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La historia del teatro es tan rica que parece imposible sintetizarla. Desde sus comienzos, de ahí su nombre, El Nacional apoyó a los autores argentinos. Al año de su inauguración, Podestá promovió un concurso de sainetes, en el que resultaron ganadores Alberto Vacarezza y los uruguayos Luis Vitone y Segundo Pomar. Sus obras y las de autores como Nemesio Trejo, Carlos María Pacheco y Florencio Sánchez siempre se estrenaban en la sala de la calle Corrientes. La importancia que se les daba allí a los dramaturgos locales y al sainete (con personajes del arrabal) hacía que fuera mal visto por la alta alcurnia porteña, que lo acusaba de populista. Y fue en esa sala, también, donde se presentó el primer espectáculo revisteril en la Argentina: en 1914, Elías Alippi y Francisco Ducasse encabezaron Le Paradis, donde participaba el dúo formado por Carlos Gardel y José Razzano.
El empresario Pascual
Carcavallo, quien tomó las riendas del teatro en los años '20, decidió
seguir adelante con los sainetes y bautizó a El Nacional como "la
catedral del género chico". "El cabaret de Montmartre", de
Alberto Novión, llegó a las 328 presentaciones, pero a mediados de la década
las cosas no iban bien. En el Maipo, el Porteño y el San Martín
triunfaba la revista, pero Carcavallo se empecinaba en continuar con el
legado de Podestá. Y tuvo razón: enseguida cambió vacas flacas por éxito
con el estreno de Tu cuna fue un conventillo, de Vacarezza. Una nueva obra
de este autor, El conventillo de la paloma, superó las mil
representaciones y consagró a Libertad Lamarque. Otras grandes del tango
pasaron por ese escenario: Tita Merello, Azucena Maizani, Rosita Quiroga y
Tania.
En la década del 30, al tiempo
que se terminaba la ampliación de la 9 de Julio y se inauguraba del
Obelisco porteño, El Nacional recibió a los actores Enrique Muiño y Elías
Alippi, que lograron suceso con Así es la vida, Triple seco y San Antonio
de los cobres. El cartel de no hay más localidades aparecía muy seguido
en la taquilla de la sala, como la noche de 1933 en que Carlos Gardel cantó
por última vez en una sala. Una argentinada: en 1936, los asesores
culturales del presidente militar Agustín P. Justo lo convencieron de que
el nombre de Nacional para un teatro atentaba contra la imagen del país,
por lo que Carcavallo debió rebautizar la sala como National. El absurdo
duró un tiempo, aunque la gente seguía usando la denominación
tradicional.
A fines de los 30, Carcavallo
dejó El Nacional en manos del empresario Enrique Muscio. La década
siguiente registró los éxitos de Libertad Lamarque, Luis Sandrini,
Narciso Ibáñez Menta, Miguel de Molina y el mago Fu Man Chu. En 1952,
Muscio se unió a Carlos Petit para presentar espectáculos revisteriles.
Otro signo de los tiempos y otra decisión acertada, al menos a nivel económico,
ya que empezaron a desfilar cómicos como Pepe Arias, José Marrone, Fidel
Pintos, Dingue Farías, Tato Bores, Juan Verdaguer y Darío Víttori,
entre otros; y vedettes como Nélida Roca, Amelita Vargas, Blanquita
Amaro, Egle Martin, Zulma Faiad y Nélida Lobato.
Aunque ya se había presentado
con éxito Luces de Buenos Aires (con Mariano Mores, Tita
Merello y Hugo del Carril), los musicales comenzaron a sucederse en El
Nacional a partir de los años '60, con la llegada de Romay. El ex zar de
la televisión empezó su labor con el estreno de Mi bella dama, la obra
transplantada de Broadway que volvió a elegir para la reapertura. Otros
musicales que pasaron por la sala fueron Chicago, Cabaret (ambas de Bob
Fosse), El diluvio que viene, A Chorus Line y El hombre de La Mancha. En
el '82 se había repuesto Equus con Miguel Angel Solá y Duilio Marzio, y
en mayo se estrenó Sexcitante, pensada como un homenaje a la revista
porteña. El frente, los camarines, el vestuario y un cartel que mostraba
a Su Giménez fueron lo único que las llamas dejaron en pie. Durante
dieciocho años hubo sólo escombros en Corrientes 960. Romay decidió
romper el chanchito luego de vender Canal 9: gastó cinco millones de dólares
para reconstruir El Nacional.
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