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"SEÑOR MUERTE", EL DOCUMENTAL QUE LLENO DE POLEMICAS SUNDANCE Y BERLIN
Luna de miel en Auschwitz y Birkenau

Leuchter escribió un informe sobre el Holocausto que es aplaudido en los mitines neonazis.

El cineasta estadounidense Erroll Morris concretó un notable retrato de Fred Leuchter, un ingeniero dedicado a perfeccionar sillas eléctricas y cámaras de gas que, entre otras cosas, niega la existencia del Holocausto.


Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) Domadores de leones, dueños de cementerios de mascotas, condenados a muerte, diseñadores de robots, el mismísimo Stephen Hawking... Los personajes predilectos del documentalista estadounidense Errol Morris nunca son menos que excéntricos, hombres y mujeres fuera de norma, cada uno excepcional a su manera y a los que su cámara examina cuidadosamente, sin prejuicios, pero también sin miramientos. A esa peculiar colección de la fauna humana Morris ahora acaba de sumar su presa más bizarra, Fred A. Leuchter Jr., un ingeniero norteamericano especializado en la construcción y reparación de sillas eléctricas, horcas y cámaras de gas, que también cobró triste notoriedad como uno de los defensores de la teoría de la inexistencia del Holocausto. A este monstruo con aspecto de beatífico vendedor de electrodomésticos, Morris le dedicó su nueva película, Mr. Death: The Rise and Fall of Fred A. Leuchter Jr., que ya provocó arduas polémicas cuando se presentó en enero en el Festival de Sundance y que hace unos días se convirtió en uno de los puntos más altos de la Berlinale 2000.

  Viendo la película, parece difícil coincidir con Mark Singer, un colega de Morris (su documental Dark Days fue otra de las sensaciones del último Sundance), que en un artículo de la revista The New Yorker se preguntaba si Mr. Death no podía provocar cierta simpatía por un personaje tan siniestro como Leuchter. Es verdad que el film de Morris no se preocupa por demonizar a su protagonista, pero realmente no necesita hacerlo. Simplemente con dejar que el entrevistado cuente la historia de su vida y lo que él considera que son sus más altos logros científicos, Mr. Death... se convierte en un film que va mucho más allá del mero reportaje y que, poco a poco, gracias a la inteligentísima construcción de su relato, termina siendo una reveladora reflexión sobre lo que la ensayista alemana Hanna Arendt (en relación con el juicio a Adolf Eichmann) llamaba "la banalidad del Mal".

  A primera vista, se diría que el señor Leuchter es un pequeño hombre común, un técnico como cualquier otro, dedicado a conciencia a perfeccionar el trabajo que ama, que resulta ser nada menos que el de proporcionar la muerte más rápida y eficaz a un condenado. Hijo de un guardia de prisión, ya de chico Leuchter solía jugar en la cámara de la muerte, alrededor de la temida silla eléctrica, lo que le permitió comprobar --según sus propias palabras-- "que a veces la carne se quemaba demasiado". Fue así como ya de grande dedicó todos sus esfuerzos a construir una silla que hiciera de la ejecución un acto "más humano" (sic). Con el orgullo de quien considera que lo que han fabricado sus propias manos es de la mejor calidad, Leuchter invita a Morris a ingresar a su laboratorio (convenientemente ubicado en el sótano de su casa) donde exhibe la vieja silla eléctrica de la penitenciaría de Delaware y las sensibles mejoras que le introdujo a ésta y a otros modelos similares, realizados por simples aficionados o incluso por los propios convictos.

  El mismo Morris confiesa que él fue el primer sorprendido cuando su fama fue creciendo y empezó a ser convocado por otros estados, donde la pena de muerte se efectuaba con diversos métodos (la cámara de gas, la horca), que él no conocía, pero que se dedicó a estudiar y por supuesto también a perfeccionar. Su máximo logro fue la "máquina de inyección letal", diseñada a la manera del sillón de un dentista, en la que el condenado podía ver televisión o escuchar su música predilecta mientras el veneno iba haciendo efecto.

  Fumador empedernido y cafeinómano impenitente (100 cigarrillos y 40 tazas de café por día), Mr. Leuchter pasó paradójicamente del apogeo al descrédito y la vergüenza pública cuando en 1988 se convirtió en una suerte de asesor científico de Ernst Züdel, un canadiense enjuiciado por ser uno de los más tenaces negadores de la existencia del Holocausto. Contratado por Züdel y convencido de ser el único auténtico especialista en su área, Leuchter viajó --¡en su luna de miel!-- a los campos de concentración de Auschwitz y Birkenau, de donde extrajo clandestinamente (mientras su flamante mujer oficiaba de campana) fragmentos de los muros de las cámaras de gas, con la intención de probar "científicamente" la inexistencia de restos de cianuro.

  El "Leuchter Report" lo hizo tan célebre entre las tropas neonazis como impopular para el resto del mundo, incluso para aquellos mismos funcionarios del sistema penitenciario de Estados Unidos para los que Leuchter anteriormente había perfeccionado a satisfacción sus cámaras de la muerte. Aislado, sin trabajo, reconocido solamente por esos mitines neonazis en los que recibe el aplauso de la platea leyendo sus conclusiones "científicas", Leuchter no tardó en ganarse el divorcio de su esposa (de quien en el film se escucha sólo su triste voz en off) y el repudio de una sociedad que, irónicamente, hasta poco tiempo antes le había pagado por hacerse cargo del trabajo sucio.

  Nada de esto, sin embargo, parece haber minado la confianza en sí mismo de Leuchter, que sigue creyendo que su especialidad está por encima de los juicios políticos y morales y que al final del film se lamenta --con una sonrisa que no oculta su desilusión-- de que ya nadie quiera comprarle sus sillas eléctricas, por un precio que a él le parece módico para la incuestionable eficacia y calidad del producto.

 

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