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QUEDARON EN LIBERTAD TODOS LOS ACUSADOS POR EL "ROBO DEL SIGLO"
Catorce millones y nadie en prisión

Cuatro acusados resultaron absueltos; otros cuatro recibieron penas excarcelables y el que fue condenado a cuatro años de prisión salió en libertad provisional. De los 18 millones robados, 14 nunca se encontraron.

Antes de la lectura del fallo, los acusados mantuvieron las cabezas bajas frente a los fotógrafos.
Pero Capuano, hasta ayer detenido, se permitió festejar al ser liberado corriendo por la plaza.


Por Carlos Rodríguez

t.gif (862 bytes) La imagen final es la que mejor ilustra el desenlace del juicio oral por el llamado "robo del siglo": el hasta ayer detenido Cristian Capuano bajó a los brincos la escalinata del Palacio de Tribunales y dio una vuelta olímpica en la Plaza Lavalle mientras hacía la "V" de la victoria con sus dedos y revoleaba un pulóver, como los hinchas de fútbol cuando festejan un gran triunfo. Capuano, condenado a seis años por el robo de 18 millones de pesos contra la empresa de caudales Firme, a fines de 1996, y por otras dos causas pendientes cuando era menor, salió en libertad condicional minutos después del fallo. Los otros tres imputados de participar en el robo, Ramón Blanco, Osvaldo Murgan y Mirta Broglia, fueron absueltos, igual que Liliana Luna, acusada de encubrimiento. Otros cuatro procesados por encubrir recibieron penas de entre dos y tres años en suspenso, sin aplicación efectiva. Todos se fueron a sus casas, en tanto sigue el misterio sobre el paradero de más de 14 millones de pesos.

  La causa, que parece el guión de una película, llegó a su fin en lo que hace a su segundo juicio oral, a cargo, como el primero, del Tribunal Oral número 9 integrado por los jueces Luis García, Luis Cabral y Fernando Ramírez. Todavía resta saber en qué deriva la acusación formulada por el mismo tribunal, en el juicio anterior, contra el juez Pablo Bruno, a quien se le imputa el delito de haber tolerado torturas contra el ex custodio de Firme Carlos Alejandro Trillo, mientras estuvo incomunicado durante tres días --el plazo legal para un sospechoso es de ocho horas-- en un calabozo  de la comisaría 32ª. Poco tiempo después, Trillo apareció ahorcado en la celda que ocupaba en la cárcel de Caseros.

  En el primer juicio fue condenado a siete años Marcelo Lencinas (34) y fue absuelto el pai umbanda Ides Betancur (48), gracias a la invalidez de muchas pruebas reunidas en la cuestionada instrucción a cargo de Bruno. Lencinas, enfermo de sida, murió a mediados de febrero. Ayer, junto con Cristian Capuano (25), fueron condenados por encubrimiento su madre, Rosa Capuano (43), y su padrastro, Jorge Lema (47), ambos a tres años en suspenso. Por el mismo delito recibieron dos años y seis meses Nora Pérez (32) y dos años Ramón Pérez (41), en ambos casos sin aplicación efectiva.

  Una curiosidad del fallo es que también se resolvió la parte civil de la demanda, en favor de Firme, quien será indemnizada en la suma de 89.113 pesos por Nora Pérez y en el monto de 226.836 pesos por el matrimonio Capuano-Lema. El dinero tendrá que hacerse efectivo en el término de diez días. El pago fue ordenado en razón de que quedó comprobado que los tres condenados, a cambio del encubrimiento, recibieron dinero producto del robo con el que adquirieron propiedades y objetos de valor.

  Durante el proceso, en sus indagatorias, algunos de los imputados reconocieron la compra de una casa, de una farmacia y de artículos para el hogar, entre ellos dos enormes televisores de 29 pulgadas cada uno. Mario Natiello, el abogado de la familia Capuano, aclaró a este diario: "No es cierto que los padres de Cristian se hayan comprado una casa valuada en medio millón de dólares; en realidad sólo vale 185.000".

  Sobre el fallo, Natiello resaltó "el muy buen trabajo que hizo el tribunal nueve, con quien nos sentimos respetados en todo momento". A pesar de que sus representados quedaron en libertad, el letrado anticipó que seguramente apelará las condenas ante la Cámara de Casación. Además, anticipó a este diario que "en poco tiempo más" presentarán "una denuncia por robo contra las autoridades policiales".

  En ese sentido aseguró que "durante los allanamientos en su casa, mis defendidos sufrieron un verdadero saqueo del que hacemos responsables a los policías que participaron". Todos los operativos realizados, cerca de 15, estuvieron a cargo de la División Robos y Hurtos de la Policía Federal, al mando entonces de los comisarios Carlos Pérez Roldán y Eduardo Curletto.

  La lectura de la sentencia, prevista para las 17, se postergó por más de dos horas y los dos únicos detenidos hasta ayer, Cristian Capuano y Ramón Blanco, ingresaron esposados en medio de decenas de fotógrafos y camarógrafos.

  Los dos ocultaron sus rostros mientras se sentaban en un enorme banco, frente al tribunal, agachados, casi en posición fetal. También al salir ocultaron sus rostros, pero Capuano luego tuvo su minuto de locura y festejo. Antes, dentro del recinto, los familiares y los acusados que estaban en libertad se abrazaron mezclando risas y llantos de alegría.

  La única que hizo declaraciones fue Mirta Broglia, ex empleada de la empresa Firme que había sido acusada como "entregadora". La mujer aseguró que lo único que hizo fue "hacer mi trabajo, ensobrando el dinero, pero no tuve ninguna participación en el robo, como quedó demostrado", aludiendo al fallo absolutorio en su favor. Recordó, como quedó probado en el juicio, que nunca tuvo "ninguna relación con los aquí acusados, de manera que me siento reivindicada y recién ahora puedo volver a levantar la cabeza y dar la cara luego de tanta injusticia".

  Cristian Capuano fue hallado culpable del delito de "robo en poblado y en banda", pero tanto en su caso como en el de las condenas por encubrimiento, el tribunal no tuvo en cuenta las penas más severas que había solicitado el fiscal Diego Nicholson. A Cristian Capuano le aplicaron cuatro años, más dos por delitos anteriores, mientras que el fiscal había solicitado seis años sólo por el robo contra Firme, ocurrido el 20 de diciembre de 1996.

  Por su parte, la empresa Firme había requerido un resarcimiento monetario de 1.348.000 pesos, pero el tribunal le reconoció apenas una suma cercana a los 300.000. El próximo 7 de marzo, a las 18 horas, los jueces darán a conocer los fundamentos del fallo, en los que podrían agregar argumentos referidos a la instrucción realizada por el cuestionado juez Pablo Bruno, cuya situación es analizada ahora por el Consejo de la Magistratura.

 


 

LA RELACION ENTRE EL JUEZ Y EL TITULAR DE LA EMPRESA
Muchos puntos oscuros sin investigar   

Por Eduardo Tagliaferro

En el juicio anterior del "robo del siglo", el Tribunal Oral 9 cuestionó la actuación del juez Pablo Belisario Bruno e incluso el Consejo de la Magistratura abrió un expediente contra el magistrado al haberse comprobado, entre otras irregularidades, torturas contra algunos de los detenidos. Pero ni en el anterior proceso, ni en este nuevo juicio, se pusieron al descubierto los lazos invisibles que unen al presidente de la empresa asaltada Carmelo Spataro, con el juez Bruno. Spataro, presidente de Firme S.A. en el momento en que se produjo el millonario asalto, es un ex comisario de la Policía Federal que se desempeñó en tiempos de la dictadura militar al frente de la división Secuestros Extorsivos. Desde ese lugar le tocó compartir con Bruno las tareas que condujeron a la detención de Aníbal Gordon en la localidad de Córdoba, cuando el ex jefe de la Triple A estaba siendo buscado por el secuestro de Guillermo Patricio Kelly. En ese entonces, Bruno era secretario de Lucio Somoza, juez que intervenía en la causa. Dieciséis años después, las "casualidades" de la vida volverían a juntarlos en un expediente judicial, aunque en este caso, en lugares distintos del mostrador, uno como juez y el otro como damnificado.

  A las pocas horas de que robaran 18 millones de pesos de la empresa de caudales que él presidía, Spataro fue convocado a la sede de la comisaría 32 de la Federal. Allí lo esperaba Bruno, quien según declararon los policías había constituido su despacho en la seccional. En la comisaría le dijeron que el custodio Carlos Trillo había participado de la entrega. A pesar de conocerlo de mucho tiempo atrás, Bruno ordenó a los miembros de la repartición policial que Spataro no se moviera hasta que no hablara con él. En ocasión del juicio oral, el defensor sostuvo incluso que hubo una privación ilegítima de la libertad en perjuicio de Spataro.

  "Había muchas versiones en la seccional que sostenían que el robo era en realidad un autorrobo --dijo Spataro ante el Tribunal Oral-- cuando en realidad eso hubiera llevado a la empresa a la quiebra". En verdad la sospecha nunca fue descartada totalmente. El hecho de que la mayor parte del dinero nunca apareciera y de que el magistrado pusiera un celo inusual no hicieron más que alimentar las dudas no sólo de un autorrobo, sino también otra posibilidad: una "mejicaneada", es decir, que un grupo con la información precisa de esa operación haya actuado de arrebato.

  Cuando a Silvia Noemí Quintana le notificaron que Carlos Trillo, su esposo, había aparecido ahorcado en una celda de la unidad penitenciaria 16, no dudó en ningún momento: "No se trata de un suicidio, mi marido fue ahorcado", fueron las primeras palabras que les dijo a quienes la acompañaban. Esa frase sería la misma que luego repitió frente al tribunal oral. Trillo, ex cabo de la Federal y vigilador privado, le había comentado que dos ex policías que estaban detenidos con él lo estaban apretando; "vos tenés que saber dónde está el dinero que todavía no apareció" le decían casi todos los días. Los ex agentes Daniel Gerace y Antonio Diamante estaban tan preocupados por los 18 millones de pesos que se habían robado días como el juez instructor de la causa, Pablo Bruno. La preocupación por hallar el dinero también incluía a la Policía Federal y así lo señaló durante el anterior juicio oral el Fiscal General, cuando dijo que "media Policía Federal Argentina se movilizó junto a dos jueces y secretarios" cuando apareció parte del dinero robado en la vivienda del Pai Umbanda Ides Betancur.

  La mujer de Trillo tenía serios motivos para pensar que la muerte de su marido no había sido un suicidio: antes de su muerte, el vigilador acusado de haber "entregado" el millonario robo, le había dicho que lo iban a cambiar de pabellón, cosa que finalmente no ocurrió. El custodio de la empresa de caudales fue trasladado a la celda de aislamiento, de donde nunca volvió a salir con vida. Su muerte también fue el fin de una larga serie de torturas que le propinaron en la comisaría 32. Con un traje celeste brilloso, el magistrado había sido visto en la seccional policial, tanto por Trillo como por el Pai Umbanda, quien denunció que en la comisaría 32 le fisuraron tres costillas y le dieron picana eléctrica. "Yo soy negro pero estaba azul de los golpes" dijo el Pai tiempo más tarde en sede judicial. También denunció que una vez en el departamento de Policía, los agentes que lo llevaban detuvieron el ascensor entre dos pisos para molerlo a golpes: "dale, cantá donde está el dinero", le decían entre trompada y trompada.

 

 

En la foto con Gordon

Quienes siguieron de cerca el proceso contra Gordon, recuerdan que éste fue detenido cuando se aprestaba a festejar sus 52 años. Dicen que antes de su detención tuvo tiempo de deshacerse de cerca de 1000 documentos de identidad pertenecientes a miembros de la comunidad judía, uno de los blancos preferidos en los secuestros extorsivos llevados adelante por la banda liderada por el ex represor del Centro Clandestino Automotores Orletti. La foto que documentó la detención de Gordon en la provincia de Córdoba mostró al juez Somoza junto al secretario Bruno y al oficial de la Policía Federal, Carmelo Spataro. En un receso de la audiencia en la que Gordon fue careado con Kelly, Spataro se acercó a Kelly y en uno de los baños de los tribunales le entregó una foto en la que Gordon se encontraba junto a la mujer de su lugarteniente, Eduardo Ruffo, y a la menor Carla Rutilo Artés. Carla, que había sido inscripta como hija del matrimonio Ruffo, era en realidad hija de Graciela Rutilo Artés, una detenida-desaparecida a quien se la habían arrebatado cuando la nena tenía un año de edad.

  La Banda de Gordon tenía una larga historia en secuestros extorsivos, y esa repartición de la Policía era precisamente el primer lugar al que concurrían los familiares de los empresarios secuestrados, cuando se decidían a realizar la denuncia policial. Que un oficial de esa repartición conociera que un miembro de la banda de Gordon se había apropiado de una menor en Orletti no era un tema menor. El dato no pasó inadvertido para las autoridades policiales, que decidieron trasladar a Spataro al sector de inteligencia luego de que éste reveló que Ruffo tenía en su poder a una hija de desaparecidos.

 

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