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El notable Tomatito dio un show para el tomatazo

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Por Fernando D'Addario
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Tomatito es un guitarrista virtuoso con un background que envidiaría más de uno: durante 18 años, por ejemplo, fue compañero de ruta del Camarón de la Isla. Ese pergamino de lustre, más algunas pinceladas de prestigio (haber participado del film El abogado del diablo, o su excelente actuación en el Guitarrazo, con Luis Salinas y Lucho González), cimentaron su condición de músico de culto, situación que el voluble público argentino se encargó de potenciar. El sábado pasado, en su primera presentación del espectáculo Noche flamenca, en La Trastienda, se encargó de pulverizar momentáneamente los prejuicios favorables. Su show, o mejor dicho, el del Tomatito Quinteto, fue algo así como (haciendo una analogía futbolera) un picado informal que, para colmo, duró solo 55 minutos. Y fueron 55 minutos de tiempo bruto, contando las interrupciones, los diálogos con el sonidista y el cierre del espectáculo, con los músicos intercambiando pasos de baile flamenco sin entusiasmo ni gracia. Los abucheos del público (había entradas que costaban 35 pesos) coronaron una noche definitivamente desafortunada.

  Al día siguiente cambiaron algunas cosas: en primer lugar, el sonidista. Los músicos se habían quejado de que no se escuchaban, y ese problema técnico, aparentemente, habría provocado el mal humor de Tomatito. Por las dudas, y en una suerte de resarcimiento tardío, el domingo el grupo tocó 105 minutos, no hubo inconvenientes de sonido, ni abucheos, ni displicencia de parte de los artistas, sino todo lo contrario. De cualquier modo, el prestigio previo pudo más que el boca a boca de los que estuvieron la primera noche: por entradas agotadas se agregaron dos nuevas funciones, para hoy y para pasado mañana.

  "Ole..." gritaba una señora con acento sevillano estrenado para la ocasión, pero nacida en Almagro. Le pedía al grupo menos formalidad profesional (se quejaba, por ejemplo, de que Potito cantaba con micrófono) y más "naturalidad gitana". Curioso dilema el de la música flamenca de exportación. Porque si algo hacía falta aquella noche en La Trastienda era una pizca de profesionalismo, que para autenticidad están los tablaos sevillanos, con una estética y un espíritu imposibles de reproducir en un local de San Telmo. Alrededor de Tomatito se fueron sumando paulatinamente los integrantes del quinteto (El Potito en voz, Joselito Fernández en baile, Ramón Porrina en percusión y Bernardo Parrilla en violín), que llegaron a Buenos Aires con el porte de un seleccionado flamenco y se mostraron ante el público como un rejuntado de amigos del barrio. Sonaron rondeñas, alegrías, tarantos, bulerías, soleas y rumbas, ajustados a un repertorio tradicional que depositó sus esperanzas expresivas en la desgarradora y aniñada voz del cantante, y en el innegable virtuosismo del guitarrista.

  Cuando todos creían que promediaba el recital, los músicos amagaron una retirada que se concretó minutos después. A modo de despedida, y subestimando evidentemente el juicio crítico de los espectadores, se entregaron a una poco afortunada parodia de baile flamenco, que, en rigor, no tuvo mucho que envidiarle a la exhibición de Joselito Fernández, el bailaor propiamente dicho. Las ovaciones del comienzo no tardaron en convertirse en abucheos, y Tomatito debió esperar un día entero para revertir la imagen que había dejado. Quienes concurrieron sólo la primera noche no tuvieron revancha.

 

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