El País de Madrid
Por Ferrán Sales desde Jerusalén
Israel
hizo público ayer el diario secreto del dirigente nazi Adolf Eichmann,
que durante cerca de 40 años ha permanecido custodiado en los Archivos
del Estado, en Jerusalén. La divulgación de la obra póstuma del coronel
Eichmann, uno de los máximos responsable del extermino de seis millones
de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, ha sido decidida por el
propio fiscal general del Estado. Sus escritos no aportan nada nuevo a la
historia, aseguran los estudiosos. Es simplemente el recuerdo sombrío del
Holocausto.
El testamento literario de Eichmann empezó a ser difundido el martes a
las 9 de la mañana, cuarenta y ocho horas después de que el fiscal
general del Estado Elyakim Rubinstein decidiera dar luz verde a su
publicación, poniendo de esta manera fin a una larga y inexplicable
polémica que ha durado cerca de cuatro décadas: desde el mismo día en
que Adolf Eichmann fuera juzgado y ahorcado por delitos de guerra en
Israel, y el primer ministro de la época, David Ben Gurión, ordenará el
secuestro de su obra, negándose a hacer público el documento, entre
otras razones para no enriquecer a sus herederos.
El diario de Eichmann lo componen 676 folios escritos a mano, en muchos
casos llenos de tachaduras y borraduras, redactados durante los meses de
agosto y septiembre de 1961, en su cautiverio, en la prisión de Haifa, al
norte de Israel. La obra está dividida en tres partes; se inicia con una
larga reseña autobiográfica �más de 200 páginas� que le sirve de
fundamento para tratar de explicar el desarrollo de la ejecución de la
�solución final� con la que supuso el extermino de una parte de la
población judía. El autor efectúa a continuación un recorrido
exhaustivo, país por país, por cada uno de los escenarios del Holocausto
judío, haciendo desde el primer momento una especial referencia a la
colaboración que los exterminadores encontraron en el gobierno francés
de Vichy.
El diario retoma, en su tercera parte, el discurso autobiográfico,
incluida su huida de Alemania y su llegada a Argentina, donde trabajó en
la empresa de coches Mercedes Benz, para acabar enviando un mensaje moral
a la juventud, desde la posición de un �converso� con respecto a los
valores democráticos, que inculcaban los soldados de Estados Unidos en
los campos de prisioneros de Alemania, dentro de la campaña de �desnazificación�,
según el mismo relata en sus memorias.
�Toda la política es una prostituta callejera y el nacionalismo un
crimen, la mayor desgracia de los pueblos�, aseguraba Adolf Eichmann, a
los 56 años de edad, mientras era juzgado en Israel, después de que un
comando de los servicios secretos del Mossad lo secuestrara en Argentina,
donde había vivido desde la caída del Tercer Reich, bajo una falsa
identidad.
La letra puntiaguda gótica, la avalancha de cifras y datos y la
estructura de la misma obra son el fiel reflejo de su personalidad: un
eficiente burócrata, obsesivo, con un gran poder de concentración, que
carece de inspiración y de imaginación y que vive sumido en un mundo de
sentimientos estériles, con una vida sexual muy limitada y aparentemente
pervertida, según asegura el grafologista Eliayu Ben Tovim, uno de los
excepcionales estudiosos que ha tenido durante estos años de silencio
acceso a la obra de Eichmann.
El fiscal general del Estado decidió la difusión de la obra de Eichmann
después de que recibiera una petición al respecto por parte de la
escritora e investigadora norteamericana Deborah Lipstadt, que había
recabado una copia de la obra del militar nazi para utilizarla como prueba
en su defensa en la querella que contra ella ha planteado el escritor
David Irving, �un peligroso portavoz para los detractores del Holocausto�.
Pero detrás de esta excusa judicial-política se esconde también la
reivindicación planteada por numerosos estudiosos hebreos, que reclaman
una política de puertas abiertas, que permita a la sociedad descubrir con
toda crudeza y realidad todas las razones del Holocausto.
La difusión y publicación de la obra de Eichmann amenaza con provocar un
nuevo incidente jurídico, el que seguramente impulsara el hijo del
coronel nazi, Dieter, que desde hace años reclama los diarios de su
padre, como parte de su herencia. Aunque los derechos esgrimidos por
Dieter Eichmann fueron ya rebatidos de un plumazo tiempo atrás por el
propio fiscal general cuando se negó a ello asegurando que el escritor
�no fue un delincuente común� y que por tanto no se pueden aplicar en
este caso las leyes convencionales que tratan de la propiedad intelectual.
DAVID IRVING, HISTORIADOR
REVISIONISTA Y AGITADOR NEONAZI
Prontuario de un negador del
Holocausto
Por Sergio Kiernan
Israel guardó celosamente, como a una fruta
envenenada, el manuscrito póstumo del criminal de guerra nazi Adolf
Eichmann. La razón para quebrar casi cuatro décadas de secreto no podría
ser más paradojal: un negador del Holocausto, David Irving, le está
haciendo juicio en Londres a una historiadora especializada, Deborah
Lipstadt, por calumnias. Y la muy peculiar ley inglesa sobre libelo obliga a
la acusada a probar que Irving miente al negar la existencia del Holocausto.
La profesora Lipstadt tiene que demostrar, en sede judicial, que la
destrucción de los judíos de Europa tuvo lugar. En este contexto único,
las muchas referencias al Holocausto en el manuscrito de Eichmann resultan
invaluables.
En 1995, Lipstadt publicó el primer libro sobre la entonces novedosa
corriente neonazi que pretendía demostrar �científicamente� la
existencia de una �gran mentira judía�. El libro, Denying the
Holocaust, se transformó en uno de esos clásicos de consulta entre
especialistas, en parte por la minucia con que clasificaba las distintas
tendencias y argumentos que usaban los negadores. Irving era mencionado
entre varios otros y lo único que se destacaba era su peligrosidad por ser
un historiador conocido, autor de varios bestseller, lo que lo separaba de
un amplio pelotón de nazis impresentables, escritores incoherentes y
simples mentirosos.
Sólo a mediados del año pasado, más de cuatro años después de publicada
la obra, Irving presentó una demanda contra su autora y contra la
editorial, Penguin, ante los tribunales de High Court, los mismos que
trataron la extradición del dictador chileno Augusto Pinochet. No es que el
historiador inglés estuviera defendiendo apenas su imagen académica: la
década del noventa le infligió una serie de golpes muy duros en reacción
a su creciente politización como vocero del neonazismo mundial. El juicio
le provee una plataforma publicitaria invaluable y una revancha de los que
lo denuncian.
Irving no es un historiador profesional, pero por muchos años fue respetado
por su capacidad como investigador y por sus a veces espectaculares
hallazgos documentales. Su primer libro, La destrucción de Dresden, reveló
la suerte de centenares de miles de personas que murieron en una serie de
bombardeos aliados a esa ciudad alemana. Súbitamente próspero y conocido,
Irving dedicó los siguientes años a preparar su siguiente obra, La guerra
de Hitler, en la que cuenta la Segunda Guerra Mundial desde la perspectiva
del escritorio del Führer. Mientras que las revelaciones documentales del
libro eran notables, particularmente la versión de la muerte de Hitler y
del destino de sus restos, la ideología de Irving comenzaba a aparecer más
claramente: para este británico, la culpa de la guerra era de su país,
Hitler nunca había ordenado el Holocausto y, de hecho, ni sabía qué
estaba ocurriendo. Todo era culpa de sus subordinados.
Irving acabó radicalizándose aun más en 1988, cuando comenzó a afirmar
abiertamente que el Holocausto simplemente nunca había ocurrido. Idolo de
los neonazis del mundo �en 1990 visitó Argentina para darles un seminario�
su prestigio académico se esfumó. Alemania y Australia le prohibieron
judicialmente la entrada, por agitador, mientras que su editor
norteamericano devolvió sus libros y se negó a publicarlos. Marginado y
sin el éxito comercial al que está acostumbrado, Irving encontró en
Lipstadt un instrumento para que se vuelva a hablar de él.
La profesora tuvo que encargar un trabajo técnico de 450 páginas para
mostrar que el Holocausto sí ocurrió y reunir un panel de notables que
testificaran a su favor. La sola idea de que este vocero del neonazismo
pueda ganar ante las cortes, con la consecuencia de impulsar y energizar a
los skins y antisemitas de todo el mundo, alcanzó para que Israel revelara
el secreto del manuscrito de Eichmann.
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