Alfredo Bravo*.
Evaluando a los evaluadores
En apariencia, los argentinos coincidimos en la necesidad de
realizar un cambio en el sistema educativo de nuestro país; y decimos
en apariencia porque al explicitar las particularidades que debe tener
tal cambio surgen discrepancias muchas veces profundas. Para nosotros,
por ejemplo, la transformación deseada consiste en hacer de la
escuela un ámbito contenedor, cordial, solidario y democrático en el
que alumnos y docentes accedan al goce de aprender y de enseñar.
Esta propuesta, necesariamente amplia en su enunciación, requiere
para concretarse de un nuevo pacto educativo que jerarquice a la
institución escolar como bien social y a quienes en ella se
desempeñan como profesionales dedicados a atender no sólo las
demandas de los alumnos y sus familias sino, fundamentalmente, los
intereses colectivos de la sociedad. Un pacto de esa naturaleza exige,
a su vez, revertir los conflictos y/o tensiones que hoy existen entre
los diferentes protagonistas del proceso educativo (escuela-sociedad,
docentes-gobiernos, padres-maestros, alumnos-profesores, etcétera).
Es por eso que nos preocupa que, desde una administración
gubernamental que hemos contribuido a consagrar y que estamos
dispuestos a consolidar, se impulsen medidas que no revierten los
conflictos existentes, sino que, lo que es realmente grave, los
profundizan. Nos referimos, claro está, a la intención de Juan José
Llach, titular de la cartera educativa, de evaluar la capacitación de
los docentes y �a partir de ello� establecer un sistema de premios
y castigos consistente en recompensar económicamente a los probos y
congelar el salario de los réprobos.
Además de la contundente oposición de la dirigencia gremial, que
seguramente interpretó el sentir de maestros y profesores en
vacaciones, la propuesta ministerial fue cuestionada por varias voces
que señalaron lo indebido de evaluar una pretendida capacitación que
no se brindó.
Pero nuestra preocupación se acrecienta porque pensamos que la
iniciativa ministerial no constituye un error metodológico, sino que
intenta hacer de la evaluación un instrumento destinado a disciplinar
a la docencia para someterla a los mecanismos laborales que impone el
mercado. (Precisamente, Llach descarta en su libro Educación para
todos las actuales evaluaciones de maestros y profesores hechas por
personal directivo y de supervisión porque, dice, carecen de efecto
disciplinador.) Adecuar a la docencia a los criterios empresariales de
organización del trabajo sería para Llach un paso necesario en el
camino hacia la descentralización educativa, eufemismo que usa el
ministro para promocionar su intención de máxima: transferir a manos
privadas la gestión de las escuelas públicas. La iniciativa
evaluadora, que contará seguramente con el beneplácito de quienes
adhieren a la lógica mercantil, tendrá �sin duda� hondas
repercusiones pedagógicas que pueden anticiparse en el interrogante
siguiente: ¿Qué garantías habrá para la formación integral de
nuestros niños y adolescentes si ésta queda en manos de docentes
obligados a competir por un puñado de monedas y su motivación
reducida a la necesidad de mantener su empleo? La Alianza, coalición
de partidos que contó con el apoyo de la mayoría del electorado,
tiene por delante el desafío de desarrollar una experiencia inédita
en la Argentina respecto de la administración de lo público:
establecer consensos internos que le permitan encarar firme y
decididamente su acción en todos los niveles del gobierno. Se sabe
que todo consenso es producto de un debate previo. Estas pocas líneas
sólo tienen por objeto provocarlo.
* Diputado nacional. Partido Socialista
Democrático-Frepaso-Alianza. |
Daniel Filmus *.
No fortalecer las diferencias
Una evaluación es un instrumento y, como tal, en sí mismo no es
ni bueno ni malo. Depende de qué tipo de evaluación se trate y para
qué proyecto político-pedagógico se utilice. Por ejemplo, utilizar
la evaluación de los saberes de los docentes para vincularlos con las
escalas salariales significaría fortalecer las diferencias entre
docentes que tuvieron calidades y oportunidades muy desiguales de
formación inicial y de capacitación permanente. Si se aplica con
esta intención, a través de los docentes, el Estado se estará
evaluando a sí mismo: lo que en realidad se está constatando es la
desigualdad social y regional de las ofertas estatales de formación y
perfeccionamiento docente. En cambio, hay excelentes experiencias
internacionales donde la evaluación (en general muestral y anónima)
de los docentes permite conocer cuáles son las principales
deficiencias en su formación. Ello posibilita elaborar políticas de
capacitación mucho más focalizadas y dirigidas a las necesidades de
cada región, sector de la población con que se trabaja, rama
educativa y hasta cada escuela. Pero cabe destacar que la mayoría de
los estatutos docentes del país incluye la evaluación como un
proceso permanente y a realizar en la propia escuela. Cada maestro o
profesor es anualmente �calificado por su superior� de acuerdo con
su desempeño profesional en una escala que va del �sobresaliente�
(10 puntos) al malo (0 a 4). Esta calificación condiciona sus
posibilidades de ascenso futuro. Lo que ocurre es que, en la mayoría
de los casos, esta calificación es realizada formalmente y no en
forma sustantiva. Por ejemplo, en muchos casos todos los docentes
sacan un �10�. De esta manera se desnaturaliza el sentido de la
calificación. No cabe duda de que la mejor forma de evaluar el
trabajo docente es a través de su tarea cotidiana, tomando en cuenta
tanto los procesos como los resultados. Esto sólo se puede hacer en
la propia escuela. Como en otros casos, más que cambiar la ley, lo
mejor que se puede hacer es aplicarla correctamente y a conciencia.
De acuerdo con lo señalado, no me parece oportuno utilizar resultados
de pruebas estandarizadas para premiar o castigar. Las investigaciones
muestran que los docentes mejor formados provienen en su mayoría de
hogares con más alto nivel socioeconómico, de las grandes ciudades y
de las mejores universidades o profesorados. Los que pertenecen a
hogares más humildes o viven en determinadas regiones del país no
tuvieron las mismas posibilidades para formarse. En una Argentina con
oportunidades tan desiguales como las actuales, este tipo de uso de la
evaluación premiaría o castigaría el lugar de nacimiento, el origen
socioeconómico o la calidad de la educación recibida.
Indirectamente, también castigaría a la población que concurre a
las escuelas donde trabajan los docentes con menor rendimiento en las
evaluaciones, que en general son las que atienden a los sectores más
carenciados. La paradoja consistiría en que este tipo de evaluación
pasaría a legitimar una menor inversión educativa entre quienes
menos recursos tienen. Evidentemente, aunque fuera aplicada con otra
intención, sus efectos no ayudarían a mejorar la calidad educativa.
Por otra parte, no tiene sentido que el mayor estímulo salarial esté
vinculado con la posibilidad de cumplir años que, como todos sabemos,
no constituye ningún mérito. Sin dejar de lado la idea de que la
antigüedad deba ser reconocida, creo que los principales incentivos
salariales debenestar vinculados con la capacitación, el trabajo con
las poblaciones más carenciadas y los proyectos de mejora de la
calidad educativa que se elaboren en cada una de las instituciones.
Para que estos mecanismos sean democráticos se deberá asegurar la
posibilidad de acceder a alternativas gratuitas de capacitación
permanente para todos los docentes.
Una propuesta distinta puede ser crear una carrera de
profesionalización docente que no necesariamente exija ascender a
cargos directivos. Hoy, si un docente quiere mejorar su salario, sólo
tiene 2 alternativas: envejecer o ascender a cargos de dirección.
Puede darse el caso de que un docente no posea las condiciones de
liderazgo o conducción o que no quiera ser director. Hoy en día se
ve obligado a dejar el aula para ganar un salario un poco mayor.
Muchas veces perdemos un excelente maestro para tener un mediocre
directivo y, por el contrario, muchos docentes con capacidad no pueden
acceder a la dirección de las escuelas. Es necesario comenzar a dar
un debate para concertar políticas en esta dirección.
* Sociólogo, especialista en educación, director de Flacso. |
Irma Parentella *.
Para mejorar el aprendizaje
Es importante crear un sistema federal de evaluación educativa que
tenga como objetivos: * instalar una conciencia evaluativa entre los
actores de las prácticas pedagógicas, así como en los organismos de
conducción (ministerios y secretarías); * mejorar el aprendizaje,
favoreciendo un pensamiento reflexivo, capaz de innovar y generar
nuevos argumentos; * desarrollar la capacidad investigativa y
evaluativa de docentes y alumnos, así como de las condiciones en que
se desenvuelven; * documentar, analizar y reflexionar sobre la
práctica educativa, promoviendo el trabajo en equipo con
especialistas y docentes; * y promover el aprendizaje en todos los
campos, incentivando la superación de dificultades. Este sistema de
evaluación se irá construyendo progresivamente con la participación
de cada jurisdicción en la elaboración, diseño, ejecución y
devolución de lo procesado. La evaluación es un concepto polisémico
cuyos significados y usos dependen de visiones ideológicas,
culturales, opciones políticas y concepciones sobre el proceso de
enseñanza-aprendizaje. Opino que la evaluación busca mejorar el
acceso al conocimiento. Nadie puede excluirse, docentes, equipos,
asociaciones, investigadores, todos deben estar involucrados en
cumplir las normas éticas de justicia e igualdad, para no acentuar la
desigualdad social que todavía persiste en el país. El sistema se
irá conformando y modificando en función de la práctica, pero para
ser completo, deberá abarcar todo, desde la administración central
hasta los aprendizajes, valores y circunstancias socioeconómicas y
culturales. Un Estado responsable está obligado a promover y
garantizar la capacitación y evaluación de los docentes; por eso no
estoy de acuerdo con premiarlos salarialmente cuando trabajan bien,
porque ésa es su obligación. El que no cumple esos requisitos no
sólo no debe cobrar incentivos: no debe estar en el sistema. Sí
estoy de acuerdo con incentivar a los docentes que eligen trabajar en
zonas con dificultades sociales, económicas, ambientales, porque
ayuda a consolidar equipos. La información que genere la evaluación
deberá servir para potenciar procesos que recreen el conocimiento,
las relaciones democráticas y el desarrollo de los valores públicos
de libertad, igualdad y solidaridad.
* Diputada nacional (Alianza). |
Debate
Llach-Decibe
Por Juan Llach
(En una entrevista exclusiva con Página/12, publicada el martes
pasado, el ministro de Educación, Juan Llach, criticó los cambios
educativos realizados durante la gestión de Susana Decibe y el fracaso de
la Ley Federal de Educación y del Pacto Federal, por falta de inversión.
Al día siguiente, en diálogo con este diario, la ex ministra del ex
presidente Carlos Menem devolvió el golpe: �El fue parte de un
Ministerio de Economía que tuvo menos preocupaciones educativas y muchas
más orientadas a la estabilidad y la paridad cambiaria�, acusó, en
referencia al trabajo de Llach junto a Domingo Cavallo. En esta columna,
el ministro Llach le responde a Decibe.)
En primer lugar
quiero felicitar a Página/12 por la importancia que le concede a la
educación y especialmente cuando ello permite debatir las cuestiones de
fondo. En el caso particular de la edición del miércoles pasado, creo
oportuno realizar los siguientes comentarios:
1) No obstante las afirmaciones de Susana Decibe, por quien tengo mucho
respeto personal y profesional, deseo recordar que el gasto público en
educación básica entre 1991 y 1994 aumentó de 4600 a 8000 millones de
pesos convertibles, lo que equivale a un crecimiento del 41 por ciento en
moneda constante (precios al consumidor) y una tasa de variación anual
del 12 por ciento. La gran pregunta es: ¿por qué no pudo mantenerse, de
allí en más, un ritmo satisfactorio de crecimiento del gasto en
educación? Influyeron, naturalmente, las sucesivas crisis externas a
partir del Tequila. Pero más allá de esto, lo cierto es que la Argentina
perdió hace tiempo, no encontró entonces, y todavía no ha recuperado un
sistema institucional permanente de financiamiento de la educación que
asegure, al mismo tiempo, que ese gasto llegue a los centros de enseñanza
y no quede capturado por las burocracias. Desde la década del ochenta
vengo insistiendo en la importancia de esta cuestión.
2) De allí nuestra preocupación por encontrar una solución de fondo y
permanente al pago en tiempo y forma de las remuneraciones de los maestros
y profesores, a la que alude Marta Maffei, también en Página/12 del
miércoles pasado. Para ello, estamos trabajando desde antes de comenzar
nuestra gestión en la única solución de fondo a las inquietudes de mis
dos distinguidas interlocutoras, que no es otra que una reforma del
sistema de coparticipación federal que asigne específicamente recursos a
la formación de capital humano y, principalmente, a la educación y a la
capacitación. Sólo así se cumplirá con el claro mandato
constitucional, que obliga a que la coparticipación otorgue prioridad al
logro de la igualdad de oportunidades en todo el territorio nacional. Esto
ya lo he dicho públicamente, pero pronto verá la luz nuestra propuesta y
bregaremos incansablemente hasta verla realizada.
3) Por último, respecto de la Ley Federal de Educación, tengo una
opinión bastante más matizada que la publicó Página/12 el pasado
martes. Allí me referí solamente a dos aspectos negativos que son, a mi
juicio, el excesivo costo y el exagerado énfasis puesto en la
modificación de los niveles. Por lo demás, creo que la ley tiene muchos
aspectos positivos y tal es la razón por la que hemos decidido no volver
atrás, sino construir en base a lo hecho dejando de lado experimentos �fundacionales�
que afectan negativamente a la sociedad.
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