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El apóstol arrepentido que ya se arrepintió de su arrepentimiento

Un preso que la semana pasada insinuó  contar la verdad del motín de Sierra Chica,  ahora volvió a un llamativo silencio.

Carlos Kobl, el defensor oficial que representa a Ocanto


Por Cristian Alarcón
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Si pudieran graficarse los vaivenes de los testimonios del juicio por la masacre de Sierra Chica, habría sospechosas líneas muertas de silencio u olvido en medio de tantas alteraciones nerviosas. Ayer, por ejemplo, Daniel Ocanto Ramírez, uno de los 24 acusados que el lunes anterior había escrito a los jueces sosteniendo que es una "víctima" y pidiendo declarar al margen de sus compañeros de causa, por consejo de su nuevo defensor, se llamó a la discreción, "por ahora". Avanzada la mañana, el jefe de guardias Bernardo Yanos perdió la memoria y fue acusado de falso testimonio por la Fiscalía. Fue cuando tuvo que recordar la noche en que sus hombres entregaron a una decena de apóstoles rabiosos a José Cepeda Pérez, un preso que corriendo como un loco había conseguido refugiarse de sus inminentes asesinos. En efecto, fue liquidado allí mismo. Para colmo, por la tarde, un alto jefe penitenciario a cargo del sumario administrativo posterior al motín contó que el propio Yanos le informó los detalles de aquella muerte.

  Ayer, cuando todos esperaban que un apóstol se "quebrara" y contara la verdad de lo sucedido entre el 30 de marzo y el 7 de abril del '96 en Sierra Chica, la noticia fue el silencio de Ocanto. Así lo comunicó Carlos Kobl, el defensor oficial que lo representa desde hace cuatro días. Ocanto, beneficiado por los testimonios de los rehenes a quienes custodió durante el motín, el lunes pasado no fue a la jaula donde los presos siguen el juicio, decidido a declarar que fue obligado a hacer esa tarea.  Se suponía que además, por haber estado en el riñón de la toma, aportaría una versión completa de los hechos. Ayer, Juan Galarreta, quien se excusó de representar a Ocanto porque declararía contra el resto de sus defendidos, se ocupó de pedir la recusación de los fiscales Silvia Etcheverry y Gustavo Echevarría, al asegurar que entrevistaron a presos para inducirlos a declarar contra los acusados.

  Por la tarde se supo que los cabecillas no tardaron mucho en pinchar un teléfono público desde donde se comunicaban con sus familias y con otras cárceles, que también habían sido tomadas en una red de motines que llegó a ser nacional. Ayer el Inspector General del SPB, Julio Barroso, en 1996 director de Construcciones --y quien contó que supo de la muerte de Cepeda por Yanos--, recordó una de esas conversaciones telefónicas, a las que escuchaba a través de otra "pinchadura". En ella, el apóstol Víctor Esquivel, a quien consideró el hombre Nº 2 en las jerarquías del motín, llamó a la cárcel de Olmos, donde estaba su amigo Marcelo Zabaleta y le dejó un mensaje: "Que no se preocupe, que Agapito va al horno con fritas".    Agapito Lencinas era un superbuchón del Servicio Penitenciario que hacía dos décadas daba vueltas por penales provinciales y se había convertido con su metro noventa, cierto carisma, y un excepcional manejo de la faca, en líder de "la banda de los guachos", llamada así por ese hábito de iniciar a los "nuevos", sexual y forzosamente, en la tumbera costumbre de la sodomía. Ayer se volvió a hablar de él y de cómo fue masacrado junto a cuatro de sus lugartenientes, en un lapso que no duró más de 20 minutos: el lunes 1º de abril entre las 9 y las 9.20 de la mañana. El inspector Barroso, encargado de realizar la investigación interna para el sumario administrativo que se instruyó tras el motín, contó ayer lo que varios presos le relataron hace cuatro años: "Me aseguraron que el primero en caer fue el gordo (Víctor) Gaitán Coronel, al fondo del pabellón 8. Esquivel le dio un tiro en la cabeza. Mataron a cinco en quince minutos", resumió. Barroso hizo gala de su narrar en lenguaje carcelario y hasta dibujó en el aire el facazo con el que fue ultimado Lencinas. Finalmente contó las exequias de Agapito, que las tuvo: uno 20 presos le pidieron a un pastor evangélico que, en medio de una oscuridad de tumba, diera una misa en el pabellón 12, donde más tarde su cuerpo sería troceado.

 

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