasta.
El cineasta en cuestión es Elem Klimov, cuya obra más conocida sigue siendo la espeluznante Venga y vea, unos años posterior a ésta y su último film hasta la fecha. Mientras que ésta actuaba a la manera de una terapia de shock, poniendo al espectador en los ojos de un niño y haciéndole vivir bien de cerca los horrores de la guerra (en una aldea bielorrusa tomada por los nazis), Adiós a Matiora (conocida también como Proschanie) es una elegía introspectiva, algo así como una triste balada campesina. La historia es, básicamente, la misma que cuenta el film hispanoargentino Las huellas borradas, estrenado la semana pasada: los últimos días de una aldea condenada a desaparecer. Hasta la razón de su desaparición es la misma en ambos casos: la inminente construcción de una represa. En lo que difieren por completo es en el tratamiento: mientras que Las huellas borradas elige el camino del naturalismo, Elem Klimov se acerca a su tema y sus personajes, no tanto contando la historia de los últimos días de Matiora, sino pintándolos, se diría, a la manera de un impresionista.
Basada en una novela del escritor Valentin Rasputin y originalmente un proyecto de su esposa, la cineasta Larisa Shepitko (de ella, en Argentina se conoció Ascensión, su film más famoso), tras la muerte de ésta en un accidente automovilístico, Klimov decidió, quizás a modo de homenaje póstumo, retomar ese proyecto inconcluso. La anécdota del film se reduce al simple hecho de que la aldea de Matiora va a ser barrida, sazonado por la difícil convivencia entre sus pobladores y los encargados de cumplir con el desalojo. La presencia de un funcionario como villano máximo y el carácter oficial del proyecto de infraestructura, sumados al hecho de que Klimov nunca contó con las simpatías del Politburó, hicieron que Adiós a Matiora quedara, una vez terminada, en estado de congelación (la propia Venga y vea no tuvo un destino muy distinto). De tono elegíaco, el film está contado como un largo duelo, en el que los rostros de los pobladores, ciertos rituales, danzas y cantos comunitarios, escenas que parecerían captadas al paso, importan más que cualquier peripecia.
Klimov logra introducir en este cuadro brochazos de lirismo (la anciana que reza una última plegaria a la tierra) y de humor negro (el fósforo con el que un aldeano quiere prender fuego a su casa se apaga con el viento, y luego está a punto de incinerarlo). El realizador moscovita construye, sobre el final, un par de grandes secuencias: aquélla en la que las mujeres del pueblo �ponen a nuevo� una casa que va a ser quemada, y esa otra en la que una barcaza navega a la deriva, entre lejanos sonidos apagados. Como si fuera el tiempo mismo el que se aleja, en medio de una bruma espesa.

 

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