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Al día siguiente cambiaron
algunas cosas: en primer lugar, el sonidista. Los músicos se habían
quejado de que no se escuchaban, y ese problema técnico, aparentemente,
habría provocado el mal humor de Tomatito. Por las dudas, y en una suerte
de resarcimiento tardío, el domingo el grupo tocó 105 minutos, no hubo
inconvenientes de sonido, ni abucheos, ni displicencia de parte de los
artistas, sino todo lo contrario. De cualquier modo, el prestigio previo
pudo más que el boca a boca de los que estuvieron la primera noche: por
entradas agotadas se agregaron dos nuevas funciones, para hoy y para
pasado mañana.
"Ole..." gritaba una
señora con acento sevillano estrenado para la ocasión, pero nacida en
Almagro. Le pedía al grupo menos formalidad profesional (se quejaba, por
ejemplo, de que Potito cantaba con micrófono) y más "naturalidad
gitana". Curioso dilema el de la música flamenca de exportación.
Porque si algo hacía falta aquella noche en La Trastienda era una pizca
de profesionalismo, que para autenticidad están los tablaos sevillanos,
con una estética y un espíritu imposibles de reproducir en un local de
San Telmo. Alrededor de Tomatito se fueron sumando paulatinamente los
integrantes del quinteto (El Potito en voz, Joselito Fernández en baile,
Ramón Porrina en percusión y Bernardo Parrilla en violín), que llegaron
a Buenos Aires con el porte de un seleccionado flamenco y se mostraron
ante el público como un rejuntado de amigos del barrio. Sonaron rondeñas,
alegrías, tarantos, bulerías, soleas y rumbas, ajustados a un repertorio
tradicional que depositó sus esperanzas expresivas en la desgarradora y
aniñada voz del cantante, y en el innegable virtuosismo del guitarrista. Cuando todos creían que promediaba el recital, los músicos amagaron una retirada que se concretó minutos después. A modo de despedida, y subestimando evidentemente el juicio crítico de los espectadores, se entregaron a una poco afortunada parodia de baile flamenco, que, en rigor, no tuvo mucho que envidiarle a la exhibición de Joselito Fernández, el bailaor propiamente dicho. Las ovaciones del comienzo no tardaron en convertirse en abucheos, y Tomatito debió esperar un día entero para revertir la imagen que había dejado. Quienes concurrieron sólo la primera noche no tuvieron revancha.
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